+ Renuncias: síntoma de “gangrena” que subsiste
Qué paradójico es el panorama para el priismo oaxaqueño: luego de poco más de un año de ser partido de oposición, y de tener encima un feroz y permanente embate —orquestado desde el gobierno estatal— para desmantelarlo, éste más bien ha hecho hasta lo imposible por destruirse solo. Hoy, mermado, desacreditado y confrontado, es un partido que, al menos en la entidad, parece ser más un lastre que un activo para la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto. Sus deplorables condiciones, son evidentes.
Desde el día siguiente de la derrota del domingo 4 de julio de 2010, se sabía que sólo era cuestión de tiempo para que iniciara el proceso de ataques y/o colonización del Revolucionario Institucional en Oaxaca. A pesar de haber perdido los comicios, el tricolor se veía aún robusto y, en realidad, el margen de votos que había obtenido en esa elección era ampliamente considerable y atractivo para cualquier otra fuerza política que llegase a tener más poder e influencia que los derrotados.
Ese fue, justamente, el punto de partida del evidente intento de colonización y asalto al tricolor. Algunos ex priistas, y militantes tricolores afines al nuevo régimen, se lanzaron con todo a tratar, primero, de poner en tela de duda, la dirigencia de Eviel Pérez Magaña. No lo consiguieron, porque aún con su evidente falta de legitimidad, era claro que el ex Candidato a Gobernador había sido ungido de acuerdo con las normas legales y partidarias necesarias. Los más de diez juicios que, en esa lógica, inició el diputado federal priista Jorge Franco Vargas, fracasaron y constituyeron el primero de los intentos fallidos por desmantelar la estructura priista.
Luego vino el robo hormiga de estructuras, dirigentes regionales, operadores y demás integrantes de la maquinaria electoral. Desde varias dependencias oficiales, se liberaron recursos económicos, plazas y ciertas prebendas para tratar de cooptar a todo tipo de líderes tricolores en el interior del Estado. Lo consiguieron en muchos casos, aunque también los intentos fueron insuficientes no porque los priistas y sus operadores electorales fueran muy leales o no tuvieran convicciones respecto a su partido, sino porque también hubo innumerables intentos errados, que finalmente terminaron demostrando que se hacía falta más que dinero para llegar a todos los actores necesarios.
Luego vino el intento más claro. Financiados desde quién sabe dónde, un grupo de priistas inconformes generaron una corriente de disidencia que, sin embargo, no fue ni intentó ser considerada por la dirigencia tricolor como una voz discordante aunque parte de la militancia tricolor. Ese grupo, denominado inicialmente Frente Renovador por un PRI para todos”, decidió ir por el rompimiento total y para ello generaron una estructura paralela, desde donde comenzaron a torpedear y cuestionar mediáticamente a la dirigencia de Pérez Magaña.
Tampoco pudieron hacer mucho. Porque más allá de las revelaciones sobre el mal manejo de las prerrogativas y recursos económicos de la dirigencia estatal del tricolor, y los excesos del Dirigente Estatal, lo cierto es que el Frente Renovador pudo incidir realmente poco en las regiones. Su trabajo se decantó en las abundantes pugnas internas. Y, en realidad, tampoco fueron capaces de atraer los liderazgos necesarios para meter en un cuestionamiento de verdad serio a la estructura tricolor que, sorprendentemente, se negaba a variar sus posiciones y a tratar de hacer una tarea incluyente y tolerante, incluso con las bases que sí les manifestaban cierta lealtad o reconocimiento.
SE VENCEN SOLOS
En realidad, nadie más que la dirigencia priista, ha sido necesaria para deplorables condiciones actuales. El priismo “institucional” desde el primer momento como partido de oposición, de todos modos se vio roto por las diferencias e intereses internos. Al no haber Jefe Político que mediara los ánimos belicosos e impusiera el tradicional orden coactivo entre los militantes y líderes, éstos comenzaron a generar una pugna interna que, multiplicada, hoy los tiene al borde del colapso.
Ello convirtió la supuesta convivencia institucional, en una auténtica guerra de todos contra todos. Los mismos compañeros de bancada de Pérez Magaña fueron los primeros que lo objetaron y le exigieron su renuncia. Los líderes de los sectores manifestaron una discreta lealtad a su dirigente. Y cada uno de los líderes regionales que sí seguía aceptando a la dirigencia legítima, no hacía lo mismo con el dirigente, a quien tachaban de poco serio, de demagogo y de promotor de mentiras e incumplimientos.
No mentían. Si algo reveló la verdadera vocación democrática de Pérez Magaña, ha sido su actuación como líder en la oposición. Ya lejos de los reflectores y de la imagen impuesta por todos los sitios como candidato a Gobernador, y ya lejos también de los recursos económicos sin límite y los cientos de corifeos que buscaban agradarlo, éste se presentó como lo que es: como un líder que promete todo aún a sabiendas de que hay cosas que no puede cumplir; que dice que sí, pero no dice cuándo; que falta a su palabra sin ninguna consideración. Y que es capaz de negar lo antes afirmado, y de tomar decisiones de acuerdo sólo a sus intereses, sin importar si éstas dañan los intereses de cualquier otro líder o representante político de su partido.
Esa falta de visión de partido, y su empecinada decisión de él y su grupo por acaparar todos los espacios (como en los tiempos del partido hegemónico en el gobierno), fue lo que finalmente los llevó a ese escenario al que intentaron llevarlo sin éxito sus opositores: el “agandalle” en las candidaturas, ha provocado diversas rupturas y repudios que verdaderamente ponen en entredicho la posibilidad de que el priismo oaxaqueño gane las elecciones y entregue buenas cuentas a la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto.
¿OTRO GABINO?
Eviel Pérez calcula que puede repetir la historia de Gabino Cué: perder los primeros comicios, pero quedar posicionado para acceder primero a la senaduría y luego a una segunda candidatura al gobierno estatal. Lo que no entiende, es que aún con todos los fallos que tiene como gobernante, él no tiene la estatura del gobernador Cué. Mientras él buscó con trabajo ser un líder de la oposición, y construir a ras de suelo sus siguientes aspiraciones, Pérez busca todo desde su zona de confort. Por eso, deja todo a las “inercias”. Y por eso tiene a su partido en francas vías de desmantelamiento.