Desorden: ¿cómo no creer que no hay legalidad?

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Presión, institucionalizada; lucha social, en pleno

En las últimas semanas hemos visto cómo en Oaxaca la legalidad se ha relajado hasta límites insospechados. No es la primera vez que la autoridad estatal se queda arrinconada ante los grupos que organizadamente protestan y, rompiendo el orden, exigen respuesta a demandas que no siempre son legítimas. ¿Vale la pena hoy tolerar que organizaciones y sindicatos sigan en esa dinámica indefinidamente? Es urgente tomar conciencia de ello.
En efecto, si hacemos un recuento de las acciones de protesta de grupos sociales ocurridas en las últimas semanas, veremos cómo cada vez hay más lejanía entre los postulados “sociales” tradicionales y las demandas y disputas que hoy motivan las acciones de violencia. La Sección 22 del SNTE, por ejemplo, mantiene la ocupación de la plaza principal de la capital oaxaqueña, la cual está aparentemente justificada por las negociaciones que llevan a cabo con el Gobierno del Estado y la Secretaría de Gobernación por la aplicación de la reforma educativa.
Quizá esa parte sea relativamente comprensible, pero no que le hayan abierto el paso a docenas de vendedores ambulantes que hoy aprovechan la presencia magisterial en el zócalo y alameda de la capital oaxaqueña, para comerciar productos sin ningún tipo de regulación, y respondiendo a intereses que no quedan claros –es más, ni los abordan, dejándolos deliberadamente como invisibles- ni en las negociaciones con el gobierno, ni en las justificaciones que el magisterio ofrece a la ciudadanía, y tampoco en los acuerdos que toma la Sección 22 al interior de su Asamblea Estatal.
Si esta violación al orden público doblemente aberrante, ocurre a plena luz del día y a la vista de todos, en Oaxaca también la autoridad está traspasando los límites de la tolerancia en otras cuestiones que también la ciudadanía comienza a ver sin sorprenderse. ¿Nos hemos detenido a pensar, por ejemplo, el grado de impunidad y laxitud que hoy en día tolera el gobierno al magisterio, como para que éste sea capaz de ir a tomar, por varios días seguidos, las oficinas de una compañía privada, sin que nadie los moleste tanto por la agresión y el acto de presión que están cometiendo en contra de un particular, como también por el hecho de que con su protesta rompen todavía más el orden y el derecho de paso de toda la población?
Algo muy similar ocurre con las acciones que en las últimas semanas ha emprendido la Sección 22 en contra de las oficinas de la Sección 59, de legisladores priistas, de edificios públicos, de negociaciones, y de todos los que de alguna forma se cruzan en su camino. El gobierno apenas si alcanza a argumentar que la dinámica social y política de Oaxaca es compleja y llena de particularidades, pero sin aceptar que hoy en día estamos dando pasos irremediables hacia una crisis profunda en cuanto a la noción de orden y a la capacidad que debe tener –y no tiene- el Estado para asumirse como autoridad.
¿Qué debemos esperar que pase con la Sección 22? ¿Que sitie nuevamente la capital de Oaxaca y decida romper el orden a gran escala, como ya lo han hecho en el pasado? ¿Por qué nadie le pide cuentas al magisterio ya no de los vidrios que ha roto y de las negociaciones que ha dañado en sus jornadas de lucha, sino de su oprobiosa tolerancia a la presencia de vendedores ambulantes en el zócalo citadino? ¿Sabemos, por ejemplo, a quién le sirven y mantienen todos los vendedores ambulantes que hoy se encuentran auspiciados y cobijados por el plantón que mantienen los trabajadores de la educación en zócalo citadino? Si sí lo sabemos, entonces alguien debería hacer algo. El problema es que la autoridad asume la posición de tolerante y democrática para maquillar lo asustadiza que es; y la ciudadanía se queda indefensa ante acciones que son cada vez más lesivas y violentas.

TODOS CONTRA TODOS
La Macro Plaza tiene menos de una semana en funcionamiento, pero ya lleva más protestas que días laborados. A ese lugar han ido a manifestarse transportistas, materialistas, profesores, taxistas y mototaxistas, que en realidad podrían también responder a las autoridades municipales corruptas que desean tener una participación en el “área de oportunidad” que ofrece la macroplaza a través de la tolerancia a la corrupción.
Hace unos días, por ejemplo, se fueron a manifestar taxistas que querían ser “respetados” en los espacios que dicen que les pertenecen en la nueva plaza comercial, ubicada en jurisdicción de Santa Lucía del Camino. Esa “pertenencia” está basada en realidad, en una única creencia de que la territorialidad también significa un derecho fáctico que en ese caso está a su favor. Por eso, aquellos taxistas fueron a protestar y a agredir a otras organizaciones, como si en realidad no existiera una autoridad de la materia, que en el último de los casos debiera ser la encargada de regular todas esas cuestiones, y no dejarse chantajear por ninguna organización, por numerosa que fuera.
El problema, en este caso, es que la noción de la legalidad y el sentido de la autoridad está totalmente rebasada. Sólo así puede entenderse que no haya noción entre las organizaciones de que primero debe estar la ley y después la fuerza, o de que ellos no pueden pensar sólo en agredir a todos los que se cruzan en su camino tratando siempre de imponer su criterio y sus intereses por la fuerza, y ya sin antes mediar el diálogo o respetar las acciones que pudiera emprender la autoridad para tratar de controlar situaciones de esta naturaleza.
Nada de eso ocurre hoy en día, y eso es preocupante. Ya no se trata sólo de que la lucha sea entre grupos y el gobierno, sino que hoy ésta se da, en los mismos términos, entre gremios y particulares, entre organizaciones de un mismo ramo, o entre ámbitos de gobierno que azuzan a grupos sociales para que vayan a protestar en contra de otros ámbitos de gobierno.

AUTORIDAD, AUSENTE
Esa pérdida de la noción de autoridad puede no tener retorno si la única intención de la autoridad, es la de seguir dando largas y canonjías a quienes deberían ser controlados pero tienen contra la pared a quien debiera ser la autoridad, pero no lo parece. Por eso, hoy la lucha social vive momentos de desenfreno que serán muy difíciles de remediar cuando se den cuenta que la tolerancia sólo sirve para concentrar más los vicios que hoy se permiten.

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