+ No debe haber represalias; pero tampoco sirve borrón y cuenta nueva
Seguramente el gobierno de Oaxaca hizo la apuesta política más arriesgada de toda la administración, al querer tratar con tolerancia un problema que era de distinta naturaleza, como la inconformidad de un grupo de elementos de la Policía Estatal. Ello derivó en dos paros de labores policiales consecutivos; en la politización del problema; en la pérdida de interlocutores y, sobre todo, en la arriesgada posibilidad de dejar en una situación de vulnerabilidad a la ciudadanía. Y ojalá que las soluciones que se ven a la vista, sean —ahora sí— de largo plazo.
En efecto, Alberto Esteva Salinas abrió una auténtica caja de pandora con la Policía Estatal, que no pudo manejar y que ya no se quedó para cerrar. Esteva supuso que a su llegada que la Secretaría de Seguridad Pública de Oaxaca se encontraba en las mismas condiciones que las corporaciones policiales de otras entidades del país, y a pesar de que desde el inicio la misma sociedad civil le envió los respectivos mensajes de que la situación de las corporaciones policiacas en Oaxaca no estaba para bromas y alardes, éste decidió implementar acciones que sólo exacerbaron la molestia de los elementos.
¿Qué hizo Esteva Salinas? Desde el primer día —y por una revancha personal en contra de sus antecesores— decidió desacreditar todo lo que se había hecho, bajo la premisa de que bajo su gestión se conformaría “la mejor policía del país”. Se dio a la tarea de —con los recursos que previamente habían sido gestionados y estaban listos para renovar los equipos de trabajo de los elementos— maquillar la situación de la Policía Estatal con un cambio de colores y logotipos —y con falsas acciones de proximidad social, que ridiculizaban a los elementos y no conseguían acercarlos con la ciudadanía— que, en realidad no atendía ninguno de los requerimientos y necesidades de los uniformados.
Y es que mientras Esteva se preocupaba por mostrar en las calles a los perros policía, u organizar paseos en parques y jardines, con vehículos y elementos dispuestos para divertir a los niños —o impulsar una campaña de valores, que si bien era positiva. no comenzaba por refrendar esos mismos valores al interior de la corporación—, los elementos estaban preocupados por otras situaciones, como conseguir la homologación salarial con las demás Policías Estatales del país, tener una dotación digna de uniformes, viáticos, alimentación y bonos de riesgo, o recibir un trato digno por parte de sus mandos y demás autoridades.
Esto último nunca ocurrió. Esteva, más bien, comenzó a pagar los costos de su frivolidad cuando al intentar presumir sus logros como titular de la SSP, fue corrido —literalmente— del cuartel general de la Policía Estatal, donde hacía sus madrugadoras reuniones diarias de gabinete operativo; y luego le fue organizada una protesta callejera durante el desfile conmemorativo del inicio de la independencia de México, en septiembre pasado.
Esteva no comprendió que la ruta de la distensión pasaba necesariamente por el reconocimiento de los errores que había cometido, y por abandonar la actitud de soberbia con la que llegó a la SSP. No lo hizo. Se envalentonó su actitud y en el cargo, y retó a que los elementos continuaran su paro asegurando que las exigencias que éstos planteaban eran infundadas, y que la “mejor policía del país” era una realidad.
Finalmente el empecinamiento tanto de Esteva Salinas, como de los policías en paro, respectivamente, generó este problema que luego escaló a otro nivel de radicalismo que terminó apuntando hacia un problema sin solución. Cuando ello ocurrió, el gobierno estatal hizo su apuesta más fuerte al preferir el diálogo que la fuerza. Y frente a las endebles posibilidades actuales de solución del conflicto policial, lo que debe demostrarse es que ahora también se tiene la suficiente fuerza como para no permitir que la tolerancia sea tomada como una señal de debilidad.
APUESTA POLÍTICA
Siempre es un problema cuando se pretende negociar con un grupo que no tiene cabeza ni rumbo definido. Esto no ocurrió en la primera fase del conflicto de las corporaciones policiacas, porque sus demandas se reducían a temas concretos como los uniformes, el pago de viáticos, el armamento, los vehículos patrulla y demás insumos que ellos necesitan para desarrollar sus labores. Pero en esta segunda fase del problema policial las cosas se tornaron mucho más complejas porque los mismos elementos inconformes perdieron la noción de lo que pedían y permitieron que su protesta fuera influenciada por grupos expertos en desestabilización.
Pues si los policías en paro creyeron que el viernes pasado ganaron algo cuando al resistir la incursión de la Policía Federal al cuartel de Santa María Coyotepec, permitieron el involucramiento de la ciudadanía en su resistencia, en realidad lo que hicieron fue perder lo poco que les quedaba. ¿Por qué? Porque en ese momento intentaron convertir su problema laboral en un asunto político, y darle el matiz de una resistencia como la que han protagonizado otros grupos en contra del gobierno estatal.
Sólo que la diferencia entre una organización de lucha social y los integrantes de una corporación policiaca, es que los primeros sólo están regidos por los límites que tiene cualquier ciudadano frente a la ley, y la actuación de los elementos de seguridad pública está enmarcada por la disciplina que rige a todas las corporaciones policiacas. Así, lo que ellos habrían podido ver como una victoria, fue en realidad la señal de que sus acciones llegarían pronto a su final, ante la imposibilidad de sostener la tolerancia frente a un grupo sin causa ni noción del contexto de sus exigencias.
Hasta la tarde de ayer, parecía que finalmente este conflicto había comenzado a desactivarse, frente a la amenaza de cesar a los elementos inconformes, y el restablecimiento de la cadena de mando perdida. Finalmente, pareció que la compleja apuesta por el diálogo estaba en vías de fructificar, ante un problema que bien pudo tener una salida de fuerza, por la naturaleza del trabajo y la jerarquía de los policías. Ojalá que en un asunto como éste, el gobierno no vuelva a ensayar apuestas tan arriesgada como la que —parece— está a punto de superar.
LO REAL Y LO APARENTE
Lo aparente: que todo termine en un ajuste de cuentas, en el que haya renuncias de funcionarios y despido de líderes paristas. Lo real: que los policías oaxaqueños laboran en condiciones indecibles. Todo eso, no hay que perderlo de vista.