Comparecencias: es indispensable que deje de ser un circo

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+ La LXIII Legislatura debe demostrar su voluntad de cambio


Esta semana iniciaron las comparecencias de secretarios de la administración estatal ante el Congreso del Estado, como parte de la glosa del Sexto Informe de Gobierno de Gabino Cué Monteagudo. Ese acto, que para algunos aún podría entrañar democracia y rendición de cuentas, en realidad no ha sido sino un circo en el que se ve y se escucha de todo, pero que, objetivamente, no sirve para nada.

En efecto, si los legisladores locales se jactan de ser realmente democráticos y comprometidos con las causas ciudadanas, debían impulsar cambios profundos al formato en el que ocurre la llamada Glosa del Informe desde hace seis años, y que no ha sido otro que el del intercambio de cifras y señalamientos entre diputados y funcionarios, sin que en realidad exista un derrotero claro hacia la rendición de cuentas, y mucho menos hacia el ajuste o evaluación de los temas que son del interés de los legisladores, ante la comparecencia de los servidores públicos llamados a cuentas. De manera importante, y urgente, debían tomar medidas para evitar este grosero circo en el que únicamente se agrede a la sociedad oaxaqueña. Veamos si no.

En los dos primeros días de comparecencias —que son asambleas exprés, por la premura de realizar la glosa antes de que termine la administración de Gabino Cué— quedó claro que aunque pueda haber espectáculo y señalamientos tronantes, básicamente se está llevando el mismo ejercicio de los últimos años. Tanto la participación de los funcionarios comparecientes, como la de los diputados, dieron cuenta puntual de lo que ha sido esta supuesta evaluación legislativa del trabajo de las dependencias estatales, y de la enorme oportunidad de hacer algo positivo por Oaxaca que, como en muchas otras ocasiones, están desperdiciando a la vista de todos.

Y no. El problema no sólo radica en el hecho de que las comparecencias sean un auténtico circo, sino sobre todo en el hecho de que éstas no tienen impacto alguno en la evaluación del trabajo realizado, o en el establecimiento de compromisos sobre las deficiencias. No. Las comparecencias sirven sólo para que los diputados se luzcan señalando, cuestionando y descalificando a los servidores públicos, y para que éstos vayan e informen lo que les viene en gana.

En ese sentido, fue demostrativa la comparecencia del Titular de la Secretaría de Administración, Alberto Vargas Varela. Desde el inicio se estableció que el formato de la comparecencia incluiría una primera intervención del funcionario, para después escuchar los posicionamientos de diputados representantes de cada una de las fracciones parlamentarias integrantes de la Comisión, quienes podrían hacerle hasta tres preguntas. Finalmente, tendrían derecho a participar los diputados en iguales circunstancias, teniendo el funcionario la obligación —se supone— de responder a los cuestionamientos de los representantes populares.

En ese sentido, Vargas Varela llegó al Congreso a hacer una exposición simple y escueta de su primer año de trabajo y, como luego se lo señalaron los diputados, su comparecencia no sirvió sino para hacer una relectura de lo que ya se había asentado en el documento que contiene el último informe de gestión del gobernador Gabino Cué.

Luego escuchó los airados reclamos de varios diputados. Todos, sin excepción, le reprocharon su falta de resultados, su intromisión en temas que no son propios de su función, sobre los abundantes señalamientos de corrupción y negocios al amparo del poder y le formularon preguntas sobre su desempeño que, al final, éste optó por evadir, por confundir o simplemente por quedarse callado.

COMPARECENCIAS “CHIMUELAS”

En este marco, es claro que en las condiciones actuales, las comparecencias no tienen ninguna utilidad real. De nada sirve que cuestionen, señalen y hasta intenten defenestrar a un funcionario, si al final de todos modos la comparecencia no sirve para establecer compromisos a cumplir en un tiempo determinado (so pena de ser separado del cargo ante un incumplimiento), ni es un método para coaccionar al funcionario a un mejor desempeño; y mucho menos es resultado de un trabajo conjunto, verdaderamente en comisiones legislativas, entre los representantes de la administración pública y los diputados locales.

Además, las vociferaciones, las burlas y las exigencias de castigo no sirven de nada, si los diputados no pueden exigir hechos o resultados concretos a los funcionarios, y si tampoco tienen herramienta alguna para ejercer cierta presión o coacción tanto para que informe del estado real en que se encuentra la dependencia a su cargo, como para que se obligue a cumplir con ciertos deberes en los que ha incumplido, en no lo ha hecho satisfactoriamente, o en los que debe mejorar para seguir mereciendo continuar en la responsabilidad.

Sin embargo, como nada de eso existe, todos en la comparecencia reían. Reía el secretario Vargas Varela como gesto de impunidad frente a los legisladores que lo cuestionaban, pero que no podían hacer absolutamente para obligarlo a modificar una sola de las conductas o deficiencias reprochadas. Y también reían los legisladores, cuando lo señalaban, cuando se burlaban, o cuando le reprochaban libremente por su ineptitud, por su falta de resultados, e incluso por sus antecedentes como protagonista de la pintoresca grilla local.

¿MUCHA DEMOCRACIA?

Evidentemente, el resultado es pésimo. Así irá al Congreso, cada uno de los funcionarios llamados a la glosa. Y así, al final, todos dirán que cumplieron con la ley. Por eso la urgencia de que los diputados demuestren interés por revisar esta figura obsoleta e inservible de nuestra “democracia” estatal.

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