+ Es necesario normar y transparentar alianzas y los procesos que ocurren
Estamos a escasas horas de la transmisión de poderes en Oaxaca, y la única constante es la incertidumbre. Parece que eso es parte de la cultura política, que indica que el gobierno saliente hace y entrega lo que quiere, y que el entrante debe alimentar mientras la incertidumbre sobre los grupos a su interior. Esta situación no genera ningún beneficio y sí alimenta el caos que hemos visto en las últimas semanas, y que se agudizará conforme avance la semana. Es necesario repensar con seriedad esto que estamos viendo, para regular y transparentar todo esto, que es opacidad pura.
En efecto, estamos a tres días del cambio de Titular en el Poder Ejecutivo, y los oaxaqueños seguimos esperando que, por ejemplo, se norme la relación de alianza entre los partidos Revolucionario Institucional y Morena, en el Congreso del Estado; seguimos también esperando algún pronunciamiento concreto sobre el proceso de entrega-recepción, ya no sólo en lo documental y administrativo, sino también en el rubro de la gobernabilidad, la seguridad y otros temas estratégicos; y, por si fuera poco, los oaxaqueños estamos en medio de un clima de incertidumbre total por la ausencia de gobierno en los últimos días. Ninguno de estos es tema menor, y por eso es necesario hacer algunos apuntes sobre ellos.
Primero, Oaxaca necesita que, por primera vez, se norme la relación y los compromisos de corresponsabilidad en la conformación de la alianza fáctica entre el PRI y Morena, en el Congreso del Estado. Hasta el momento, las coordinaciones parlamentarias de ambos partidos han negado la existencia de una alianza, aunque los hechos revelan la existencia de un acuerdo político que, por una cuestión de pulcritud elemental —si es que se desea demostrar voluntad de un ejercicio político distinto al de Gabino Cué y su coalición—, debía abrirse al escrutinio ciudadano y, sobre todo, establecer una agenda de trabajo en la que existan no sólo coincidencias para gobernar, sino también compromisos por cumplir y responsabilidades por las cuales responder ante los ciudadanos.
En ese sentido, María de las Nieves García Fernández e Irineo Molina, tienen el deber de clarificar el sentido de su alianza. De hecho, no debieran existir cuestionamientos por definición a una alianza entre esos, o cualquier otro partido, pero lo que sí debe haber es un programa conjunto en el que se defina para qué se alían, qué compromisos asumen, y qué agenda pretenderían impulsar de forma conjunta.
Hasta ahora, lo que hemos visto es que esa alianza ha dado algunos resultados —como Molina presidiendo la Junta de Coordinación Política, a cambio de servirle al PRI como flotador de concertación parlamentaria— pero sin dejar en claro para qué más se están aliando. Por eso, hasta ahora dichos acuerdos sólo han sido vistos como una alianza “a la antigüita” —es decir, opaca, discrecional, pragmática y sin ningún tipo de contenido de agenda—; pero lo saludable para una democracia que se supone que se está transformando —para bien—, debiera ser que ese acuerdo se concretara de cara a los ciudadanos, se formalizara y se le diera un contenido de certidumbre para saber qué están haciendo y decidiendo con la representación popular que los oaxaqueños les delegamos.
ENTREGA-RECEPCIÓN Y VACÍO DE GOBIERNO
Otros dos temas que son concomitantes al cambio de gobierno, es el relativo al proceso de entrega-recepción, que sigue sin abrirse al escrutinio ciudadano; y otro, que es aún más relevante, que tiene que ver con el largo proceso de descomposición que hemos visto en las últimas semanas, en gran medida alimentado por la ansiedad de los grupos en poder de Oaxaca ante las indefiniciones del gobierno saliente y el silencio del gobierno entrante, pero también determinado por esta percepción —al menos constante en las últimas semanas— de que hay un vacío de gobierno en todas las áreas. Este no es un tema menor, y debiera preocupar a las dos administraciones porque todo un estado no puede quedar al garete mientras se definen los entresijos políticos del cambio de la administración gubernamental.
¿De qué hablamos? De que, por un lado, existe la idea de que el proceso de entrega-recepción sigue siendo tan discrecional como en el pasado. Sigue sin haber disposición de las dos administraciones —saliente y entrante— por dar a conocer a la ciudadanía se está entregando y recibiendo. El tema cobra relevancia cuando se asume que no se están transmitiendo bienes y deberes particulares, sino asuntos y bienes públicos, que por ese solo hecho trascienden al interés de toda la ciudadanía. No obstante, lo único que reina es el silencio.
Al lado de ello está el otro tema: hoy la gobernabilidad sufre fuertes presiones, en gran medida porque el gobierno saliente —todo— está preocupado por cerrar la administración y ya no por atender los asuntos relevantes; en el otro extremo, pareciera que también los grupos al interior del gobierno entrante están estresando la gobernabilidad como una forma de presionar los nombramientos y las decisiones relevantes hacia un extremo en específico. El problema es que en medio de ese vacío estamos los ciudadanos que sólo padecemos los efectos de esas presiones, sin que existan la posibilidad de que alguien pueda incidir directamente sobre ellas.
NOMBRAMIENTOS
Por eso, lejos de las perniciosas especulaciones sobre la integración del gabinete, no debiera ser descabellado pedir que los gobiernos —saliente y entrante— nombraran con anticipación, a los encargados —definitivos o provisionales, pero sí con responsabilidad— de los temas prioritarios, como la gobernabilidad, la seguridad y algunos otros, que no esperan ni dan tregua, por las vicisitudes del cambio de gobierno.