Nochixtlán: un año después, una riña pone en claro qué intereses pululan

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+ Peimbert, fustigado por su empecinamiento de mantener latente el conflicto


La riña que se suscitó el pasado 19 de junio en uno de los actos conmemorativos al primer aniversario del desastre de Nochixtlán, entre personas afines al ombudsman local Arturo de Jesús Peimbert Calvo, e integrantes de otras organizaciones periféricas de la Sección 22 del SNTE, es una muestra clara de cómo la aparente lucha por la defensa de las víctimas de aquellos hechos, se encuentra plagada de intereses y posiciones políticas que no necesariamente tienen que ver con la justicia y la reparación a las víctimas, sino con el empecinamiento de mantener viva la crisis incluso a costa del dolor y la revictimización de quienes sí sufrieron algún quebranto en la refriega del año pasado.

En efecto, desde el fin de semana se realizaron tanto en la capital oaxaqueña como en Nochixtlán, diversas actividades conmemorativas al primer aniversario del enfrentamiento en aquella comunidad de la Mixteca oaxaqueña. Cada quien por su lado, tanto la Sección 22 del SNTE como algunas organizaciones afines al titular de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca, Arturo Peimbert Calvo, realizaron actividades encaminadas a rememorar los hechos de aquel fatídico 19 de junio de 2016, así como a denunciar otras violaciones a derechos humanos por parte del gobierno estatal y federal en los últimos años.

Por un lado, la Sección 22 realizó varias actividades culturales y de denuncia, y organizó también una marcha en la capital oaxaqueña además de una caravana rumbo a Nochixtlán. Peimbert, por su lado, invitó al ombudsman nacional, Luis Raúl González Pérez, a encabezar varias actividades como si fueran activistas particulares, y no titulares de sendos organismos autónomos del Estado, encargados de proteger los derechos fundamentales de las personas. Como haya sido, Peimbert y González Pérez dejaron de lado cualquier posibilidad de establecer un criterio equilibrado de acuerdo a su investidura y funciones institucionales, y asumieron el rol de denunciantes como lo hacen integrantes de organizaciones civiles cuya única función se centra en denunciar los excesos de unos sin hacer la revisión de fondo del contexto en el que ocurrieron los hechos.

Así llegaron a Nochixtlán el 19 de junio. Por un lado, Peimbert y las organizaciones que lo respaldan, continuaron con su agenda de actividades; y por el otro, la Sección 22 y sus organizaciones periféricas desahogaron su propio programa de trabajo. La trifulca ocurrió cuando, por la tarde, coincidieron en la población las actividades de Peimbert con las de algunos grupos relacionados con el magisterio. Los ánimos no se moderaron porque en realidad existe un cuestionamiento de fondo relacionado con el empecinamiento de algunos grupos porque no se llegue a una solución de fondo en lo relativo a la reparación de las víctimas del enfrentamiento.

Pues resulta que concretamente, la Sección 22 no ha sido obstáculo para que el gobierno federal y estatal brinden las atenciones necesarias a las víctimas para continuar su proceso de la reparación —económica, médica, moral, psicológica, emocional, social, etcétera—, sino que ésta se ha centrado en exigir el castigo —que todavía no llega— para quienes ordenaron y ejecutaron las acciones que dieron como consecuencia ocho muertos y más de un centenar de heridos durante la refriega del 19 de junio.

En esa lógica, la Sección 22 ha reprochado duramente a otras organizaciones, afines a Peimbert Calvo y a los sectores radicales de la Iglesia Católica, que hayan tomado indebidamente el control de varios de los sectores organizados de la población de Nochixtlán que se supone que tienen como objeto pedir justicia, para llevarlos por el ominoso camino del enredo y la obstaculización sistemática a cualquier solución, en aras justamente de mantener vivo el conflicto, la exigencia y las banderas políticas que eso significan.

PEIMBERT Y SUS EXIGENCIAS SIN SENTIDO

A lo largo del presente año, los grupos de víctimas de Nochixtlán a los que ha comandado Arturo Peimbert, han hecho de todo para no llegar a la solución de sus demandas. A lo largo del presente año, por ejemplo, retuvieron varias veces a los funcionarios federales que venían a atender las mesas de trabajo con las víctimas, y de igual manera se dedicaron a maltratar al personal que venía también enviado por el gobierno federal para brindar atención médica a quienes sufrieron alguna afectación a su salud e integridad física.

Luego, cuando lograron construir el acuerdo para el establecimiento de un esquema reparatorio, Peimbert azuzó a sus afines para que exigieran medidas de reparación que eran incosteables, imposibles de cubrir o solventar, o absurdamente innecesarias para lo que ellos se supone que necesitaban. Cada una de esas exigencias, además, venían acompañadas del amague de desconocer a los funcionarios estatales y federales que participaban en las negociaciones si no se cumplía al pie de la letra lo que ellos estaban exigiendo.

Peimbert ha tenido, desde el día en que ocurrió el enfrentamiento de Nochixtlán, un solo objetivo: mantener vivo el señalamiento de violaciones a derechos humanos y crímenes de lesa humanidad en contra de la administración del ex gobernador Gabino Cué Monteagudo, a quien por extrañas razones —personales o políticas— hoy le guarda un sentimiento de aversión, cuando fue Cué quien hizo todo —incluso torcer la ley— para permitirle su arribo a la Defensoría.

Peimbert, además, tiene otras razones: denunciar sistemáticamente a Gabino Cué ha sido su manera de congraciarse con la administración actual. Éste ha buscado no sólo refrendar la amistad personal que dice tener con el mandatario estatal, sino legitimarse a través de la denuncia al propio grupo que lo cobijó y le permitió el acceso a la responsabilidad que hoy ostenta.

En el fondo —y más allá de sus esfuerzos y poses de aparente rebeldía y compromiso con la defensa de los derechos humanos— queda claro que si existe un paralelismo entre dos ex aliados traidores de Gabino Cué, esos son Arturo Peimbert y Benjamín Robles Montoya: ambos son hechuras de Cué; los dos son pequeños herederos de su gracia política; y los dos lo han repudiado públicamente como su único camino para tratar de mantenerse vigentes. Quién sabe si lo entiendan, pero ambos son reconocidos únicamente como traidores, y socialmente son tan mal vistos como los amigos, “facilitadores” y socios cleptómanos de Cué.

MANIPULACIÓN

Al final, esa es la razón por la que el lunes la conmemoración por los caídos y el desastre de Nochixtlán terminó en trifulca: porque Peimbert ha utilizado vilmente a las víctimas de aquellos hechos como sus arietes en contra del régimen de Cué —y como su base social para venderle al actual régimen la idea de que él tiene el control de Nochixtlán y por eso necesitan sostenerlo y alimentarlo políticamente—; y porque los grupos más radicales que orbitan alrededor de la Sección 22 no tienen ninguna razón para convalidar —con su silencio o con su apoyo— las intenciones manipuladoras de Peimbert porque no se resuelvan los problemas de fondo derivados de aquel enfrentamiento.

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