Mariano Estrada Martínez
Clarea el primer día de enero. Despiertan junto al año nuevo, pretensiones de ejercitarse, casarse, divorciarse o consagrarse al silencio perpetuo de algún convento benedictino perdido en el recóndito y silente bosque.
Yo amanecí con ganas de escribir.
Admiro a aquellos que narran en mil páginas novelas que nunca aburren.
Envidio algunos que sólo les basta un par de estrofas para erotizar el alma del mas beato
Me rindo ante las diecisiete sílabas del haiku o los mundanos tuitazos que caen como guillotina y sentencian en pocas palabras mi estado de ánimo o el rumbo de una nación.
Había una vez… Érase que se era… En un país muy lejano… banderita banderita…
Me detengo y no escribo nada, me aterrorizo.
Se entorpecen mis manos, suelto la pluma sólo de pensar que al leerme en seguida quieran evaluarme, compararme, hacerme memes: “Lord Borgues” me dirían como a Fox. Tengo miedo a ser salvajemente exhibido, racionalmente maltratado. Que si mi prosa…, que si mi métrica…, que si mi ortografía. Sintáctica y gramáticamente vituperado. Quedar atrapado en una sádica fiesta de los letrados, ametrallado con epígrafes envenenados, punitivos, ansiosos de ver correr las sinalefas y las diéresis envueltas en sangre, expuestos mis diptongos, extirpando cual cruel cirujano las mal empleadas sinalefas, tirando al bote de la basura mis diéresis y mis aféresis. Destripando mis textos y dejar exhibidos avergonzadamente los restos ágrafos desvirginizados con lujo de diccionario y violencia.
Vejado, humillado y disipados los deseos de escribir, hago un avioncito de papel que hace dos cabriolas y aterriza en las polvorientas baldosas de mi sombrío cuarto rentado. He perdido mi insipiente oficio literario: no escribiré más, no torturé al cuaderno doble raya. Decido no despertar la ira de la real academia de la lengua y sus espías del Facebook, no maculo la excelsa tarea lectora de nadie.
Quizás el próximo año me atreva a escribir un poco, no sé.
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