Carlos R. Aguilar Jiménez
Cuando se pretende explicar un fenómeno natural, acontecimiento social, político o existencial siempre se podrá recurrir al pensamiento mágico o religioso, así como argumentos por mayoría, consenso o religiosos, como cuando se explica todo por medio de libros sagrados, el Corán, los textos sagrados hindúes o la Biblia, además de, por tradición o autoridad, este último argumento el más utilizado recientemente cuando se acomete defender ideologías políticas y discute con militantes y devotos del partido oficial o decisiones del gobernante en turno, polémicas en las que no cabe ninguna explicación racional, lógica o fundada, porque la autoridad del jefe supremo es la única que vale en función de sus propios datos.
Se puede repetir una mentira millones de veces y no por eso será verdad; se puede defender una creencia sin fundamento y no por ello será real o, millones de personas pueden creer en la divina providencia y no por ello se podrá demostrar, porque la fe se sustenta en dogmas y las ideologías se apoyan en fanatismos que no tienen cabida en discusiones intelectuales o polémicas inteligentes, de tal forma que durante este sexenio en que la ideología oficial polariza la sociedad y enemista a ciudadanos descalificándose mutuamente como: chairos, fifís, pejezombis, neoliberales o adversarios mutuos, unos se defienden con criterios de conjetura y refutación y otros, con argumento de autoridad, defendiendo que si lo dijo el santo padre con su infalibilidad tiene que ser verdad o, si está escrito en la biblia por ser libro sagrado tiene que ser cierto, o igual si lo dijo el presidente, porque la autoridad es argumento suficiente para explicar y justificar todo, de la misma forma que en épocas feudales si lo decía el rey o emperador era verdad absoluta. Hoy la ciencia y filosofía han demostrado que para que algo se acepte como real o auto consistente, mientras sea un paradigma sujeto a la falsación y refutación vale, pero, si se demuestra que no se ajusta a las leyes de la naturaleza, sociales o filosóficas, se debe revisar y en consecuencia descartar o aceptar, pero no por autoridad, a excepción que asumamos que solo nosotros tenemos la verdad, la verdadera religión o el mejor gobierno del mundo, toda la razón y autoridad. Desde el antiguo Egipto hasta el siglo XIX la teoría del derecho divino de los reyes, sustento teológico de sus dinastías, convertía al rey en rehén de la casta sacerdotal que lo legitimaba (la auto coronación de Napoleón al ponerse con sus propias manos la corona, arrebatándosela al papa Pio VII rompió esa tradición) de la misma forma que sucederá en de tres años cuando la infalibilidad y autoridad del gobernante en turno termine y, la realidad se publique, la verdad se conozca y los resultados sean evidentes, para bien o mal, pero ya sin el argumento de autoridad moral, política, ideológica, de partido o de gobierno oficial que hoy es la defensa de quienes todavía creen en la ideología de partido y promesas que se hicieron y no han cumplido, como bajar el precio de combustibles o acabar la inseguridad en una lista casi infinita de incumplimientos y maniobras para defender el argumento de autoridad.
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