CONTRAFUEGO || El Mayo y Trump, los capos

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Aurelio Ramos Méndez

Enseña más sobre la guerra al narco como pretexto intervencionista gringo la captura, en Texas, de El Mayo Zabada, que todos los discursos, amenazas y baladronadas de Donald Trumpo, quien ahora brama que puede derrocar nuestro gobierno.

Decretada en 1971 por Richard Nixon para ser librada a escala global, la guerra ha sido una infame y cruenta engañifa.

Más de medio siglo después ha quedado patentemente establecido que la potencia no tiene ni el más mínimo interés de resolver el fenómeno de las drogas, sino de utilizarlo como subterfugio para presionar y meter sus narices en todo el mundo.

El despreciable Trump dijo que de regresar a la Casa Blanca, incursionará con policías y militares en nuestro territorio porque los narcos podrían derrocar en dos minutos a cualquier presidente, empezando –se entiende– por Claudia Sheinbaum.

Con guerra o sin ella la biografía de El Mayo prueba que tanto en México como en Estados Unidos es factible dedicarse con absoluta tranquilidad al tráfico de estupefacientes ¡durante más de medio siglo!, si se tiene connivencia con la Casa Blanca. 

Zambada inició su carrera delictiva a principios de los 80 y fue aprehendido, entregado o secuestrado apenas el jueves pasado. Se escondía no en la Sierra Madre Occidental, como nos mentía la DEA, sino en Estados Unidos.

Durante los gobiernos de seis presidentes –Ronald Reagan, George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama, Trump y Joe Biden—forjó un imperio que abasteció desubstancias imprescindibles para la estabilidad y la gobernabilidad estadunidense: mariguana, cocaína, heroína, metanfetaminas y drogas sintéticas.

De este lado del Bravo consintieron las andanzas del longevo narco ocho presidentes. Unos por complicidad, ineptitud o temor, otros por estulticia y aun por encomiable vista gorda, porque si al gobierno norteamericano no le interesa proteger a su población, ¡a los mexicanos menos!

Nos referimos a López Portillo, De la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Felipe Calderón Hinojosa, Enrique Peña Nieto y López Obrador.

Hablamos de solo uno de los numerosos mafiosos que, precariamente alfabetizados, campesinos cuyo único pecado ha sido querer salir de pobres, han logrado permanecer durante décadas en el negocio de las drogas.

¿Quiénes? El Chapo, Caro Quintero, Don Neto, El azul, El Grande, El Nalgón… por sólo mencionar a unos cuantos.

Son todos ellos y sus compinches en territorio de EU delincuente dizque perseguidos por la potencia vecina, mediante una impresionante parafernalia bélica suficiente para desencadenar el Apocalipsis por el ejército más poderoso del orbe. ¡A otro perro con ese hueso!

El primitivo Trump dijo que en nuestro país los cárteles tienen poder absoluto y el gobierno está petrificado, mientras los delincuentes podrían remover al Presidente en dos minutos. “Los cárteles están gobernante México”.

La candidata triunfante en la elección presidencial, Sheinbaum, manifestó con voluntarismo que no permitirá que México sea puesto en el centro de la campaña electoral estadunidense, y menos que se le agravie. Suena bien; pero, la verdad, no existe ninguna posibilidad de evitarlo.

Podrá, sí, la próxima mandataria protestar a cada injerencia, sepultar a Biden bajo un montón de notas diplomáticas; mas nada hay efectivo para amordazar al desquiciado y lenguasuelta magnate de la greña anaranjada.

La guerra contra las drogas ha sido una cruenta pantomima liderada por agentes-delincuentes de la DEA corruptos e inmorales, a quienes su gobierno encubre y ceba con oro, lo que convierte al presidente gringo, quienquiera que éste sea, en jefe de la banda.

Desde 2017 sacude a la mencionada agencia el escandaloso comportamiento de una veintena de policías que, sabiéndose amparados por su gobierno, ventilaban en un chat grupal de Whats app, con absoluto descaro, lo que llamaban “gira mundial de libertinaje, trago y prostitución”.

Es decir, farras pagadas con dinero producto de incautaciones de la DEA, en diversas ciudades del mundo, a policías que oficialmente combatían el narco, pero en realidad organizaban orgías y cometían gruesos delitos.

Únicamente uno de esos gañanes –George Zoumberos—está siendo sujeto de investigación interna de la DEA, acusado de violación en España. Decenas de cómplices que participaron en el desvío de fondos y organización de las fiestas son amorosamente protegidos por la Casa Blanca.

En otro escandaloso caso, en 2020 fue detenido José Irizarry, un agente que también decía combatir el narco cuando en realidad era su sirviente, su lavador consentido de dinero.

Condenado a doce años de prisión, Irrizarry le dijo a la prensa refiriéndose a la guerra antinarco y las operaciones encubiertas en que intervino: “No puedes ganar una guerra que no se puede ganar. Todo es un cuento. La guerra contra las drogas es un juego… Un juego muy divertido el que estábamos jugando”.

Se equivoca. En modo alguno se trata de un juego. Parapetado en esa lucha que finge acometer con fanatismo religioso, en su condición de jefe de jefes del narco global, Trump amenaza a México del modo más impune.

El negocio de las drogas existe debido a la ilegalidad del vasto catálogo de substancias ilícitas declarada por Estados Unidos. Al cabo de más de medio siglo, no sólo persiste como grave problema social, sino que se ha recrudecido y diversificado.

En EU mueren al año 100 mil adictos y en México, país de tránsito, el número de muertos por la violencia, la barbarie de los traficantes, alcanza niveles de espanto.

Si Trump aseguró que los narcos pueden tumbar a nuestro gobierno, debemos creerlo y estar preparados. Es una alerta oportuna y debe ser tomada de quien viene: del capo de capos.

Lo que Trump busca en su afán intervencionista, obviamente, es forzar a nuestro gobierno aplicar políticas favorables a los intereses estadunidenses, especialmente en materia comercial y migratoria. Es una lástima que cuente en nuestro país con aliados internos.

Hasta hace algunas décadas la política exterior era uno de los pocos temas de consenso entre los mexicanos, por encima de banderías partidistas. Ya no.

Los colaboracionistas con los gringos ahora son legión. Y, en descargo de El mayo y sus congéneres, entre aquellos no están los narcos sino la oposición, la derecha más rancia y desnacionalizada.

RESCOLDOS 

La alcaldesa electa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, insiste en que fue blanco de una agresión a balazos. La fiscalía de la capital del país, sin embargo, duda de esta versión. Sospecha que fue “un ataque preparado”. O sea, un autoatentado. No se puede quejar José Murat Casab… Hace veinte años que hizo escuela…

A Donald Trump, en cambio, el ataque a plomazos no le dejó –como diría el tango—ni el pucho en la oreja, aunque lo instaló por una semana en la ilusoria inminencia del triunfo electoral. Llegó Kamala Harris y las cosas pasaron de castaño a oscuro. Esto explica la insolencia del expresidente gringo de tildarla de perversa, tonta, inepta y otras lindezas. Estragos de la senilidad o el tamaño del mido…

aurelio.contrafuego@gmail.com

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