Adrián Ortiz Romero Cuevas
Difícilmente alguien desbancará a Enrique Peña Nieto como el político mexicano campeón de la creación involuntaria de memes. Una de sus joyas contingentes para las redes sociales surgió cuando, en medio de la crisis por el incremento al precio final de los combustibles, ofreció un mensaje a la nación y, durante su explicación justificativa, soltó esta perla: “Aquí les pregunto: ¿qué habrían hecho ustedes?”. Esa misma frase puede aplicárseles a todos los expresidentes mexicanos cuando, a toro pasado, se les cuestiona sobre decisiones tomadas durante sus respectivas gestiones.
En efecto, todo esto viene a cuento por el conflicto que han protagonizado en las últimas semanas el expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León y la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. ¿La razón? El primero alega la ilegitimidad de la llamada reforma al Poder Judicial, asegurando que con ello se asestará la estocada final a la democracia mexicana; y la segunda le ha contestado cuestionando una serie de decisiones tomadas hace veinticinco o treinta años por el entonces presidente de México cuando debió enfrentar situaciones críticas como los movimientos sociales o la inminente quiebra del sistema bancario, entre otros.
Frente a ello, y más allá de los argumentos de unos y otros, vale la pena reconocer que, antes, ahora y después, estamos ante claros y sucintos ejemplos de lo que se conoce como “presentismo”. ¿A qué nos referimos con esto? A la tendencia de interpretar y juzgar el pasado utilizando los valores, las normas culturales, las creencias y la comprensión del presente. En esencia, implica proyectar la mentalidad actual sobre eventos y personas históricas, sin tener en cuenta el contexto social, político, económico y cultural específico de la época en que ocurrieron.
¿Cómo se incurre en el presentismo? Al juzgar hechos del pasado con criterios actuales, evaluando acciones y decisiones pretéritas basándose en la moralidad, la ética y las sensibilidades del presente, que pueden ser muy diferentes a las de la época histórica analizada. También se manifiesta al ignorar el contexto, descontextualizando los hechos sin considerar las limitaciones, las opciones disponibles y las cosmovisiones propias del momento histórico.
Otra forma es el anacronismo, el sesgo de información o la dificultad para una comprensión genuina. En el primer caso, se atribuyen ideas, tecnologías o conceptos modernos a épocas en las que no existían. En el segundo, se buscan en el pasado evidencias que respalden las opiniones o valores actuales, ignorando o minimizando aquellos que los contradicen. Y en cuanto a la dificultad para la comprensión genuina, el presentismo la obstaculiza al impedir que entendamos las motivaciones y lógicas de las personas y las sociedades de otras épocas.
Así —y esto sería divertido si no fuera porque en medio están los destinos del país entero— parece muy fácil juzgar, con treinta años de distancia y desde el contexto actual, lo que pasó en 1995. De igual forma, será muy injusto juzgar las decisiones de hoy (como la de impulsar la reforma al Poder Judicial) si dentro de treinta años se intenta enjuiciar a la ya entonces expresidenta Sheinbaum sin considerar las propias presiones del lopezobradorismo y la tozudez de los núcleos duros del movimiento morenista, a los que se ha enfrentado durante el primer tramo de su gobierno.
Seguramente, ni la circunstancia en la que ocurrió el rescate bancario ni lo que pasa ahora en el país dependen de la voluntad de una sola persona. Resulta, pues, muy fácil juzgar y señalar errores cuando ya todos son hechos consumados. Y es exactamente lo mismo que le pasará a la actual mandataria federal cuando le toque ser juzgada por sus respectivos sucesores, no ante el juicio de la historia, sino ante los presentismos que se ejerzan entonces.
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