Carlos R. Aguilar Jiménez.
Hay acontecimientos de nivel histórico y religioso de gran trascendencia que suceden sin que los protagonistas trasciendan la importancia de sus actos, como sucedió con el arribo épico y significativo para la mayoría de mexicanos, ahora devotos cristianos y guadalupanos, al llegar Hernán Cortés en 1519, hace 500 años, medio milenio, a un lugar ya explorado por anteriores expedicionarios españoles conocido hoy como San Juan de Ulúa, iniciando la cristianización.
Los primeros hombres que venían con Cortés y que pisaron aquellas tierras, a nombre de su rey y de la iglesia cristiana, de inmediato se dieron a la tarea de construir un altar para celebrar la Semana Santa que estaba por suceder, iniciando con ello una serie de vicisitudes, batallas, traiciones, ofensivas, hostilidades y masacres contra los habitantes de estas tierras y, respectivamente, de los nativos contra los mismos indígenas y españoles, quienes apoyados en el resentimiento que tenían los pueblos sometidos contra los mexicas, se aliaron con Cortés para tratar de eliminar el imperio azteca, con lo que se logró al fin, dos años después, la caída de Tenochtitlán y la imposición total de la religión católica cristiana, dando de baja a los dioses prehispánicos, en una dinámica de conquista espiritual y material, que al cumplirse este 2019 medio milenio de la llegada de Cortés, la mayoría de mexicanos debería sentirse feliz de que así fuese, porque más allá de circunstancias históricas que puedan ser condenables a posteriori desde la perspectiva de cada quien, lo cierto es que gracias a la Conquista española militar y la Imposición violenta de su religión, hoy casi todos los mexicanos son cristianos, católicos y guadalupanos, conversión que garantiza su aceptación en el Habitáculo de Dios y todos sus Elegidos, y no a las idolatras dimensiones del inframundo prehispánico, al Mictlán, tierra de Mictlantecuhtli, sitio sobrenatural en que creían nuestros antepasados se iban las almas de sus muertos, que luego de haberse dado de baja por el cristianismo, dejó de existir en la cosmovisión mexicana posterior a la conquista para aceptarse fiel y devotamente todo lo relacionado con la Biblia y dogmas cristianos, por lo que, si trascendemos que la vida corporal, como seres humanos de carne y hueso en la Tierra es de máximo un siglo, frente a la eternidad, ante la perpetuidad en que existirán las almas de los muertos a un lado de Dios, lo que menos importa es la existencia carnal, siendo lo valioso la vida en el más allá, en la Gloria o el Cielo, porque es ahí donde después de muertos se irán las almas de los cristianos, y todo esto gracias a Hernán Cortés, porque si no hubiera ocurrido la Conquista aún seguiríamos adorando a Huitzilopochtli, Quetzalcóatl, Mictlantecuhtli y demás dioses prehispánicos que exigían sacrificios humanos para garantizar la vida, el diario aparecer del Sol (Tonatiuh) y la continuidad de los fenómenos naturales bendecidos por los dioses prehispánicos, que de repente se volvieron falsos o inexistentes. Alabado sea Hernán Cortés.
Qué artículo más ridículo y tendencioso.