Mariano Estrada Martínez
6:45 AM del primer día de clase.
Un año y cinco meses después de iniciada la cuarentena María se dispone a llevar a su hijo a que inicie el primer grado de primaria. Echa un último vistazo a las dos bolsas enormes de artículos de limpieza que le han pedido propios para desinfectar más un hospital que para ir al colegio. En la pequeña mochila lleva dos cuadernos, uno de cuadros grandes, uno doble raya, un tóper que huele a cloro, un sándwich dentro de una bolsa de zipzap y media manzana partida en cuadritos perfectos.
– Paco, apúrate mi vida, ponte tu cubrebocas y tu careta y ya ándale que se hace tarde.
– ¿Ya? ¿Cubrebocas? ¿Para qué?
María recarga ambos brazos desnudos y pálidos de meses de falta de sol, los recarga entre la pared y su pequeño hijo, lo mira de hacia abajo, se pone tensa, siente que la cabeza se le dilata, la quijada se le atora y clava su barbilla entre sus clavículas.
– Ponte el cubrebocas y la careta hijo.
– Estaaaá bien. Paquito arrastra los pies y la vida hacia el auto.
Después que a María le devuelve la sangre a la cabeza, proporciona las últimas recomendaciones a su hijo:
– No saludes a nadie, no la choques con nadie, no juegues a las atrapadas con nadie, no compartas comida con nadie, no saludes de beso a Miss Juanita ni a nadie, no tomes de la botella de nadie, no te sientes en la silla de nadie, no toques las cosas de nadie.
Su hijo distraído y en silencio escucha todas las prohibiciones, tiene los ojos abiertos como platos. – Y entonces… ¿para qué voy la escuela? El compás de espera entre la pregunta y el gran suspiro que María exhala dura las últimas dos cuadras antes de llegar al colegio.
A diferencia de otros años no hubo abuelitas lacrimosas despidiendo a sus nietos mientras les dan bendiciones y cinco pesos para la media torta con queso de la cafetería. La orden de la directora era tajante: – Sólo una persona por alumno.
El hijo de María traía sueño, llevaba cinco meses levantándose a las 11:00 de la mañana, además no respiraba bien por el cubrebocas y la careta se le empañaba a cada resoplido. Era hijo único y sin preescolar previo no sabía ni que era “hacer fila por tamaños”. La falta de socialización con otros niños no le produjo la ansiedad anhelada por la madre y por el contrario lo primero que hizo fue correr con los demás hacia los jueguitos.
– Niños vamos a hacer un juego: Un candadito nos vamos a poner el que se lo quite va a perder, 1,2……¡tres!!!!
– Quiero hacer pipí
– Quiero a mi mamá.
– Ya me puedo quitar mi careta.
– La mía se me perdió
– Yo la dejé en los jueguitos.
Lo más higiénico, educativo, completo, heroico y cansado posible se acabó el primer día de clases para niños y misses. Hay que entender que las máscaras ya perdieron su uso desde la época de los juglares y bufones del Medioevo y hoy están en decadencia, más para un niño de seis años. Y digo higiénicamente posible porque a la Miss Juanita se le ocurrió la terrible idea de uniformar todo, hasta el color del cubrebocas.
María, igual o quizás más colérica que en la mañana, después de salir del tranquilo universo de sus cuatro paredes sin tiempos y sin amiguitos de carne y hueso, llega al colegio.
– Vengo por Francisco.
Desde la puerta la maestra de guardia grita en el altavoz:
– ¡FRANCISCO! Ya llegaron por ti-i.
El calor, el tono agudo de la miss y la cantidad de personas le alteran más los nervios a María. Pasa unos segundos, la mamá de Francisco impaciente vuelve a decirle a la Miss de guardia que no ha salido Francisco Badillo.
– ¡Franciiiiiiisco! Francisco ya llegaron por ti-iiii mi cielo.
Dentro del colegio en el patio donde están concentrados los niños pequeños, una acomedida Miss le dice a uno:
– ¿Qué no eres tú Francisco?
– No maestra, yo soy Paco.
– ¿Y tú eres Francisco? Le pregunta a otro niño, este le dice que si y la acomedida miss lo lleva hasta la entrada en donde ya pasaron los cinco minutos más largos de María.
– Aquí está Francisco. La mamá visiblemente alterada y taquicárdica lo toma de la mano jalándolo para afuera del colegio hasta dónde está el coche en doble fila.
– Paco, llevo media hora llamándote carambas.
– Pe….pero…
– Nada de peros Paco, el coche está en doble fila y el papanatas de tu padre no pudo venir a traerte, yo tengo que regresar al trabajo, te voy a llevar con la abuela.
– Pe, Pero…
– ¿Pero qué Paco queeé???? Córrele, ahorita vemos, capaz que ya perdiste tus cosas.
Se suben al carro, Francisco se sienta atrás y comienza a llorar. Entre mentadas e insultos de varios automovilistas, María arranca su coche a sabiendas del tráfico que provocó. Su perturbación es tal que se le botan las venitas de la sien. Transformada en un manojo de nervios le marca a su esposo para contarle y desahogarse. Avanza unas cuadras, el niño llora.
-Hola, ¿Qué pasó, como fue el primer día de clases?, contesta el esposo de María. Lo que sigue es un irritante chisporroteo de quejas que dura tres cuadras. Por fin llegan a casa de la abuela. María no se encuentra bien, sufre de un temor pandémico concentrado. Suspira dos o tres veces. Le desabrocha el cinturón de seguridad de Francisco.
– Ay Paco, en la mañana no te querías poner el cubrebocas y ahora no te lo quitas ni para llorar. ¿Y esa gorra?
– Pe…Pero…
– ¿Pero qué Paco pues? ¡¡¡Pero… pero …pero!!! ¿Es lo único que sabes decir?
Y mientras se quita el cubrebocas azul del uniforme le dice:
– Pero Yo no soy Paco, soy Francisco.
Mientras que en la escuela hay una mamá desmayada y muy feliz Paquito, sigue esperando en los jueguitos a que lleguen por él.
Twitter:
@profemariano1