Una relectura del “El señor de las moscas” de William Golding
Mariano Estrada Martínez
Sólo basta unas cuadras para encontrarte: 20 topes, 96 grafitis, cinco alcantarillas sin tapa, un bloqueo, 34 baches, un ambulante en la calle (no en la banqueta ahí hay siete), cinco perros cagando sus 14 kilos semanales de popó, tres carros chatarras estacionados desde 1975, una montaña de basura en la esquina cuyo semáforo no sirve y paredes pintadas de lo perfecto que nos irá con algunos partidos políticos.
Mientras que Oaxaca se hunde en basura por diversas causas, releo “El señor de las moscas” de William Golding que narra acerca de un grupo de colegiales de entre seis y doce años náufragos en una isla desierta. Al terminar la lectura siento náuseas por el olor a excremento, corrupción y egoísmo de afuera y una profunda generación de inquietudes y metáforas que William Golding retrata en torno a la civilización, la naturaleza humana, los conflictos bélicos, religiosos y sociales con las desafortunadas enseñanzas que les heredamos a los chicos quienes solos y abandonados a su suerte recrean modelos crueles de conducta e irracionalidad en la isla.
Este libro me atrapó como pocos en la lectura crítica de mi propia sociedad oaxaqueña caída en algunos sectores. En sus páginas William Golding describe el desencanto que dejó la Segunda Guerra Mundial y la amargura del autor que cree que la humanidad está perdida porque “la Bestia” vive en el corazón de los hombres. Los niños de la novela le temen a “La bestia” que habita en la isla y de a poco descubren algunos que la “bestia” sólo vive en el corazón de algunos de ellos y les genera egoísmos y cierto placer por la crueldad contra los pequeños y contra los que buscan lo mejor (Piggy, Simón y Ralph) pero que son acallados y lejos de vivir en un posible paraíso lo vuelven un infierno donde deben cuidarse unos de otros.
Es indudable que el Estado de Derecho es el que nos mantiene unidos y relativamente libres de agresiones en las sociedades “civilizadas” y “El señor de las moscas” nos alerta sobre algo enorme y fácil de detectar en la naturaleza humana y en la ciudad de de Oaxaca: los seres humanos, dejados a nuestra suerte, sin buen gobierno y sin correcta educación (paros, ausentismo, mala calidad de la enseñanza básica) somos malos y nos dejamos llevar por el egoísmo y la codicia.
William Golding simboliza en torno a ese estado de derecho fallido cuando se establecen dos líderes, por un lado, Ralph que quiere organizarlos y poner reglas y Jack que dirige a los cazadores y sólo se preocupa por sobrevivir cueste lo que cueste.
En el Señor de las moscas el autor plantea que el mal está dentro de cada individuo incluso hasta que los niños (estudiantes, acólitos, coristas) se vuelven completamente salvajes bajo el mandato de los líderes negativos y el miedo irracional de todos los chicos a la inexistente bestia.
Los bloqueos en la ciudad son un ejemplo perfecto que describe el deseo y la dinámica de ignorar y molestar a los niños pequeños en la novela. La tiranía de los niños grandes se vuelve latente hasta el asesinato, poderosos salvajes que mediante el miedo y la fuerza reprimen al resto para obtener lo que ellos quieren.
William Golding presenta una especie de laboratorio de la naturaleza humana para examinar lo que sucede cuando los niños son abandonados a su suerte, dejan a un lado la moralidad para dar paso a la superstición, dejan a un lado las reglas para dar paso a la ley de la jungla, dejan a un lado el compañerismo para dar paso al individualismo y dejan a un lado la bondad para dar paso al placer de la crueldad. El famoso homini lupusde Hobbes. William Golding deja claro que hay bien y mal, que hay deseos de sobrevivencia comunitaria pero también hay un deseo insano de disfrutar hacer el mal por el simple hecho de hacerlo. El 2020 nos ha dado lecciones que no aprendemos. No es posible que sigamos culpando a los chinos cuando sacamos a los perros a cagar para que el viento nos haga respirar pura mierda y cuando desde sus grandes camionetas de lujo algunos tiren sus bolsas de basura en las calles.
Se puede o no estar de acuerdo con William Golding. Hay quienes afirman que exagera y algunos más que se queda corto. Lo leo hoy y a partir de la propia experiencia lectora en el autobús varado en el bloqueo que cierto sindicato de la “máxima casa de estudios” mantiene en los principales cruceros de la ciudad, me ha hecho llegar a la conclusión, no sé qué tan acertada sea, de que Oaxaca se compone de un conjunto de individuos con diferente grado de evolución: desde sabios, santos, ecologistas y héroes sin capa hasta los criminales más sanguinarios, pasando por un amplio rango de “oaxaqueños normales” que nos hemos acostumbrado a sortear los bloqueos y las coladeras sin tapa ya como una circunstancias mínima de operatividad sencilla.
En el libro de “El señor de las moscas” está el caso de Simon y Jack. Simon está en un grado de evolución superior y se detiene siempre a ayudar y reflexionar, pero las circunstancias le son favorables Jack, el fuerte y malo de la novela y eso hace que la mayoría de lo chicos esté de su parte y entre todos acaben con la vida de Simon a pedradas. Cuando las circunstancias favorezcan a los más evolucionados (maestros de aula, científicos, artistas, ecologistas y uno que otro político honesto) todo iría relativamente bien, pero cuando favorecen a los menos evolucionados (usted ponga los ejemplos) se genera el caos. La evolución como ciudad de Oaxaca es una cuestión de siglos, por eso no hay que perder la esperanza de que en su conjunto volverá a ser el paraíso perdido de la Verde Antequera bañada por dos limpios ríos el Atoyac y el Río Salado.
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