Carlos R. Aguilar Jiménez
Inmersos en una pandemia, la peor en toda la historia de la humanidad debido a que se convirtió en global por el veloz intercambio de pasajeros en viajes internacionales, luego de casi dos años de que apareciera el original virus que provoca la Covid-19, debido a su alta tasa de reproducción y velocidad de mutación entre genealogías de este microbio sujeto a las leyes de Malthus y especialmente de Carlos R. Darwin, según la cual las especies subsisten debido a la supervivencia diferencial de los más aptos, que en la teoría evolutiva, son las mutaciones o variaciones idóneas las que permanecen a los entornos cambiantes y, extinguen las que no se adaptan, ya que no puede haber duda de la evolución, porque se está demostrando una vez más con el virus SARS-COV-2, que provoca la enfermedad de Covid-19, que la evolución, mutación o variación de las especies es una realidad, como la variante Delta o la nueva de Sudáfrica.
La humanidad vivió y creyó durante los últimos XX siglos, según dogmas religiosos, principalmente entre creyentes en la biblia, que los humanos fuimos creados a imagen y semejanza de un Dios: Y entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente…Y de la costilla que Dios tomó del hombre, hizo a una mujer y la trajo al hombre” explicándose así que todos los seres vivos, incluido el hombre y mujer, habían sido creados tal y como somos en morfología, anatomía, fisiología o constitución física, sin cambio alguno desde el Génesis, por supuesto y con ciertas dudas de libres pensadores, hasta que se publicó en 1859 el libro de Darwin: “El origen de las especies”, considerado el fundamento de la teoría de la bilogía evolutiva a partir del cual nada biológico se puede entender si no es bajo la óptica de la teoría de la evolución, de tal forma que, en estos tiempos de pandemia se comenta, informa o trasciende, sin que nadie dude respecto de las mutaciones, las variantes, aceptando que los microbios mutan, de la misma forma que todos los seres vivos tal como demostró Darwin, y si entre microbios las mutaciones son muy rápidas porque nacen nuevas generaciones en unos días, y entre los grandes organismos como los mamíferos y humanos las generaciones dilatan décadas en tener hijos, el mecanismo bilógico de reproducción y mutación o diferenciación genética (mutación) es el mismo, trascendiendo entonces que no somos ángeles caídos, sino primates erguidos, descendientes de antropoides y homínidos como Lucy, nuestro ancestro encontrada como fósil de australopitecos afarensis en 1974 en Etiopia, un conjunto de fragmentos óseos pertenecientes al esqueleto de un homínido con antigüedad de 3.2 millones de años y que, como nuestra abuela, sus descendientes desde entonces en todas su mutaciones o variantes, se han adaptado, evolucionado a los hombres y mujeres que somos ahora: Homo Sapiens, en una dinámica evolutiva sujeta a la supervivencia diferencia de los más aptos, en la que en cada generación sobreviven los que se adaptan, modificando constantemente aspecto, anatomía y fisiología en función del cambio ecológico, ambiental y adaptación, variantes, de los virus que nos quieren comer.