Carlos Morales
A los agentes policiales que aquella madrugada, de mala gana, revisaban el autobús, en un retén cerca de Miahuatlán, el agradable aspecto del joven les llamó la atención. Le pidieron mostrara el contenido de su maleta. Encontraron sombreros colombianos, textiles mapuches y kichwas. Dos libros: el Diario del Che en Bolivia y el Manual de supervivencia en la Sierra. En otro compartimento un par de botas de alpinismo, playeras estampadas con la imagen de Korda y una boina al estilo del guerrillero heroico. En un sobre de papel de periódico un vegetal verde y seco al parecer marihuana.
El joven intentó explicar las razones del envoltorio pero los oficiales aplicaron el primer nivel de las reglas del uso la fuerza y lo subieron a la camioneta policial. A las ocho de la mañana “fue puesto a disposición del representante social.”
A las once de la mañana ya había desayunado. Lo entrevisté en los separos de la Fiscalía, como parte de mi trabajo de defensor público federal, me dijo su origen, nombre y edad. Su acento bonaerense le impedía negar la cruz de su parroquia. Vestía bermudas y una sudadera Hang Ten. Sobre la frente caían unos rizos desordenados. Había salido de Buenos Aires hacía unas semanas y había recorrido pueblos y ciudades de Chile, Colombia, Perú, Panamá y ahora México.
—¿Eres guerrillero? pregunté.
—Sólo soy un estudiante de medicina que sigue los pasos del Ché. La revolución no ha muerto y debemos mantener viva la llama de la rebeldía. Vengo a recoger la experiencia de los pueblos en lucha y a tender redes de solidaridad internacional. Mi padre trabaja en la presidencia de don Fernando de la Rúa.
—¿Y la mota?
—En el Distrito Federal, unos amigos me hablaron de ese paraíso en la tierra, llamado Zipolite y estuve en ese lugar cinco días comiendo, cantando y durmiendo a la intemperie. En el penúltimo día conocí a una joven morena que me regaló el envoltorio. Los mejores viajes de mi vida los hice en ese pueblito con mar. Tengo una preocupación, abogado, me dijo, mi vuelo de regreso a Buenos Aires sale mañana al medio día, del aeropuerto de la Ciudad de México. Además, hay algo que no le he dicho, en mi cuerpo tengo oculta una navaja suiza que quiero entregarle a usted.
Se fue a un rinconcito, hizo algunos gestos y regresó con una navaja verde Remington en la mano. La tomé con una hoja de papel bond y la metí con asquito en la bolsa de mi
pantalón.
Continuará…