Aurelio Ramos Méndez
Convengamos, sólo en gracia de discusión: “Hoy la presión sobre los medios de comunicación es similar a la que se ejercía desde Los Pinos en tiempos del antiguo sistema político”. De ser esto cierto, resta saber con nombres y apellidos quién o quiénes ejercen tal presión, y cuáles son los medios y quiénes sus dueños o concesionarios víctimas de semejante práctica antidemocrática.
Los 46 abajofirmantes que hace una semana, en carta abierta, denunciaron tales presiones y demandaron equidad en la cobertura de las candidaturas presidenciales, porque perciben que el periodismo favorece a la abanderada de Morena, les quedan debiendo a la opinión pública datos imprescindibles.
Mal pueden aspirar a concitar solidaridad y simpatía con su causa, si ocultan detalles para normar el criterio de los ciudadanos, de modo que estos puedan estar en aptitud de exigirle al gobierno federal frenar la censura y castigar a los censores.
Los suscriptores de la carta están ante la obligación cívica de precisar su denuncia, aportar nombres, circunstancias y desenlaces de las presiones, o quedar como una manga de grillos acomodaticios, rebañegos, maniobreros, oportunistas y logreros.
¿Es el Presidente de la República quien ejerce esas presiones? ¿Uno o algunos de sus colaboradores? ¿Específicamente de qué manera se hace?
¿Quiénes son los empresarios periodísticos que sufren o han sufrido esas presiones y cuál ha sido su respuesta frente a los interventores?
¿Se ha buscado que los medios depongan la gritería esquizofrénica de que nuestro país está hecho pedazos, y, en cambio, le canten loas a la administración? ¿Se ha exigido el despido de periodistas? ¿De quién o de quiénes?
¿Los empresarios han reaccionado mansitos y con miedo, como desamparados vendedores de cacahuates en las esquinas, y han atendido las hipotéticas exigencias y obedientes han despedido a sus trabajadores?
O, por el contrario, ¿han opuesto resistencias con la dignidad y noción del peculiar rubro empresarial en que accionan, por más que algunos son también contratistas del gobierno y construyen cárceles, carreteras, pistas aeroportuarias, hospitales, o usufructúan campos de golf o regentean agencias de publicidad?
¿Se conoce si, en cabal asunción de su poder económico, alguno o varios de ellos han adoptado la actitud desafiante que les dan sus fabulosos caudales?
Son estos sólo algunos de los interrogantes que el grupo de los 46 debe responder con precisión, si tienen un mínimo respeto por los destinatarios de su escrito.
Tiene que ser así, porque los ciudadanos del común carecemos de referencias distintas de las que cotidianamente exhiben, de manera pública, los propios medios.
Y porque, en las mañaneras, lo que hemos escuchado del Jefe del Estado es que hay irrestricta libertad de expresión y no existe ni un solo caso en que él o alguno de sus funcionarios haya siquiera deslizado la sugerencia de que algún comunicador en particular sea despedido.
¿Quién miente, el Presidente o cada uno de los 46 abajofirmantes?
Entre los signantes se cuentan comunicólogos y especialistas del tema de medios, politólogos, exconsejeros electorales, escritores, exsecretarios de Estado, ministros de la Corte. Aquí unos cuantos nombres:
Agustín Basave, Ángeles Mastreta, Carlos Elizondo Mayer-Serra, Arturo Sarukhán, Diego Valadés, Federico Reyes Heroles, Héctor Aguilar Camín, Héctor de Mauleón, Jaqueline Peschard, Jorge Castañeda, José Antonio Crespo, Julio Frenk, José Ramón Cossío, María Amparo Casar, Raúl Trejo Delarbre.
Personajes de quienes se presume que cuidan su reputación, soslayan la mentira, saben lo que dicen, y al difundir su carta no reflexionaron, como diría Xóchitl Gálvez, “a ver si es chicle y pega…”.
Sabían lo que dijeron, obviamente, cuando afirmaron que “los medios pueden cumplir cuantitativamente con tiempos equitativos, pero también pueden privilegiar cualitativamente una candidatura en detrimento de las demás”.
Y aquello de “el discurso del presidente López Obrador acerca del ‘cerco mediático’ en su contra y la hostilidad que, afirma, recibe por parte de la mayoría de los medios de comunicación, no resiste el análisis factual”; es decir, de los hechos, la cruda realidad.
O, cuando demandaron “que en los canales estelares de la televisión abierta y en los horarios de máxima audiencia, se den iguales espacios de calidad a ambas candidatas, tanto en cobertura como en entrevistas”.
La queja de los abajofirmantes, por fortuna, atañe a un asunto cuyos elementos de juicio están a la vista de todo el mundo, abiertos al escrutinio público.
Así las cosas, se necesitaría vivir en otro planeta para desconocer cuál ha sido, desde el arranque del sexenio, la postura obcecadamente obstruccionista de los principales medios y nuestros más famosos e influyentes periodistas, con respecto a las acciones de gobierno.
Las hemerotecas hablan. Tan solo unas horas, en el inicio del sexenio, medios y periodistas observaron su histórica actitud de obsecuencia o de plano sumisión y lambisconería al gobierno.
Pasaron del sometimiento al desafío y hasta el insulto y la grosería tan pronto le tomaron la medida al Jefe del Ejecutivo y se percataron de que podían decir, sin riesgo ninguno, lo que se les viniera en gana.
Basta con abrir los periódicos o escuchar y ver la radio y la televisión, o revisar las redes sociales para darse cuenta de si ha habido o no libertad de expresión, y si tienen razón los quejosos al reclamar equidad con el cuento de que se favorece a Claudia Sheinbaum o simplemente ejercen su libertad de presión.
¡Si hasta corre el rumor de que, de tan frecuentes, Ciro ya ordenó decorar un estudio exclusivo para sus entrevistas a Xóchitl!
Un principio general de derecho establece que quien acusa está obligado a probar de modo convincente sus aseveraciones. Corre el tiempo para los 46.
RESCOLDOS
Los amanuenses de Genaro García Luna –son legión— alistan sus plumas para defenderlo, a medida que se acerca la fecha del juicio al poderoso narco. Uno de ellos, en una maraña de fechas y nombres, llegó al desvarío de hablar de un pacto México-EU para enjaular al angelito. ¿La razón? Que García Luna, en los linderos del heroísmo, se negó a colaborar con Amlo para desmantelar por completo el anterior sistema político…
Decepcionantes han resultado las listas de candidatos a diputados y senadores de todos –todos– los partidos. Están los de siempre, en algunos casos apenas con distinta camiseta. Faltan caras nuevas, representantes genuinamente populares, y sobran personeros de las élites, caciques y vividores de la polaca. ¡Viva el cambio!
Son tan copiosas las mentiras de Xóchitl Gálvez que ya es imposible discernir en su discurso lo verdadero de lo falso. La cereza en el helado la puso el grupo Molotov, al negar que hubiera compuesto una canción en honor de la panista. ¿Bochornoso? Para nada. Hace rato que ella perdió la vergüenza.
aurelio.contrafuego@gmail.com