Reconquistar la necesidad de las palabras

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Antonio Gutiérrez Victoria

Durante algunos meses he coqueteado con la tentación de empezar a escribir una columna. Me han retenido ciertas inquietudes: la inexperiencia, la repetición y la falta de motivación. ¿Cómo salir de ese fango?

La inexperiencia, porque ¿de qué cosa podría escribir un joven? En el amanecer de la vida está todo por conocerse y ser explorado. Y quizá sea esa su función primigenia: antes que una muestra de lo que se conoce, sería una exploración constante de lo que uno va descubriendo. Y en esta podría observarse, entonces, como proceso, las ideas que van dando forma a una mente. La columna como proceso de aprendizaje, de conocimiento y de exploración.

La repetición, pues, de nuevo: ¿qué cosa nueva podría decir un joven sobre el mundo? Aquello de que la historia se repite resulta ya un lugar común. Tal como lo señala Emiliano Álvarez en su Ensayo biográfico sobre Mariano Azuela, es la historia —“ese autómata invencible que esconde un enano maestro”— la que nos “impone la triste necesidad de repetirnos”. Pienso, por ejemplo, en las columnas de opinión política que tratan el acontecer de la vida pública como una novedad, aunque ciertas situaciones se repitan una y otra vez.

Aun así, me parece que este no deja de ser un espacio valioso para compartir las ideas que uno va encontrando mientras lee. Sobre todo, porque creo en aquello de que la lectura no se impone, se contagia. El acto por el que se aprende algo de una buena frase, incluso de un buen libro, me parece que consiste en compartirlo con cierta alegría.

La motivación, por otra parte, me lleva a las siguientes preguntas: ¿Vale la pena hacer algo así? ¿Son suficientes las razones anteriores para asumir una responsabilidad como la de escribir? ¿Cómo escribir algo original en el mundo de la inteligencia artificial? ¿Es necesario, o siquiera posible, ser original? ¿Alguna vez lo ha sido? ¿Vale la pena escribir, aunque nadie te lea?

Cada uno escoge su respuesta a la primera y a la última pregunta. Uno se construye su propio sentido para hacer lo que le gusta. Si se escribe, quiere decir que algo vale la pena para ser escrito, incluso cuando escasean los lectores.

Quizá sea eso lo que me motiva a presentar aquí una cita que me ronda la cabeza desde hace un año. No encuentro mejor ocasión para compartirla. El escritor chileno Alejandro Zambra, en su singular colección de reflexiones sobre su propia obra, observa que entre los personajes de su novela Bonsái existe una tensión entre dos generaciones: la de los escritores consagrados y la de los jóvenes, estos últimos tienen el desafío tan grande – dice Zambra – de “encontrarse con el peso de las palabras, reconquistar su necesidad, incluso cuando sabemos que se han vuelto todavía más transitorias, más perecederas, más borrables que nunca”.

He decidido, al menos por el momento, tomar esos tres puntos de partida para comenzar, si no una columna por lo menos una colaboración que espero sea semanal y que me sirva, de cierto modo, para reconquistar la necesidad de las palabras en una era que se empeña en hacerlas efímeras.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura o el pensamiento de “Al Margen”. La empresa periodística se deslinda de cualquier comentario o punto de vista emitido en este texto, ya que estos corresponden al criterio personal del articulista. 

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