Pactos partidistas: somos el país de la farsa

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+ Alianzas con los enemigos, un asunto común

 

En México, hemos tomado decisiones respecto a nuestra historia que más que buscar reivindicar ciertos valores nacionales, lo que buscan es tratar de engañarnos. Eso pasa, por ejemplo, con personajes como el general Antonio López de Santa Anna, que fue once veces Presidente de México, que militó lo mismo en el conservadurismo más acendrado que en el liberalismo más radical, que en diversos momentos llegó al poder apoyado por unos u otros, y que fue quien entregó a Estados Unidos más de la mitad del territorio nacional. Aunque la historia nacional esconde su “legado”, y para eso disimula todo un periodo de México como nación independientemente —como tratando de que con el silencio todo quede en el olvido—, lo cierto es que no hay en México personaje más actual que el general Santa Anna.

En efecto, el general Santa Anna representa en la historia de México una historia de pragmatismo, y de ambición de poder y gloria, llevada al extremo. Todo aquel que conoce la historia de ese personaje, sabe que llegó al poder por la victoria circunstancial que obtuvo ante el intento de reconquista de México por parte de la Corona Española a través de Isidro Barradas en Tamaulipas; que llegó al poder presidencial por primera vez apoyado por los liberales que defendían la causa federal.

Y que luego ejerció el poder a través de todos los vaivenes ideológicos posibles, aprovechando también la circunstancia de que en ese tiempo los mexicanos no concebían otro líder —lo llamaban “el Salvador de la Patria”, “el Napoleón de Occidente”, o el “Benemérito de la Patria”— más que a él, y por eso, aún con todas sus contradicciones, traiciones, bribonadas e ineptitudes, siempre terminaban regresándole el poder.

¿Por qué asegurar, en ese contexto, que no existe en México personaje más actual y vivo que Santa Anna? Porque, si vemos su actuación como Presidente de la República y como Líder Nacional, podremos darnos cuenta que ejerció esas potestades siempre sin importar si sus decisiones, acciones, alianzas y traiciones, cumplían con los requisitos mínimos de congruencia ideológica, política o partidista que se supone que, como requisito esencial, deben tener todas aquellas personas que ejercen el poder público.

Y es que, aunque hoy México es una nación que comienza a ser madura, que tiene un sistema de partidos, que está sostenido por una democracia constitucional, que tiene instituciones y que desterró a los caudillos, lo cierto es que en los hechos seguimos viendo esos mismos rasgos de incongruencia, de oportunismo, de ambición y de voracidad por el poder por parte de la gran mayoría de los actores que participan de la vida pública.

Si nosotros consideramos como algo abominable que el general Santa Anna pactara sucesivamente con puros y conversos con tal de mantenerse en el poder; si nos parece reprobable que un día fuera liberal y al siguiente conservador; si nos parece indecible el hecho de que llegara a pactar con los enemigos de la nación con tal de no salir él perjudicado de las decisiones y circunstancias nacionales; y si nos parece insostenible el hecho de que no tuviera empacho en traicionar públicamente su palabra, sus convicciones y sus alianzas con tal de no perder… entonces lo único que estaríamos haciendo es engañarnos.

Esto porque eso es exactamente lo mismo que ocurre hoy, con hechos y decisiones que están a la vista de todos, y que aun cuando a todos debían causarnos alarma y vergüenza, lo cierto es que las aceptamos con el mismo grado de desdén que los partidos y las fuerzas que luchan por el poder, tienen por las convicciones políticas, ideológicas y hasta morales que dicen defender. Por eso, en nuestro sistema político existen docenas, quizá cientos, de modernas representaciones de ese general Santa Anna, a quien no le importaba aliarse con el diablo, con tal de no perder el poder.

 

BOTÓN DE MUESTRA

Veamos si exageramos o si, por el contrario, estamos ante hechos vergonzantes que son tomados por todos —por todos— con una tranquilidad alarmante y preocupante. Y es que hace dos días, las dirigencias nacionales, y los diputados y senadores del PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano, pactaron integrar un “frente” para caminar aliados durante los seis años del Gobierno de Enrique Peña Nieto.

Según información difundida sobre ese tema, los líderes nacionales de esos partidos anunciaron que su alianza será legislativa y política, con la intención de evitar que regrese el autoritarismo, la corrupción y las prácticas clientelares que prevalecieron en el pasado. Los representantes de las tres fuerzas informaron que cerrarán filas, para caminar juntos y organizados durante el próximo sexenio. Adelantaron que el primer paso será repetir en la Cámara de Diputados el bloque que construyeron en el Senado con la finalidad de aprobar una reforma laboral que acote el poder discrecional de las dirigencias sindicales en el manejo de recursos millonarios.

Aunque el tema de la transparencia sindical parece loable (pues habría que revisar con detalle hasta qué punto esa es en realidad una bandera democrática, y no simple demagogia para quedar bien con los votantes), lo cierto es que esta decisión es inescrupulosa de extremo a extremo, y lo único que revela es que, en la derrota, cualquier partido está dispuesto a perdonar a sus agraviantes, e incluso también está dispuesto a aliarse con ellos. Sólo así puede explicarse este “frente” anunciado por el PAN y las fuerzas de izquierda a través de sus representaciones nacionales.

La incongruencia es total. Pues si vamos al solo ámbito federal, podremos darnos cuenta que si Andrés Manuel López Obrador perdió la Presidencia fue en gran medida por la intervención presidencial a favor de sus adversarios comunes; que el PAN y el PRD han sido los enemigos históricos en estos doce años de primera alternancia; y que en entidades como Oaxaca unos y otros han demostrado que las alianzas por el poder sirven sólo para repartir posiciones pero no para abanderar causas genuinas de la población, o de sus partidos, que tengan o representen cierto origen ideológico y de congruencia.

 

¿LA DERROTA PERDONA?

Esa tendría que ser una pregunta fundamental: ¿el solo hecho de la derrota común a manos del PRI, hace que PAN y PRD depongan sus convicciones ideológicas y se alíen lisa y llanamente entre sí para encarar al gobierno? Qué incongruencia. Lo único que faltó es que enmarcaran ese anuncio con un retrato del general Santa Anna.

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