¿Le preocupa al gobierno el respaldo de la sociedad?

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+ Muestras de hartazgo: primeros “llamados de alerta”

 

Parece una escena tragicómica que los legisladores federales por Oaxaca hayan logrado un gasto público mayor al del presente año, pero que todo se dé en medio de una de las peores crisis de legitimidad que enfrenta, en su conjunto, el poder público en México. Este no es un asunto que única o particularmente involucre a nuestro Estado: en realidad, esta es apenas una pequeña arista de una situación cada vez más enrarecida que vive el país. Las brechas entre la sociedad y el gobierno se hacen cada vez mayores. Y lo peor, es que a muy pocos de los que ven el escenario nacional desde el poder, eso parece preocuparles.

Existen hoy muestras claras, quizá más que nunca, de que el poder público enfrenta estructuralmente una crisis de legitimidad. El caso del presupuesto de Oaxaca para 2010 es muestra de ello. ¿Por qué? Porque mientras desde el poder se laureará la hazaña de los diputados federales que lograron más gasto en los tiempos de escasez de recursos públicos, desde las trincheras de la sociedad seguirá permeando la incertidumbre por la complicada situación económica y la inconformidad por el alza de impuestos.

Los primeros tendrían que ser más cuidadosos, y menos triunfalistas e insensibles, ante las reacciones de los segundos: el público fácilmente podrá tomar el alza de impuestos como una forma poco decorosa de financiar la prosperidad del gobierno en estos momentos de crisis. Es decir, que los parabienes que en otros momentos podrían prevalecer tanto en el sector público como en las esferas sociales, ahora podrían no ocurrir. Esto se da no sólo por el alza de impuestos o la crisis económica en sí: más bien, pasa porque, al final del día, el ciudadano no percibe qué beneficio directo podría tener por esa bonanza en las arcas estatales.

Esto, sin embargo, no es un asunto privativo de Oaxaca. En cada uno de los rincones del país, dichas muestras de escisión y desapego se están reproduciendo. Existen razones suficientes para ello: los últimos años han sido de crisis recurrentes. En el repaso, podemos encontrar que lo mismo han ocurrido crisis sociales —como la de Oaxaca en 2006— que graves explosiones de inseguridad, violencia e incertidumbre, como las que todos los días se viven en diversos estados del centro y norte de la República; pasamos también por una crisis alimentaria; la gravísima crisis económica; el crack financiero, la pérdida de empleos; la caída del peso… e incluso una crisis en el sistema de salud, ante el brote de influenza.

Esto debería llevar al sector público a, ahora sí, entender una condición ineludible: los actuales, están lejos de ser momentos de celebración o júbilo. A la ciudadanía, recurrentemente se le ha solicitado comprensión, sacrificio y entereza. Ha habido respuesta puntual, y positiva por parte de los mexicanos. Sin embargo, es evidente que nadie tiene el deber de soportar lo extenuante por tiempo indefinido. Y es claro que en estos tiempos en los que lo fundamental que tendría que existir en el poder público es la sensibilidad, tanto los grupos de poder como los partidos, las fracciones legislativas y los gobiernos parecen estar actuando en sentido contrario. ¿Por qué?

Porque hoy más que nunca están a la orden del día los arreglos entre facciones, que remarcan un elitismo, y el desapego ciudadano que le viene nada bien al país. Si el ciudadano común se siente cada vez más desencantado y menos conforme, lo menos que se tendría que hacer es abonar esos sentimientos. No es un problema de dinero, sino de actitudes. Debería tomarse con especial precaución, un asunto como este.

 

PODER Y DISYUNTIVAS

En el gobierno de Oaxaca y los diputados federales del PRI que lograron un buen presupuesto —que será histórico por el momento pero no por el monto, y mucho menos por la forma en cómo lo lograron—, seguramente entraron en una primera disyuntiva, que es comprensible: ¿Por qué no pactar todo tipo de arreglos, con tal de conseguir más dinero para el estado? Era su obligación política, y su deber moral hacerlo. La segunda disyuntiva, que aún no se responde, es ¿cómo legitimar esas asignaciones de recursos?

Esa pregunta hasta ahora no ha sido respondida satisfactoriamente: baste ver que muchas de las obras realizadas en la capital oaxaqueña, cuentan con todo, menos con el amplio respaldo social que se esperaba. Las razones, como siempre, emergen a borbotones. Pongamos de ejemplo el “rescate” del Centro Histórico que ahora ocurre. Es harto ilustrativo de cómo los altos montos de dinero obtenido no se legitiman como deberían. Es decir, que la gente no está de acuerdo en cómo se gastan los recursos públicos.

Desde hace poco más de un año se realizan obras de remozamiento en el primer cuadro de la capital. Esto ha incluido la remodelación de parques, banquetas y arroyos vehiculares en buena parte del Centro Histórico. Solamente en el reacondicionamiento de la carpeta asfáltica —que ahora es de concreto hidráulico— de la Avenida Benito Juárez, el gobierno estatal gastó unos 50 millones de pesos. Hasta ahora, prácticamente la mitad de las calles de la zona han sufrido remodelaciones del mismo tipo.

Mucho de esto no ha sido bien visto por la sociedad. La razón es clara: se están invirtiendo cientos de millones de pesos en el reacondicionamiento de calles que no lo necesitaban, o que dentro de poco serán nuevamente deterioradas por el paso constante del transporte público. Existen parques como el Jardín Antonia Labastida que, como lo mencionaba ayer Felipe Martínez López en estas mismas páginas, ha sido remodelado ¡tres veces en los últimos cinco años! Es una inversión millonaria que, al final, no generará ningún tipo de dinamismo o fomento económico para la capital.

 

SENSIBILIDAD

Ese es sólo un botón de muestra. Ese rechazo es muestra clara de un ausente respaldo ciudadano a obras de ese tipo. Por tanto, lejos del festín del “presupuesto histórico”, en el gobierno deberían estar preocupados, y mucho, por lograr que esos montos asignados sean legitimados verdaderamente por la sociedad, con acciones que generen beneficios comunes y tangibles para todos. No tener ni siquiera las muestras mínimas de sensibilidad y decoro en el ejercicio del poder, y caer en la tozudez, el dispendio o la ejecución de gastos injustificables, es lo que continúa abonando las brechas entre la sociedad y los detentadores del poder. El problema es que esas discordancias están volviéndose insostenibles. Esa es la cuna, y lo saben, del estallido social.

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