Eviel-Gabino: las cartas están echadas

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Esta semana, en el Partido Revolucionario Institucional ocurrió el registro de un precandidato único, que de modo inminente se convertirá en abanderado priista a la gubernatura del Estado. En el otro frente, el opositor, todos los partidos integrantes de la Coalición Unidos por la Paz y el Progreso de Oaxaca, ratificaron al senador con licencia, Gabino Cué Monteagudo como su candidato a Gobernador. Así, las cartas de las fuerzas políticas en el estado son hoy visibles y se aprestan a librar una batalla electoral que se antoja como una de las más competidas y trascendentales que hayan ocurrido en el Estado.

Oaxaca, por su ubicación estratégica dentro del mapa electoral del país, ha sido siempre un referente de lo que ocurre en el país, y particularmente en el priismo. Como uno de sus principales bastiones, es una de las pocas entidades federativas en la que el tricolor sigue siendo una fuerza hegemónica, independientemente de las circunstancias de atraso o democracia por las que ha atravesado el país.

Es esa misma razón, la que recurrentemente ha tentado a las fuerzas opositoras a tratar de lanzar ofensivas electorales determinantes, para tratar de arrebatar no sólo un gobierno estatal, sino sobre todo uno de los puntos neurálgicos y emocionales en los que se determina el empuje del priismo.

De ahí que prácticamente desde que ocurrió la alternancia de partidos en el poder federal, los gobiernos del Partido Acción Nacional, y de la Revolución Democrática que hicieron presencia en otras entidades de la República y el Distrito Federal, hayan tratado de emprender estrategias para lograr el ansiado cometido de convertir un territorio eminentemente tricolor en azul, amarillo o de los colores de alguna otra fuerza política distinta al priismo.

Eso es lo que ha ocurrido alrededor de Oaxaca. Si se mira con objetividad, la nuestra no es una entidad que tenga una representación determinante en los márgenes de votación, que sea esencial por su número de votantes o por su empuje político o electoral hacia el priismo. Más bien, al ser una de las pocas entidades en las que recurrentemente se refrenda la hegemonía priista, se ha convertido en un espacio en el que se pretenden, además de las victorias electorales, los triunfos morales que tienen un valor agregado para las fuerzas políticas.

 

EL CONTEXTO

Oaxaca representa varias paradojas. Luego de haber sido un actor decisivo en las batallas revolucionarias, y en la democratización del país en el siglo XIX y principios del XX, es hoy una de las pocas entidades en las que la fuerza disciplinada del priismo continúa ganando todo.

Eso habla, es cierto, de la construcción de una estructura electoral sólida que ha podido traspasar a los hombres y las generaciones, y se ha mantenido como un eje sólido en el que convergen la mayoría de los intereses políticos fundamentales para la entidad. Sin embargo, esa situación denota también un atraso en cuanto a la evolución de la democracia y la manutención de una forma de gobierno vertical y rígida, que paulatinamente se ha ido superando en otras regiones de nuestro país.

A Oaxaca no llegó con una fuerza determinante la fiebre de la alternancia en el año 2000. Para entonces, ya algunos gobiernos estatales y municipales se encontraban gobernados por fuerzas de oposición al PRI. Incluso, la capital oaxaqueña fue ganada y retenida por el Partido Acción Nacional, que se convirtió en punta de lanza para los primeros intentos por derrocar al priismo.

No pudieron hacerlo en los comicios de 1998, cuando José Murat ganó, para el PRI, la gubernatura del Estado. Tampoco en 2001, cuando la capital oaxaqueña fue ganada por el convergente Gabino Cué Monteagudo, pero todas las posiciones legislativas retenidas por el priismo. Tampoco pudieron en 2004, cuando la oposición se juntó en una sola causa, sin poder arrebatar la gubernatura y ni siquiera lograr una presencia importante, o equilibradora, en el Congreso del Estado.

2006, sin embargo, fue la punta de lanza para la reactivación de los intentos opositores. El contexto particular de ese año fue determinante: cuando ocurrieron los comicios, aquí se desarrollaba uno de los conflictos sociales más álgidos de que se tenga memoria en Oaxaca y en el país. Todo se desató ante una mala decisión del gobierno de Oaxaca, de emprender una intervención policiaca a un plantón del magisterio que entonces se encontraba en el zócalo.

El repudio popular a esa medida fue enorme, y el voto de castigo no se hizo esperar, y al priismo le arrebataron las senadurías por mayoría relativa, y 9 de las 11 diputaciones federales que entonces estaban en disputa, y que quedaron en manos del Partido de la Revolución Democrática y las fuerzas políticas que lo acompañaban. El resultado estatal de los comicios presidenciales, fue arrolladoramente favorable al candidato Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, los malos resultados y los malos candidatos propuestos por el PRD, que ganaron en la vorágine del 2006, pronto hicieron que el electorado retornara a las preferencias anteriores. En 2007, al año siguiente del conflicto, el PRI arrasó nuevamente en los comicios estatales; y en 2009, recuperó las 11 diputaciones federales que se disputaron en la elección federal intermedia.

Esto último, junto con la implacable victoria del priismo en la mayoría de los distritos electorales del país, llevó a decidir una alianza electoral que hoy está representando altos costos para todas las fuerzas involucradas. El PAN se alió nuevamente con el PRD, PT y Convergencia para impulsar, de nuevo, a Gabino Cué como candidato a la gubernatura.

 

PUJA EN EL PRIISMO

En el priismo pesó de manera determinante la institucionalidad que los caracteriza. Aunque en noviembre pasado comenzó un proceso interno en el que aseguraron que habría democracia, al final pesaron más las decisiones del priismo tradicional, y finalmente el elegido como candidato a Gobernador, fue el diputado federal con licencia, Eviel Pérez Magaña.

Sobre él pesan cuestionamientos y confianzas importantes. En el primero de los casos, porque es un personaje con poca ascendencia y experiencia dentro de la clase política tricolor, y porque no había tenido un desempeño que le permitiera posicionarse con antelación ante el electorado. Sin embargo, y en contraparte, el proviene de una casta priista que, a pesar de las circunstancias, lo ha ganado todo. Todos podrán cuestionar lo que sea al gobierno de Ulises Ruiz. Pero nadie puede argumentar en contra de que ésta ha sido una clase política que se ha podido imponer a todas las adversidades y retos que le han presentado las circunstancias.

Los números, como se ha apuntado en otros espacios, no mienten. Independientemente de los resultados de las últimas votaciones, lo que queda claro es que aquí triunfará quien emprenda la mejor estrategia electoral, independientemente del posicionamiento de cada uno de los aspirantes, o su ascendencia política. La confianza priista radica en que su inminente candidato a gobernador es un personaje alejado de las cargas políticas que podrían tener otros de los aspirantes, y es también un elemento perteneciente al núcleo más cercano al actual gobernante.

LAS CARTAS, ECHADAS

Hoy puede verse, ya, en toda su magnitud lo que será la elección de julio próximo. El priismo se jugará no sólo las batallas morales o la gubernatura del estado, sino un proyecto político que pretende tener alcances nacionales. La oposición, por su parte, pretende arrebatar al priismo uno de sus bastiones morales más importantes, para ir abonando la causa del 2012, en la que la consigna fundamental parece ser la de impedir que el PRI regrese a la Presidencia de la República.

Poco es, en realidad, lo que puede confiarse a la fuerza en sí de cada uno de los candidatos. Cada uno de ellos, en el priismo y la oposición, representa una porción apenas de lo que será esta batalla, en la que estarán presentes no sólo las fuerzas políticas o los abanderados, sino también los recursos y los operadores tanto del gobierno federal, como de los gobiernos perredistas y panistas en las entidades federativas, y lo más granado del priismo en las lides electorales que, valga decirlo, de Oaxaca se exportan al resto del país.

Aquí se enfrentarán la innovación de Eviel Pérez, con el segundo intento por ganar la gubernatura de Gabino Cué. Nadie, evidentemente, querrá venir a Oaxaca a hacer el ridículo o a perder arrasadoramente los comicios. Más bien, este será el ejemplo de cómo se ha perfeccionado la maquinaria de los procesos electorales, y de cómo los mecanismos electorales tienen aún la posibilidad de ser el elemento determinante para la democracia en México.

A Oaxaca vendrán a jugarse las primeras batallas políticas que se avecinan para el futuro. Los antecedentes dan pautas. Pero nadie puede asegurar que tiene la partida en la bolsa.

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