+ Ya no será “qué”, sino “para qué” hacer obra
Una de las constantes tradicionales del servicio público en países como México, es la de tener una fijación permanente por la construcción de infraestructura. Hasta el momento, se tiene muy arraigada la idea de que un buen gobierno es aquel que genera mucha obra y, sobre todo, que esas obras sean lo suficientemente visibles y dignas de presunción, para demostrar que el gobernante “está trabajando”.
Esta visión, que legalmente está en vías de cambiar, popularmente sigue muy arraigada. Es común que en todos los informes de gobierno, o en el cierre de las administraciones, los respectivos gobernantes tengan la costumbre de enumerar la cantidad de obras y acciones realizadas. Desean demostrar, con ello, que en la gestión se hizo trabajo a favor de las causas más sentidas de la ciudadanía. Particularmente, en el caso de Oaxaca, será a partir de mediados del mes próximo que comience a darse un bombardeo constante de publicidad relativa a la obra gubernamental realizada en este sexenio que culmina.
En este sentido, pronto veremos que desde el gobierno estatal se publicitará la cantidad de hospitales construidos, infraestructura carretera, caminos, escuelas, obras de agua potable y alcantarillado, además de un largísimo etcétera. Nadie se pregunta, en este o cualquier otro caso, si todas las acciones emprendidas tienen verdaderamente un impacto positivo en las condiciones de vida y desarrollo de la sociedad, o si verdaderamente existía la necesidad de que ese tipo de obras se realizaran.
Existen, en esa lógica, diversos ejemplos sobre lo cuestionable que en veces resulta ser la obra pública. Todas las administraciones gubernamentales, estatales o federales, buscan aquella misma “esquina” desde la cual la construcción de cierto tipo de obras de gran envergadura, son sinónimo de bienestar, progreso y desarrollo.
Con seguridad, el caso más reincidente, es el de la construcción de hospitales en sitios donde no existen todas las condiciones para que éste funcione, o donde no tienen un impacto significativo para la salud de la población. Aunque una obra de ese tipo tiene un altísimo grado de aceptación social (porque la salud es el bien más preciado de cualquier persona) al final, no siempre es posible evaluar positivamente ese tipo de acciones, sobre todo si ese hecho se hace pasar por el tamiz del impacto social —en el caso de un hospital, en el abatimiento o disminución de ciertos tipos de afecciones— y éste arroja que no hubo mejoría sustancial en cuanto a los objetivos que, según, se habían planteado quienes decidieron la construcción del mismo.
El caso contrario, por ejemplo, puede ser una obra de alcantarillado, o una de lo que comúnmente se denomina de “drenaje profundo”. Constantemente, somos testigos de cómo las más importantes ciudades de la República mexicana son reiteradamente víctimas de las inundaciones y el estancamiento de agua de lluvia. Siempre se dice que son necesarias obras de mejoramiento del drenaje, para que éste sea capaz de conducir el agua a los afluentes correctos, y no provoque daños e inundaciones a miles de personas que pierden el patrimonio de su vida en las épocas fluviales.
¿Por qué es el ejemplo contrario? Porque una obra de ese tipo, evidentemente, es incosteable e improductiva para efectos políticos, ya que en su construcción provoca innumerables afectaciones y molestias a la ciudadanía (cierre de calles, remoción del revestimiento asfáltico, hoyos, zanjas, etcétera), y sobre todo porque son obras que, para la mayoría, simplemente son invisibles políticamente hablando —aún siendo mucho más que prioritarias, e incluso vitales—, porque se encuentran en el subsuelo.
CAMBIAR ESQUEMAS
Las tendencias apuntan a erradicar esta visión de la obra y el gasto público. Según la marcha de los procesos administrativos en los tres órdenes de gobierno, ahora los procesos de otorgamiento de recursos y utilización de los mismos, estarán apegadas a otro tipo de criterios que nada tienen que ver con los tradicionales, pero que buscan impactar de mejor modo en la sociedad.
Regresemos al caso del hospital y el del drenaje profundo. En el caso del nosocomio, una buena evaluación según sus resultados, y no según la magnífica obra que puede ser, es cuando se ponen a contraluz los principales índices de incidencia sanitaria que existen en la región. Es decir, que según la especialidad, a partir de su construcción y puesta en funcionamiento, además del tipo de atención y especialización que atienda, debe ser manifiesta la reducción de ciertos indicadores de enfermedades, dolencias o males que sufre la población. Evidentemente, siguiendo esa lógica, no habrá éxito si se construye un hospital donde no se necesita, si se construye y pone en marcha en ciertas especialidades que no son las de mayor incidencia en la región, o si aún emprendiendo los trabajos ninguno de los indicadores cede.
El caso contrario seguiría como tal. Una obra de ese tipo siempre será necesaria y previsora de desastres provocados por los fenómenos de la naturaleza. Como el fin que atiende es aleatorio, no se puede medir de primer momento el impacto positivo habido en la población, pero sí ante una contingencia de la naturaleza. En la ciudad de México, por ejemplo, se construyen obras monumentales de este tipo, para evitar más desgracias como las inundaciones habidas en años pasados en demarcaciones como Chalco, Iztapalapa y algunas otras de la capital del país.
Aunque parece complejo, este tipo de procesos de evaluación muy pronto serán obligatorios. De todo esto, se sabe que existen ya avances importantes, que han sido reconocidos a nivel nacional como de vanguardia en cuanto a la evaluación del desempeño, en la Auditoría Superior del Estado. Habrá que ver si en el futuro cercano, las administraciones municipales, y estatal, que están en vías de tomar posesión, tienen ideas y perspectivas claras de estos imperativos que marcan, y que harán obligatorios, las leyes vigentes.
¿GRANDES OBRAS?
Si se atiende esto, habrá entonces muchos cuestionamientos a lo ya realizado. ¿Cuántos hospitales habrá que fueron construidos gastando docenas de millones de pesos, y que, por diversas razones, no tienen la posibilidad de cumplir con su cometido? ¿En cuántos caminos que no tienen utilidad práctica, se han invertido millones de pesos? Ejemplos, en todos lados, hay en abundancia. Y no de ahora. Eso es lo que tiene que cambiar.