+ Gobierno estatal: se lo comen prácticas indebidas
La tragedia de Santa María Tlahuitoltepec decepcionó a muchos que buscaban el amarillismo, el sensacionalismo y la manipulación de los problemas, los vicios y los atrasos que tiene la entidad. Sin embargo, ese hecho dejó ver en toda su magnitud cuán riesgosas pueden ser, y son, las decisiones que, desde el Estado, se toman no en base a la búsqueda del bien común, sino de fines políticos, electorales o de tergiversación de las carencias sociales.
En efecto, a lo largo del pasado martes no sólo los oaxaqueños, sino todos los mexicanos, fuimos testigos de cómo una cadena de imprecisiones, irresponsabilidad y manipulaciones, fueron capaces de movilizar, y consternar a todo un país. Aunque hoy las autoridades de los tres órdenes de gobierno aseguran que todo fue consecuencia de confusiones y versiones incorrectas, motivadas por la lejanía y la incomunicación que prevalecía en la Sierra Mixe, lo cierto es que la tragedia de Tlahuitoltepec tuvo como ingredientes particulares las omisiones e irresponsabilidades oficiales, el ánimo catastrofista de diversos medios, y los actos de manipulación que se orquestaron desde el momento mismo en que ocurrió el desgajamiento del cerro en aquella localidad.
Desde las primeras horas de la mañana del martes, fue noticia en todo el país el desprendimiento de una porción de cerro en la Sierra Mixe de Oaxaca. Los primeros reportes —motivados por una llamada telefónica realizada por el líder comunero de la zona, Donato Vargas; y constatados con el silencio y la imposibilidad del gobierno del Estado para ofrecer una versión confiable— indicaban que el alud de tierra correspondía a unos cuatrocientos metros lineales de terrero, y que éste había sepultado unas trescientas viviendas. En base a esas cifras, se estableció un estimado de hasta mil potenciales víctimas.
Un hecho de tal magnitud, aquí y en China son motivo de noticia. La rápida reproducción de esa información, motivo que desde muy temprano comenzaran a movilizarse cuerpos de rescate, elementos del Ejército, bomberos y corporaciones policiacas no sólo de la entidad, sino de diversas regiones del país. Y que la sociedad mexicana asimismo se volcara organizándose para enviar ayuda humanitaria a los damnificados.
Nadie se preguntó, o pudo constatar, por ejemplo, quién es la persona que envió el reporte, y qué era lo que verdaderamente estaba ocurriendo en Tlahuitoltepec. Porque a pesar de que Donato Vargas se identificó como integrante del Comité de Bienes Comunales de esa localidad, lo cierto es que éste es un bien identificado dirigente de la Unión Campesina Oaxaqueña, de la que también son parte los perredistas Lenin López Nelio López, y el todavía diputado local Jesús Romero.
En ese sentido, fuentes de alto nivel aseguran que, contrario a la “mal interpretación” que Vargas asegura que se dio a su llamado de alerta, éste mismo confirmó telefónicamente al Presidente de la República, todos los datos alarmantes que se dieron a conocer en la prensa, desde Tlahuitoltepec, antes de que pudiera constatarse que en realidad no eran ni una docena las personas desaparecidas.
Asimismo, señalan que la razón por la que tuvieron que pasar varias horas antes de que el gobierno estatal o federal pudiera corroborar los datos dados a conocer por el mencionado individuo, es que, en primera, no había ningún funcionario estatal en los alrededores y, sobre todo, porque el mismo comunero Vargas impidió que otras personas pudieran comunicarse con las autoridades en la capital del Estado; y porque, en el fondo, el objetivo que buscaban algunas personas, era el de poder sacar algún provecho a partir de la manipulación de esa tragedia.
OMISIONES Y MANIPULACIÓN
Un oficio emitido el 26 de septiembre pasado por el Organismo de Cuenca Pacífico Sur de la Comisión Nacional del Agua, y dirigido a las autoridades del gobierno estatal, cuya copia obra en poder de este espacio, da cuenta de cómo oportunamente se puso en aviso a las autoridades oaxaqueñas, de los riesgos que existían por la depresión tropical “Matthew”.
Luego de establecer las generalidades de dicho fenómeno meteorológico, el documento dice, textualmente, lo siguiente: “Para el estado de Oaxaca, la circulación del sistema generará una zona de inestabilidad con nublados densos, principalmente en la zona Norte y Oriente del Estado, favoreciendo potencial de lluvias fuertes a localmente intensas en el Istmo de Tehuantepec (…) y en las zonas serranas y montañosas de las sierras Norte, Mixe y Mazateca. Por lo anterior se solicita a las autoridades de los municipios de las zonas antes indicadas para que (…) alerten a la población sobre la posibilidad de escurrimientos extraordinarios que pudieran ocasionar (…) deslaves o derrumbes en zonas montañosas”.
Evidentemente, nadie hizo caso de tal misiva. En la zona de los Mixes, fue imposible tanto emitir alerta alguna, como tampoco constatar los daños una vez que el desgajamiento del cerro había ocurrido. ¿Por qué? Primero porque ninguna autoridad seria parece haber tomado con responsabilidad la alerta. Y segundo, porque no había ningún representante gubernamental en la zona (sólo hay “delegados políticos”, que no sirvieron), que tuviera la posibilidad de acercarse a la zona del desastre, para constatar o desmentir la información que ya circulaba por todo el país.
Por eso, de ahí en adelante todo fue desastroso. El gobierno estatal constató, a través de su “política de comunicación”, datos falsos que luego debieron ser desmentidos. Si bien la prensa de la capital del país no es responsable por difundir esos datos que esencialmente eran erróneos, sí es altamente cuestionable su ánimo por convertir ese hecho en un drama televisivo, dominado por el amarillismo y el sensacionalismo. Fue una tragedia, en efecto, pero no sólo por el alud; también por todo lo que ocurrió a su alrededor, que es casi tan grave como el desgajamiento de un cerro.
¿CERO VÍCTIMAS?
Por cierto, es patético que algunos medios, haciéndole el juego a las versiones oficiales, se tranquilicen diciendo que en Tlahuitoltepec no hubo víctimas, sino “sólo once desaparecidos”. Dice un principio jurídico que sin cadáver no hay muerto. Pero llanamente, esos desaparecidos se encuentran en tal denominación, porque no han encontrado sus cuerpos. Sorprendería que hallaran a alguien vivo. Y con un fallecido, once, o mil, ese alud de todos modos provocó una tragedia.
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