Recuperar principio de autoridad: reto esencial

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+ Oaxaca: no más gobiernos de bar y sobremesa

El presidente municipal electo de Oaxaca de Juárez, Luis Ugartechea Begué, aseguró en entrevista concedida un diario citadino, que su principal reto como gobernante será el de recuperar el principio de autoridad que se perdió en nuestra entidad, a causa de los excesos y los errores que han cometido quienes han tenido en sus manos el gobierno. Aunque pareciera una afirmación más cercana a los lugares comunes que a la realidad, es clarísima la actualidad del señalamiento; y ojalá que el inminente gobernante de la capital oaxaqueña honre con seriedad y trabajo, los compromisos que ahora refiere.

Textualmente, Ugartechea aseguraba lo siguiente: “hay que rescatar ese principio de autoridad que se ha perdido por comportamientos frívolos y dispendiosos. Seremos congruentes en los mil 95 días de gobierno para cumplir las expectativas (…) Tenemos que cambiar el concepto que existe en términos de corrupción, en el sentido de que el servicio público sirve para el enriquecimiento o para alimentar egos. Creo que la conducta propia del gobernante debe empezar precisamente ahí, por el principio de autoridad”.

¿Por qué considerar importante tales aseveraciones? Porque más allá de las coincidencias o divergencias que los ciudadanos podamos tener respecto a nuestros gobernantes, es evidente que el Edil Electo de la capital oaxaqueña está dando en el clavo respecto a un tema que, además de la eficiencia, deben recuperar todos aquellos que hacen política: la credibilidad y la honorabilidad en el desempeño de sus funciones. Expliquémonos con más detalle.

Bien dicen que en política, como en la vida misma, no hace falta con ser: también hay que parecer. Eso es algo que, en los últimos años, dejaron de entender y atender quienes tuvieron en sus manos las tareas de gobierno. Porque si eran serios, no lo parecían; si eran comprometidos con su trabajo, tampoco. Incluso, muchos de ellos dejaron de lado cualquier compromiso personal o público con la honorabilidad, y se dedicaron a privilegiar la frivolidad, la superficialidad y la soberbia. Esos, aquí y en China, son errores descomunales para cualquier hombre o mujer que se dedica a la vida política.

Veamos si no. Para no ir más lejos, veamos lo que ha ocurrido respecto a esto en Oaxaca durante los últimos seis años. A nivel de gobierno estatal, nunca como ahora se tomaron tan pocas decisiones trascendentales para la vida pública en una mesa de trabajo; pero asimismo, nunca como ahora, se “trabajó” tanto y tan arduamente en labores de gobierno, sentados en mesas de bares, con whisky, botana y mujeres al lado; nunca antes como ahora, se habían hecho públicos los amoríos, las infidelidades y las aventuras de casanova de quienes encabezaban la vida política del estado. Nunca antes, además, habían tenido el gobierno en las manos, personas de tan dudosa calidad moral, ética e incluso —aunque algunos digan que no es indispensable— de antecedentes académicos y de probidad profesional, tan poco claros.

Incluso, nunca como en estos tiempos, hubo en Oaxaca tan pocos pudores respecto a mostrar públicamente (mansiones, automóviles de lujo, costosas e innecesarias cirugías estéticas, viajes al extranjero sólo para presenciar un evento deportivo, y demás frivolidades) los beneficios que proporciona el tener acceso al erario municipal o estatal. Lo más grave es que, asimismo nunca como ahora, hubo en los responsables de las tareas de gobierno, tan poca capacidad para demostrar que esas frivolidades eran la contraparte de la eficacia y la eficiencia en las labores encomendadas.

RECUPERAR LA AUTORIDAD

La gente mayor, cuenta que hace treinta o cuarenta años, la persona que ostentaba el cargo de Gobernador del Estado, de Secretario General del Despacho, o las más importantes responsabilidades políticas o administrativas de la entidad, era digna no sólo de respeto por la investidura pública que ostentaba, sino generalmente también por la reputación previa y la honorabilidad que ostentaba.

Aún hoy podemos encontrarnos con ciertos personajes que fueron actores fundamentales de la vida política estatal, a los que más allá de sus errores y aciertos a la hora de ejercer las tareas del gobierno, se les respeta porque fueron no sólo políticos o administradores, sino también hombres de academia, y personas que condujeron su vida pública y privada con cierto nivel de prudencia, decoro y dignidad, que hoy les permite caminar por las calles, o conducir su vehículo, sin que nadie les repudie o les recrimine por su frivolidad o excesos, por el dinero robado, o por los abusos cometidos durante su función. A esos personajes, aún hoy se les antepone el “don” como señal de respeto, cuando se les refiere.

No se trata de ser retrógrados y mucho menos falsamente moralistas o tradicionalistas. Pero es evidente que mucho de eso es lo que forjaba la verdadera imagen de autoridad (y respeto, y estatura moral, etcétera) en una persona, más allá del cargo o la responsabilidad que momentáneamente detentara. Hoy, a diferencia de entonces, la palabra “autoridad” únicamente se relaciona con el mandato establecido en un documento, o con el resultado de una votación. Pero es claro que, en la gran mayoría de quienes encabezan la vida política de la entidad, la autoridad personal no existe cuando no viene sustentada de ese documento en el que se indica que, por mandato legal, en efecto se es “autoridad”.

En el fondo, parece claro que la autoridad no la da un mandato, una constancia de mayoría e incluso la posibilidad de ejercer funciones públicas o disponer de la fuerza pública. La autoridad la da el correcto desempeño personal, las demostraciones de eficacia y eficiencia en la materialización de las responsabilidades encomendadas, e incluso en las actitudes que tenga el gobernante en cuanto a las tareas que le corresponden.

TRABAJAR CON SERIEDAD

Es posible afirmar que no hay personas responsables, a quienes no les guste la seriedad. Ni aquí, ni en China. Y eso, seriedad, es lo que, en buena medida, le urge a los oaxaqueños que necesitan no sólo resultados, sino también volver a creer y confiar en quienes nos representan. Es lo que, ojalá, tenga en mente el edil electo Ugartechea para tratar de recuperar el principio colectivo de autoridad, así como la calidad personal que, en ese sentido, se adquiere más allá de los cargos públicos y que por tantos excesos, ahora está extraviada.

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