2 de Julio: ya nadie se acuerda del “cambio”

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+ Fox, Calderón y oposición, juntos en el fiasco

 

Si otra fuera nuestra historia, hoy sería un día de fiesta para México. Hace once años —y quizá sea el último que conmemoremos de este modo— ocurrió el “histórico triunfo” de la oposición que sacó al Partido Revolucionario Institucional del poder federal.

El 2 de julio del año 2000, el candidato del PAN a la presidencia de la República, Vicente Fox Quesada, ganó las elecciones presidenciales por un amplio margen. Contrario a como había ocurrido en diversos países del orbe en sus procesos de desmantelamiento de los regímenes autoritarios y/o hegemónicos, aquí la alternancia llegó luego de un proceso electoral competido, en el que relativamente hubo una amplia participación democrática de la ciudadanía, y que finalmente se coronó con una transmisión de poderes pacífica e institucional, para dar paso al inicio de gobierno de un hombre legitimado y respaldado por la mayoría de la población. Teniendo un escenario así, podría parecer que ese sería el principio de una historia importante —y hasta “gloriosa”— para un país que desea democracia y un mejor porvenir. Podría haber pasado eso en cualquier otra nación… menos en México.

Aquí, en el año 2000, parecería que hubo las condiciones perfectas no sólo para la alternancia de partidos en el poder, sino también para el proceso de transición que pudo haberse esperado. El candidato ganador de las elecciones presidenciales arribó a la Presidencia rodeado de un amplio respaldo popular; tenía un bono democrático altísimo, que en sí mismo se convertía en una fuerza de empuje importante frente a todas las demás fuerzas políticas para consensar y llegar a acuerdos.

Si bien no contaban con mayoría absoluta, sí había también una presencia importante del ahora partido gobernante en las cámaras que integraban el Poder Legislativo. Y sobre todo había llegado al gobierno con un ánimo reformador que era bien visto por la ciudadanía, y era necesario para dar viabilidad tanto al gobierno como a los procesos de estabilidad, desarrollo y crecimiento que eran necesarios para el país. Y por si fuera poco, sus principales opositores llegaban a ese escenario cargando una losa de falta de credibilidad que en sí misma desacreditaba sus proyectos y dichos de oposición al poder.

Ese era, a grandes rasgos el escenario del presidente Vicente Fox Quesada. Llegó al poder el 1 de diciembre del año 2000, y a partir de entonces comenzó a dilapidar el poder que le había sido conferido. Su gobierno fue errático, dilapidador del bono democrático, y carente de un sentido propio de lo que debía ser tanto la transición democrática como el encaminamiento de los nuevos procesos, reformas e instituciones que eran necesarios para el fortalecimiento del país.

El gobierno foxista fue siempre calificado como desastroso. Y no era para menos. Buena parte de la expectativa ciudadana se diluyó por culpa de los errores y excesos de un gobierno que quiso administrar al país como si fuera una empresa a partir de un mal gerente. No obstante, y aunque es una carga que a nadie le gusta que se la achaquen, el fracaso de ese primer proceso de transición democrática también fracasó por la visión cortoplacista y partidizada de quienes jugaron el papel de fuerzas opositoras.

Si bien unos erraron en la administración y en la concertación política, quedó claro que los otros, sus contrarios, hicieron todo para que los primeros no avanzaran. El problema, en todo eso, es que el futuro del país era lo que estaba en juego.

Y aunque siempre lo supieron, y aunque siempre parecieron estar concientes de ello, también quedó claro que voluntariamente decidieron no permitir que avanzara el partido gobernante, aunque a costa de ello también se detuvieran y estancaran las condiciones más importantes de crecimiento para México.

 

¿Y LA TRANSICIÓN?

Hoy nos seguimos preguntando eso: dónde quedó la transición. Y también debíamos preguntarnos en qué momento perdimos los mexicanos el ánimo y la entereza para exigir e inconformarnos con el tipo de gobierno y representantes que queremos. Todos nos quejamos de que las condiciones de vida, económicas y sociales son cada vez más adversas. ¿Pero cuánto hacemos los ciudadanos, para exigir que nuestros representantes populares actúen con un mayor grado de responsabilidad, y tomen decisiones alejados de la demagogia y los falsos dilemas democráticos?

En México, todas las promesas están pendientes. Vicente Fox dijo que reformaría el poder para hacerlo más democrático, y falló. También dijo que resolvería el asunto de Chiapas, y falló. Se comprometió a impulsar sendas reformas económica, fiscal, laboral y política. Y no cumplió. Fueron sólo destellos del cambio los que pudieron verse seis años después de que éste llegara a la Presidencia de la República.

Aún con eso, el panismo repitió en el poder, y hoy no vemos sino prácticamente lo mismo: el presidente Felipe Calderón, como candidato, prometió que su administración sería la del empleo; prometió menos impuestos, y lejos de cumplirlo hoy pagamos más gravámenes que antes. Prometió un combate sin igual contra la pobreza, y terminó combatiendo a los criminales. Dijo que transformaría al país y falló.

Quizá todo esto no sólo sea resultado de las promesas deschavetadas de personajes locuaces que llegan al poder. Quizá es también consecuencia de que no existen las condiciones necesarias para poder lograr alguna de estas metas; que no se han dado los pasos previos para llegar a ese punto. También es responsabilidad de todos aquellos que fueron corresponsables de que hoy México sea un país del mañana, del pasado mañana, o del quién sabe cuándo.

Estamos tan mal, que ya ni siquiera nos acordamos que hace once años el rumbo del país pudo cambiar. No nos acordamos, porque tampoco queremos que eso nos traiga a la memoria el fracaso que hoy es evidente. Y lo peor, es que estamos frente al peor escenario posible: en serias posibilidades de presenciar, el año que entra, que el PRI regrese a la Presidencia de la República.

 

MUNDO AL REVÉS

Tan mal estamos que ahora mismo vemos a un ex “presidente del cambio” vaticinando triunfos del PRI. Vemos también a los viejos opositores emulando a los viejos priistas, ahora que “ya son poder”. Y vemos a los tricolores rasgándose las vestiduras y hablando de democracia, como si de verdad fueran ejemplo. México es un país donde todo pasa al revés. Y, o está mal el país, o estamos —o somos malos— los mexicanos.

1 COMMENT

  1. Que padre vision , muy cierta y la comparto la verdad la mentalidad de nosostros los mexicanos esta muy mal y como dicen que los gobernados tienen la democracia que se merecen uyy pues estamos peor :S

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