GCM: Un año después, el choque con la realidad

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+ ¿Cómo diferenciarse de regímenes del pasado?

 

Ha pasado un año desde los comicios locales en los que Gabino Cué Monteagudo se alzó con la victoria, en la disputa por la gubernatura del Estado. Ha pasado un año en el que se logró una transmisión de poderes relativamente civilizada y pacífica, pero en el que aún no parece encontrarse la fórmula para resolver los dos retos que, al inicio, son fundamentales de todo gobierno de alternancia: primero, cómo diferenciarse —para bien— de sus antecesores; y segundo, cómo controlar la expectativa ciudadana, pero a la vez dar respuesta moderada a los cambios radicales que ésta exige.

Sin duda, por sí mismo el triunfo de los partidos de oposición marcó un episodio fundamental para la historia reciente de nuestra entidad. Históricamente, en el ámbito nacional Oaxaca era considerada como uno de los bastiones del Partido Revolucionario Institucional, que en cada proceso electoral era capaz de aportar una cantidad importantísima de votos, que servían para abonar los proyectos políticos del otrora partido oficial.

En el ámbito estatal, y hasta hace muy poco tiempo, el priismo era capaz de arrasar también en los procesos electorales, y llevar al poder (gubernatura, diputaciones y alcaldías) a la gran mayoría de los personajes que eran postulados por el grupo y partido gobernantes. Sólo en función de ello, la posibilidad del triunfo opositor parece ser un paso importante para toda democracia funcional, independientemente del buen o mal proyecto de gobierno que planteen tanto el oficialismo hegemónico, como la oposición pujante.

Todo esto es importante de ser tomado en cuenta, no obstante que también hoy resulta ser un simple dato que queda para la historia, pero que no es fundamental para el momento actual. La historia de la hazaña electoral se acaba justamente en el momento del triunfo. Y de ahí para delante todo debe verse en función de las decisiones, de la eficiencia y eficacia de los hombres del poder, y de la capacidad que éstos tengan para replantear funcionalmente la administración pública.

En este sentido, nadie regatea las hazañas sobre la larga batalla política que dio, durante casi una década, el ahora gobernador Cué Monteagudo; del mismo modo, nadie tiene la calidad o los méritos suficientes, para regatear algo del histórico triunfo electoral obtenido hace exactamente un año por la coalición opositora. No obstante, para los efectos prácticos del presente, nada de eso resulta ser importante, porque hoy es innecesario hablar de las glorias del pasado, cuando éstas no sirven para fundamentar los grandes proyectos del presente.

Hasta ahora, queda claro que tanto en su etapa de gobierno electo, como ahora ya de régimen constitucional de gobierno, la administración estatal ha tenido serios problemas para verdaderamente poder replantear las inercias del pasado, y para romper con los esquemas por los que justamente la ciudadanía se hartó del priismo hegemónico y votó mayoritariamente por un cambio.

El problema, en todo esto, es que el desencanto social, y eventualmente el abierto rechazo de la ciudadanía, irán creciendo proporcionalmente al tiempo y las dificultades que sigan encontrando los funcionarios actuales para cumplir con las expectativas, los objetivos y el proyecto de gobierno que haya definido el gobernador Cué Monteagudo al arranque de su administración.

 

FÓRMULA PERDIDA

No parece una tarea complicada la de buscar la forma de diferenciarse positivamente del régimen anterior. Desde cuestiones tan banales como los excesos en las custodias, la fanfarronería y la altanería, e incluso el derroche de frivolidades o alardes de abundancia, hasta la demostración precisa de eficacia en las tareas recomendadas, eran un buen inicio para marcar diferencia entre un gobierno y otro.

Algunas de esas cuestiones las lograron a un inicio. Sin embargo, queda claro que el trecho es mucho más largo, y varios funcionarios de la administración estatal han tenido serios problemas para seguir alimentando la necesidad de diferenciación a partir de la demostración de eficiencia y eficacia en las tareas encomendadas.

Debería preocupar sobremanera a los funcionarios de la administración actual, que luego de que ha pasado ya más de medio ejercicio anual aún se siga anunciando el arranque de la obra pública. En ese sentido, sobran las justificaciones o las acusaciones de corrupción en el pasado.

No arrancar la obra equivale a mantener paralizada la economía estatal, y demostrar que la inexperiencia o la ineficacia tienen un alto costo no sólo para los funcionarios o el régimen que es cuestionado, sino también para todos aquellos que directa o indirectamente sobreviven a partir del funcionamiento de la maquinaria transformadora que se impulsa desde el gobierno estatal.

Otro rasgo importante: este gobierno creó nuevas dependencias y coordinaciones, a las cuales no se les ha visto trabajo articulado ni resultados tangibles: ¿De verdad era necesario tener más burocracia? El problema es que los resultados de todo eso no pueden ser percibidos por la ciudadanía. De nada sirve que se le cambie el nombre a las Secretarías, o se decrete la creación de nuevas instancias, si éstas no alcanzan a aportar lo suficiente para generar por lo menos las percepciones que la ciudadanía espera.

Los ajustes debían hacerse con urgencia, antes de que el inmovilismo y la resistencia a ajustar hagan más costosos estos fallos. Aunque no lo parezca, el Primer Informe de Gobierno ya se acerca, y los funcionarios eficientes e ineficientes deberían comenzar a preguntarse qué se va a informar a la ciudadanía y a los otros poderes, si no ha existido la capacidad de establecer los parámetros mínimos que la ciudadanía esperaba de un gobierno de alternancia.

Frente a todo esto, los dichos sobre logros “históricos” o “acuerdos inéditos” deberían ocupar menos espacio en la conciencia y léxico de quienes gobiernan, para pasar a las demostraciones contundentes de evolución y eficacia. Eso, y no más machaconerías sobre el pasado, es lo que espera y demanda la ciudadanía.

 

OPOSICIÓN ANÁRQUICA

Bonitos se ven los tricolores endureciendo las patadas y los golpes bajos que se profieren en su ruta al Senado. Debían preocuparse más por los asuntos públicos, y menos por sus grillas internas. Finalmente la ruta no es sencilla y las definiciones no van a partir de ellos. Por eso mismo, debían preocuparse más por Oaxaca y menos por sus intereses facciosos. Abundaremos.

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