Oaxaca y Edomex: los contrastes del ajuste político

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+ Operación: perfeccionan el cómo; deprimen el qué

 

Una elección no se gana sólo en las urnas. Más bien, un triunfo electoral se construye a partir de diversos factores que arrancan con la actuación del propio gobernante, y con el proceso para elegir al sucesor. Al no existir titubeos ni rompimientos en esos dos factores, se tienen ya ganados dos elementos que son fundamentales para todo proceso comicial: uno es el del cálculo preciso sobre lo que se puede y no se puede hacer desde el poder; y el otro, es la unidad real de todos los factores internos del partido postulante.

Todo eso pareció quedar perfectamente claro en la elección de gobernador en el Estado de México, que se resolvió el pasado domingo. En este caso, quedó perfectamente claro que el resultado positivo no fue producto de la operación política, e incluso ni del carisma o el arrastre ciudadano de su candidato electoral. Todo fue consecuencia del orden y la prudencia que tuvo el gobernante en turno (el gobernador Enrique Peña Nieto) tanto para hacer el cálculo del valor de su capital político, como para generar las verdaderas condiciones de unidad dentro de su partido. Veamos si no.

La operación electoral en el Estado de México no fue distinta a la que lleva a cabo el priismo en todas las entidades del país en las que gobierna, o en las que tiene presencia. Independientemente de sus capacidades de movilización el día de los comicios, el priismo está acostumbrado a los actos multitudinarios, al ruteo de zonas, y a la operación electoral que aún tiene innumerables resabios de las campañas políticas tradicionales. Pretenden ganar siempre con “músculo” y con la generación de percepciones de fortaleza, que luego complementan con la operación quirúrgica el día de los comicios.

Junto a ello, queda claro que el candidato priista tampoco era impactante. Lejos de la aceptación fanática, disciplinada o militante que tienen muchos simpatizantes o miembros del PRI por su abanderado —y que lo llevan al auténtico endiosamiento o magnificación de sus virtudes—, queda claro que Eruviel Ávila es un candidato promedio. Es decir, no tiene grandes escollos, pero tampoco grandes virtudes. Actúa, habla y propone tal y como lo marca “el librito” de la política eficaz. Pero no tiene los grandes elementos de empuje que necesitaría un verdadero líder arrasador.

Ahora bien, ¿si la operación y electoral y el candidato a Gobernador son elementos promedio de cualquier elección —es decir, son lo mínimo que dispondría un gobernante que desea repetir en el poder a través de los suyos—, entonces qué fue lo que construyó ese triunfo de más de 40 puntos de ventaja para el priismo en el Estado de México? Queda claro que lo construyó su Gobernante, estableciendo reglas claras e inamovibles del juego, tendientes no a buscar algo en pro o en contra del interés o del bienestar general, sino a conseguir la conservación del poder.

Una parte importante del resultado electoral se construyó a partir no de una actuación moralmente aceptada del gobernador Peña Nieto, o de su impecable ejercicio como gobernante; más bien, construyó el triunfo electoral tomando las decisiones estratégicas para que la mayoría del electorado lo aceptara y decidiera votar por él.

Por eso, aunque su administración está llena de cuestionamientos, él abonó sobremanera su imagen en medios, decidió casarse con una estrella de telenovelas, cuidó al máximo su gestión de los escándalos, e incluso ponderó la unidad dentro de su partido sobre la posibilidad de imponer al posible candidato que personalmente era su favorito.

Todas esas decisiones, en conjunto, explican por qué Eruviel Ávila ganó los comicios con más de 40 puntos de ventaja. Empero, eso mismo también explica por qué en otros escenarios —como Oaxaca— en los que aparentemente el PRI tenía todos los hilos del poder en las manos, ocurrieron sendas derrotas que le costaron no sólo el poder a los grupos, sino también márgenes importantísimos de votos que ahora debe remontar nacionalmente el priismo si es que quiere ganar los comicios presidenciales del año próximo.

CASO OAXACA

Prácticamente todas las que fueron virtudes para el priismo en la elección de Gobernador en el Estado de México, en Oaxaca fueron defectos. Aquí, el año pasado, el gobernante en turno (el gobernador Ulises Ruiz) perdió la dimensión de los alcances del capital electoral de su partido, y creyó que imponiendo hasta a un pato como candidato —su favorito, y el que más le convenía a él—, éste podría ganar por obra y magia de las estructuras electorales.

Si en el Estado de México se cuidó sobremanera el no involucramiento en escándalos públicos al gobierno estatal, y se privilegió la unidad real dentro del partido —además de generar una imagen pública verdaderamente atractiva para los electores—, aquí ocurrió todo lo contrario.

Y es que en Oaxaca, el gobernante y la administración pasada, estuvieron involucrados en todo tipo de escándalos por su evidente proclividad a la corrupción, la frivolidad y los excesos; el proceso para elegir a su candidato a gobernador dejó agraviados a todos los participantes; la campaña electoral fue un ejemplo de derroche, falta de compromiso y descoordinación interna. Y creyeron que aún así podían alzarse con el triunfo, gracias a un electorado acrítico que, según ellos, pasaría por alto todos sus excesos y desprestigios, y de nuevo volvería a votar por ellos.

Tal parece que en el Estado de México tomaron las lecciones que dejaron otros procesos electorales del país en los que el tricolor, y los procesaron adecuadamente para no cometer los mismos errores. Y por eso, queda claro que si el resultado adverso de los comicios del año pasado en Oaxaca no fue sólo culpa del candidato Eviel Pérez Magaña, en este caso la victoria tampoco puede ser adjudicada del todo —y acaso, ni siquiera en un porcentaje importante— a las virtudes del abanderado priista del Estado de México, o a la “operación electoral” de quienes, protagónicos, hoy pretenden colgarse milagritos que en ningún sentido les corresponden.

DISIMULO

Queda claro, por último, que los buenos cálculos del gobernador Peña Nieto no significan, necesariamente, un beneficio para el país. Su triunfo fue concebido gracias a la alianza de poderes fácticos, cálculo político, y suma de factores. ¿Creen que será la panacea para 2012? Sólo vean sus alianzas, y la situación en que dejará al Estado de México. Ahí estará la clave de todo.

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