+ Peña Nieto ¿preveía que redes lo golpearían?
¿Es síntoma de buena salud de una sociedad, el hecho de que se creen normas sobre normas, sólo para tratar de contener conductas que de todos modos ocurren? Tal parece que no. Y ese es el problema esencial que tiene hoy la legislación electoral en México. Porque el Instituto Federal Electoral ya dejó de ser un árbitro para convertirse en un auténtico policía electoral, encargado vigilar que nadie traspase los límites que debían ser consecuencia de la moral y de la ética política, y de amenazar con la aplicación de sanciones a quienes quebranten ese delicado orden que, se supone, debe prevalecer en los procesos electorales.
Por ejemplo, ayer mismo circulaba en la prensa del distrito federal, una nota en la que el precandidato del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto, que sus adversarios políticos (partidos y aspirantes presidenciales) utilizan las redes sociales para atacarlo. Sin embargo, Peña Nieto se dijo respetuoso de lo que se diga de él en esos espacios.
En ese sentido, ayer mismo El Instituto Federal Electoral anunció que investigará los casos de calumnias o difamación que se registren a través de las redes sociales o internet durante las campañas electorales, siempre que se presente la queja correspondiente, ya que la ley no prevé que las autoridades efectúen monitoreos a estas plataformas de información para detectar irregularidades, indicó el consejero presidente, Leonardo Valdés Zurita. Respecto a las campañas en México y el uso cada vez más frecuente de las redes sociales con fines proselitistas, Valdés Zurita señaló que el IFE no puede monitorear estas plataformas. “El Legislador no estableció ningún limite a la libertad de expresión en las redes sociales, de tal suerte que el IFE no monitorea redes sociales, no tiene ninguna actividad en ese terreno”, indicó. El consejero presidente destacó sin embargo que “el único aspecto que podría ser de conocimiento del IFE es que el legislador estableció que está prohibida la calumnia y la difamación en la propaganda de los partidos políticos. Si el IFE recibiera alguna queja en el sentido de que la propaganda de algún partido político en algún medio de internet o de redes sociales es calumnioso, el IFE realizará las investigaciones correspondientes”.
¿De verdad necesitamos un IFE con esas características? Porque no se trata de tener una autoridad de adorno, como tampoco es posible tener un órgano regulador que se erija en un auténtico censor de toda la actividad que pudiera desarrollarse alrededor de unas campañas políticas fundamentales para un país, como son las presidenciales. ¿De verdad deben evitar cualquier situación de ese tipo? ¿De verdad tienen capacidad para conseguirlo?
Lo que vemos actualmente es a todas luces un exceso. En aras de mantener la equidad en la contienda presidencial, la ley impuso que el IFE fuera un megarregulador de la actividad electoral, y además le dio elementos para evitar que las campañas de difamación se llevaran a cabo a través de los medios electrónicos.
No obstante, ni es sano que todos los actores políticos estén permanentemente con la boca cerrada y los brazos atados, como tampoco es sano que en el intento de mantener la equidad y el orden en el proceso electoral, pueda llegarse a estos extremos.
Porque tan malos son los excesos en la difamación y la calumnia, como también lo es una campaña en la que los espacios discursivos se encuentren de tal modo acotados que nadie pueda plantear algo más que “propuestas” —que nadie sabe si realmente sean eso u otra cosa. ¿El IFE tendrá mecanismos para evitar la demagogia y la falsa propuesta? Eso, aunque pudieran evitar todas las calumnias, podría dañar tanto o más no sólo al proceso electoral, sino al futuro de la nación.
REDES, INCONTROLABLES
¿Cómo poder controlar algo que en esencia es libre? Porque lo bueno y lo malo de las redes sociales, radica en que éstas son redes accesibles a todas las personas, en las que cada quien puede decir lo que se le pegue la gana, en la que existen públicos interesados en cada tema —desde los más inocentes, hasta los más nefastos—, y en los que esencialmente no existen límites ni muchas posibilidades de control.
En ese sentido, Twitter es paradigmático. Porque la red social de los 140 caracteres no sólo ha demostrado en México su amplio potencial como difuminador de noticias, ideas y debates, sino que también se ha aparecido como la red social en la que participan personas de mayor nivel intelectual, económico, social y cultural. Si de por sí una red es difícil de contener, al estar ésta integrada por personas de esas características el nivel de dificultad se incrementa exponencialmente.
Quizá eso es lo que han entendido algunos políticos que, como el ex gobernador Peña Nieto, ven en Twitter más una herramienta de golpeteo, que de veras un espacio en el que pueden ganar adeptos y hacer una difusión de sus ideas, plataforma, propuestas y razones por las que los ciudadanos deben preferir a ellos como opción electoral.
El problema, para ellos, es que una red como Twitter deja al descubierto todo el potencial y/o insuficiencias de cada persona. A pesar de ser cuentas personales o institucionales, casi nadie, nunca, está exento de equivocaciones o dislates, que van desde los “errores de dedo” o las faltas de ortografía o sintaxis, hasta las afirmaciones desafortunadas, discriminadoras o degradantes para ciertos sectores sociales o instituciones que son también parte de la vida pública.
El caso Peña Nieto fue particularmente llamativo. Éste cometió un error en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, pero fue objeto de un escarnio brutal en las redes sociales. Independientemente de que él asegure que las redes sociales se utilizan para atacarlo, lo cierto es que nada de todo lo que tuvo como contenido el tema “Librería Peña Nieto” —es decir, toda la serie de críticas que se llevó por confundir y no recordar nombres de autores de libros— hubiera ocurrido si no fuera él quien hubiera dado pie a toda la crítica.
TWITTER, UN PARADIGMA
Finalmente, una red como Twitter es incontrolable para efectos de una campaña política, y casi para cualquier otro, porque esa red explota al máximo el potencial crítico de la mayoría de las personas. Ni al mejor creativo se le pudieran ocurrir todos los temas, chistes, y críticas mordaces que todos los días se dejan ver en las redes sociales. Ese es el menudo reto del “control” que pretende hacer el IFE.