+ Oposición oculta; colaboracionismo disimulado
Esta primera etapa como principal fuerza de oposición, debiera ser la de mayores dividendos políticos y electorales para un partido supuestamente sólido como el PRI, en un escenario como el de Oaxaca. Pero no. Esta historia tiene un panorama distinto y desolador, que debiera tener en honda preocupación a los tricolores que hoy pretenden engañarse con aquello del “partido del triunfo”, y a los que verdaderamente desean recuperar la fuerza que tuvieron como fuerza política en otros tiempos.
Habiendo gobernado la entidad por varias décadas de manera continua, y conociendo a fondo los problemas más importantes de la entidad —muchos de ellos, creados directa o indirectamente por ellos mismos—, pudiera creerse que, con la mano en la cintura, los priistas podrían hacer añicos al recién asumido oficialismo, para luego capitalizar esas ganancias en votos y preferencias electorales.
Sólo que la realidad apunta en una ruta distinta: el papel de oposición que han asumido es prácticamente invisible. Y junto con ello, han profesado un abierto colaboracionismo con sus supuestos adversarios, que hoy deja dudas respecto a si verdaderamente es esta una actitud democrática, o una especie de “trueque” para no profundizar la persecución judicial a ciertos personajes.
En la jerga de los políticos, los legisladores y los abogados, es popular el refrán que dice que “quien hace la ley, hace la trampa”. Esto, llevado al ejemplo específico de Oaxaca en estos tiempos de alternancia, podría operar perfectamente para un priismo que, habiendo generado, o manejado, la gran mayoría de los conflictos y problemas públicos que subsisten en la entidad, también podría tener al alcance la posibilidad de allegarse de las soluciones posibles, o cuando menos de las vías correctas para dar el cauce adecuado a esos asuntos cuando, se supone, el gobierno es incapaz de manejarlos.
Es decir, que bajo esa lógica de que “quien hay la ley, hace la trampa”, podría creerse que si de algún modo ellos habrían conocido los problemas como gobernantes, también habrían de tener a la mano ciertas nociones específicas sobre cómo alcanzar soluciones viables. Y, obviamente, siguiendo con el supuesto, esta posibilidad de de tener la solución, debiera reportarles las ganancias políticas que necesitan frente a los electores, para el reposicionamiento de su partido.
¿Hacia dónde apunta la realidad? Hacia un partido que, cuando menos, no tiene claro cuál debe ser su esquema de oposición, que tampoco tiene un rumbo definido en cuanto a sus estrategias de trabajo para conseguir resultados; y que, por si fuera poco, tampoco ha aprovechad el papel que debiera estar desempeñando, y que mucho menos tiene la noción de cuál será su nueva oferta al electorado. Es decir, están en algo así como un callejón sin salida.
La razón es evidente. En estos 15 meses como partido de oposición, la dirigencia priista no entendió el papel que le tocaba jugar tanto al interior de su partido, como frente a las demás fuerzas políticas y, sobre todo, frente al gobierno. El no tener idea de lo que debiera hacer, debilitó su presencia e importancia, y de hecho la anuló como articulador e interlocutor con todos los grupos. ¿De qué hablamos?
De que el o la dirigente priista debía ser el líder de la oposición en Oaxaca. Debiera ser, idealmente, el hombre o la mujer que marcara los posicionamientos de su partido frente a los asuntos públicos de la entidad; debiera ser también quien estableciera las líneas estratégicas del trabajo de los representantes populares (locales y federales) en las distintas cámaras legislativas con presencia de priistas oaxaqueños; debió ser el interlocutor institucional con el Gobierno del Estado. Y, sobre todo, debía ser quien generara los equilibrios internos suficientes como para tener una vida democrática más o menos sana y llevadera frente a las acciones y embates de sus adversarios.
El problema es que Eviel Pérez Magaña nunca asumió el papel que le tocaba jugar. Fue exactamente lo que no necesitaba un partido como el suyo, en el momento en el que a él le tocó encabezarlo. Y es que el PRI necesitaba a un Presidente fuerte y tuvo a uno que no tenía ánimos de oponerse a nada. Necesitaba ser un vaso comunicante con todos los grupos internos, y sólo se encargó de dividirlos. Necesitaba ser un líder y apenas si sostenía su cargo gracias a las reglas estatutarias. El PRI necesitaba un estratega, y Pérez Magaña sólo fue un Presidente que se dedicó a vegetar en su cargo.
Y por eso, hoy, el desastroso resultado de su periodo como dirigente priista, está a la vista de todos.
¿OPOSICIÓN LEGISLATIVA?
Esas omisiones de la dirigencia priista, dejaron “sueltos” a todos los factores internos. ¿Y qué pasó? Que cada uno asumió su propia fuerza, creó su agenda, y comenzó a negociar aisladamente con sus adversarios. El resultado quizá sea provechoso para los personajes. Pero es repugnante para un partido que, se supone, intenta replantearse para recuperar el agrado de los electores.
En el Congreso del Estado, por ejemplo, la oposición presentada por el PRI no fue digna de presumir. Porque salvo algunos destellos, en realidad sus resultados objetivos hablan de sumisión al Ejecutivo, de total colaboracionismo con las decisiones oficiales, e incluso de acuerdos oscuros o de prestancia a prácticas deleznables de “negociación” política (algo así como decidir el sentido de su voto a cambio de dinero) que ellos mismos llevaban a cabo cuando formaban parte del grupo gobernante.
Además, el PRI en el Congreso tampoco tuvo una agenda definida, y mucho menos esquemas claros de trabajo que luego les permitieran capitalizarlos en votos. Y es que sus supuestas “grandes aportaciones a Oaxaca”, son exactamente las mismas que presumen el gobierno y los partidos coaligados, y, por si esto fuera poco, tampoco son muchas ni verdaderamente importantes.
ESCENARIO SOMBRÍO
¿Qué pueden esperar ante todo eso? Que ellos construyeron este escenario sombrío que hoy tienen enfrente. Su falta de idea y de determinación como fuerza de oposición. El miedo de sus dirigentes a asumirse como tales, y la sospechosa disposición de sus representantes populares para contribuir a las causas oficiales, además de sus propios errores y reyertas internas, hoy los tienen en un estado de incertidumbre. No supieron aprovechar este momento. Y ahora no tienen algo objetivo, y real, con qué convencer al electorado de que son eficaces como instituto político.