Educación y partidos; en México todos fracasamos

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+ ¿Porqué mayor instrucción no trae más honestidad?

 

Hay varias ideas sobre las tendencias políticas de los mexicanos que, de tanto decirlas, se convirtieron en lugares comunes y, además, con el paso del tiempo demostraron su alto grado de falsedad.

Una de ellas decía que ante un mayor nivel educativo, los hombres y las mujeres dejaban los pensamientos conservadores y comenzaban a simpatizar con los partidos o grupos políticos más progresistas del país. Otro decía que el país estaba ahogado en el atraso y la corrupción gracias a la falta de preparación de sus funcionarios. Y uno más, decía que la corrupción se debía exclusivamente a un partido político, por ser el eterno gobernante y el estimulador de todos los vicios que laceraban al país. Hoy está demostrado, para mal de México, que poco o nada de eso, es cierto.

El primero de los mitos aludidos (de entre muchísimos que existen en el país), sostiene que sólo las sociedades más educadas tienen simpatía por los partidos más progresistas. A partir de ello se explicaba, con razón, que varias de las entidades de la República en las que sus habitantes tienen un mayor grado de preparación y cultura, eran las que simpatizaban con fuerzas progresistas de izquierda como las que conformaron el Partido de la Revolución Democrática. Una de ellas, paradigmática, era el Distrito Federal.

Eso se decía hace dos décadas, y no faltaba razón para ello. De hecho, aunque no en el rumbo que lleva el gobierno federal, pero sí en su propia lógica, la capital del país ha sido ejemplo de la lucha por la alternancia política y, sobre todo, por el rechazo a la hegemonía priista. Sólo así puede explicarse que desde la primera ocasión en que a los habitantes de la capital de la república se les permitió votar para elegir a sus gobernantes y a sus representantes populares, éstos se manifestaran arrolladoramente a favor de los candidatos impulsados por las fuerzas progresistas del país.

No obstante, debiéramos preguntarnos si esa premisa aplica para todas las entidades federativas y sociedades políticas de México. Y es que, aunque el Distrito Federal es ejemplo de lo anterior, queda claro que en sociedades que no tienen el grado de desarrollo de la capital del país, también han optado por las opciones políticas de la izquierda.

¿A qué se debe esto? La respuesta parece fácil: A que, en estos tiempos —en los que ganar significa todo aunque después no se sepa para qué se quiere el poder—, es más fácil comprar que convencer.

En esa lógica, los partidos progresistas de la izquierda, que tienen una capacidad natural de convencer a todos aquellos que tienen un grado mediano de conciencia social, también decidieron “competir” con las “vías naturales” de la política partidista del país. Es decir, con las prácticas del clientelismo, la compra de votos, la utilización abierta de programas sociales del gobierno como imán para simpatizantes y la cooptación de votantes a partir de dinero o prebendas, y no a partir del convencimiento real y específico de los ciudadanos que simpatizan con sus causas.

Esta práctica rompió aquel mito de manera brutal. De hecho, la izquierda comenzó a imitar las malas prácticas de sus oponentes con tal de conseguir el poder, pero a la vez continuó engañando a todos con la idea de que ellos constituyen el cambio real que el país necesita. Es posible que sí sean. Pero con tal de conseguir el poder (ellos y todos los partidos que luchaban contra el oficialismo, antes de la alternancia partidista del año 2000), incluyeron a personas y grupos sin ideología, y comenzaron a vender como izquierda lo que no era. Hoy, finalmente, el resultado impacta en un enorme menoscabo a la verdadera democracia.

 

OTROS MITOS

¿El país está ahogado por la falta de preparación de sus funcionarios? Queda claro que no. Es evidente, en esa misma lógica, que lo que agobia al país se llama corrupción. Y que ésta, en nuestro país, no ha respetado partidos, ideologías, preparación académica y grados universitarios.

Resulta grave —y con tristeza debemos reconocerlo— que en México han sido igual de corruptos los funcionarios preparados lo mismo en las universidades públicas que en las privadas; han sido lo mismo los funcionarios preparados en México que en el extranjero. Y, de hecho, la corrupción ha venido cooptado todos los niveles del gobierno, independientemente de que sus funcionarios sean priistas, panistas, perredistas, verdes o panalistas. El daño, por tanto, es estructural y, sobre todo, cultural (y hasta endémico) de nuestra sociedad.

¿Cómo cambiarlo? El remedio demagógico siempre ha sido el de crear instancias de fiscalización. Hoy, se supone, existen innumerables filtros relacionados con la eliminación de la corrupción. Para eso existen órganos internos de control, contralorías, vigilancias y hasta auditorías superiores de la Federación y de los Estados.

¿Eso ha resuelto algo? Queda claro que no: La corrupción se ha venido perfeccionando en la misma medida que se elevan las facultades de los órganos fiscalizadores. Y por eso, hoy resulta que los corruptos en México tienen un grado envidiable de perfeccionamiento y preparación, porque sólo así consiguen darle la vuelta a las leyes y las instituciones creadas para ese efecto.

El problema es que la educación no ha cambiado. Es relativamente poco lo que se ha logrado para conseguir que, por voluntad y por convicción, los funcionarios y los ciudadanos dejen de ser corruptos y tengan mayor disponibilidad para cumplir la ley. Mientras eso no ocurra, de todos modos seguiremos dando vueltas en el mismo círculo vicioso, en el que quien hace la ley hace también la trampa, y en las que todos resulta que elevan el nivel de control, justamente buscando que también se incremente el nivel de la corrupción… y que al final de todos sigan estimulando la corrupción sólo que con mayores niveles de perfeccionamiento.

 

¿LA CORRUPCIÓN SOMOS TODOS?

Hay quienes, todavía de una forma absurdamente maniquea, aseguran que la corrupción y las malas prácticas de gobierno eran propias de un partido político. Esencialmente, dicen que el PRI era el único partido corrupto, en el que todos sus militantes y funcionarios hicieron del erario una caja chica de la cual se beneficiaron. La realidad les ha dado la pauta real: corrupción hay en todos los partidos, porque independientemente de la alternancia ésta no puede ser erradicada. Cómo decir que la corrupción tiene un nombre y un membrete específico, si las cifras indican que ésta sube y sube independientemente de quién gobierne.

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