Pacto de gobernabilidad: la vía desconocida

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+ No hay antecedentes; ¿Habrá compromiso?

Hasta donde podemos saber, no existen antecedentes claros sobre la firma de un pacto de gobernabilidad entre las fuerzas políticas y grupos de poder en Oaxaca. Aunque a nivel federal es una herramienta que se ha desaprovechado y desacreditado por su poca funcionalidad práctica, en la entidad no hay antecedentes de que tales o cuales grupos políticos puedan empeñar su palabra en un compromiso democrático de tales magnitudes. Si quienes intentan hacerlo pueden conseguir un resultado distinto al conocido en el ámbito nacional, entonces Oaxaca sí abrirá la oportunidad de un auténtico cambio positivo en la vida pública de los habitantes.
En efecto, en el ámbito nacional se han firmado algunos pactos de gobernabilidad, que siempre han tenido resultados distintos, y menores, a los que se han esperado. El último gran acuerdo lo firmó el presidente Vicente Fox Quesada antes de cumplir un año de su administración, y con él llamaba a todas las fuerzas políticas del país a contraer compromisos específicos por la gobernabilidad y los acuerdos que eran necesarios a favor del país.
Todas las fuerzas —incluyendo el priismo recién derrotado en las urnas— acudieron al llamado presidencial. Todas manifestaron voluntad de concertación y diálogo. Pero los resultados obtenidos fueron mínimos no porque fueran inalcanzables, sino porque en los hechos, no existió voluntad de anteponer el interés público al particular de cada facción política, y por dar prioridad a la resolución de los grandes temas de preocupación nacional, antes que priorizar las cuestiones electorales y la lucha por el control del Poder Legislativo en los comicios federales intermedios, y en las elecciones locales.
En Oaxaca los antecedentes son prácticamente inexistentes. De hecho, aquí el antecedente más próximo que se tiene son los acuerdos a los que llegó un conjunto de fuerzas políticas para impulsar un candidato a Gobernador. En un par de ocasiones, los partidos que entonces eran opositores al PRI gobernante, signaron alianzas electorales en las cuales impulsaron al hoy Gobernador del Estado. En el segundo intento, consiguieron expulsarl al PRI del gobierno estatal.
Aunque esas alianzas no eran equívocas o ilegales, sí eran limitadas. Y esas limitaciones, son exactamente las que hoy tenemos a la vista. ¿Por qué? Porque digan lo que digan, el objetivo de la coalición era meramente electoral. Nunca hubo un programa de gobierno ni se establecieron compromisos específicos a favor de la gobernabilidad o de la materialización de un proyecto de gobierno, y de marco jurídico, acorde con la visión de los coaligados.
Como siempre, el proyecto de gobierno fue posterior al triunfo electoral, y no al revés —como se supone que debe ocurrir en un verdadero gobierno de coalición, que crea compromisos desde el momento en que se impulsa como opción electoral frente a la ciudadanía—. Pero ya para entonces muchos de los participantes en la alianza habían dejado de lado el compromiso democrático y estaban ávidos de obtener poder y cotos de control político.
El resultado es que hoy, quizá la mitad de los principales problemas, y dolores de cabeza, que tiene el gobernador Gabino Cué Monteagudo, son provocados por quienes inicialmente fueron sus aliados, y no comprendieron que el compromiso de la coalición incluía no sólo la victoria electoral, sino también el deber de responder al interés de la ciudadanía haciendo un gobierno comprometido y responsable con las causas que dijeron defender.

GOBIERNO SOLO
El pacto de gobernabilidad que propuso el secretario General de Gobierno, Jesús Martínez Álvarez hace unos días tiene una lógica específica: el gobierno estatal necesita generar las condiciones de gobernabilidad, luego de que varios de sus principales aliados, fueran los primeros que comenzaran a tratar de poner en crisis a la administración. El pacto es posible, siempre y cuando se tomen en cuenta los equilibrios que necesariamente deben guardarse entre todos los convocados, y se logre asumir desde todos los frentes la vicisitud que implica la separación (o imposibilidad) de los temas políticos y de gobernabilidad, con los asuntos electorales.
En ese sentido, el llamado al pacto de gobernabilidad puede asumirse como una convocatoria coherente, como también como una demostración de romanticismo. Quien asuma la primera de las perspectivas, debe considerar el sacrificio de algunas acciones y banderas en aras de un interés superior. Quien lo asuma como lo segundo, necesariamente será ante su indisposición a renunciar a cualquier cuestión que le implique una ganancia directa.
Si el gobierno tiene la perspectiva del pacto, primero debe dar muestras precisas de dos cuestiones. Primera, de qué está dispuesto él mismo a hacer (siempre dentro de la institucionalidad, y evitando que el pacto se convierta en un cochupo, en una transacción, o en un intercambio) en aras de un escenario más democrático y ordenado. Y segunda, por qué los firmantes del pacto ganan más, firmándolo que no reconociendo la voluntad del gobierno por llegar a acuerdos precisos.
Queda claro que, sea cual sea el posible pacto, de todos modos la ciudadanía ganaría con la aplicación total o parcial del mismo. Siendo el oaxaqueño de a pie el más afectado, debiera ser el más beneficiado. No obstante, al margen de ello sería esencial que cualquier pacto viniera acompañado de compromisos concretos, beneficios similares y también la estipulación de consecuencias para quien no lo cumpla.
Si al final, esto se convoca y se firma en una suerte de “llamados a misa”, entonces no pasará de la anécdota, de la buena intención, y de la burla de todos los representantes de las fuerzas políticas, no sólo al gobierno que impulsaron, sino a la ciudadanía. Un pacto de esta magnitud debiera ser un acto de la mayor relevancia. Y traspasar la barrera de las ideas geniales… que resultan imposibles de cumplir. Lo cual, es nada sencillo.

ALIADOS DE CONVENIENCIA
Un pacto así, aunque inédito, podría funcionar siempre que no sólo el gobierno, sino también los ciudadanos, exigiéramos congruencia a todos nuestros gobernantes y representantes populares. ¿Por qué hoy el gobierno es traicionado un día y otro también por todos sus aliados? Porque nadie ejerce, ni exige, congruencia y resultados. Y como estamos acostumbrados a la conveniencia y al cochupo, nadie se sorprende. Es parte de la herencia del “todo o nada” del pasado reciente. Pero de eso hablaremos mañana.

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