+ Refundar panismo local, lo lógico ante debacle
Si algo deben considerar seriamente los damnificados de esta elección del pasado domingo, es que no pueden continuar en la ruta hasta ahora trazada. Si ese es un imperativo mayúsculo para el PRI local, lo es casi en la misma proporción para la dirigencia estatal del Partido Acción Nacional. Aunque su catástrofe es silenciosa, y sus efectos reprimidos, lo cierto es que ahí prevalece una situación insostenible que debe pasar por la ruta de la rectificación y no del ocultamiento.
En efecto, en Oaxaca la derrota del PRI es catastrófica no sólo por los números, sino también por el efecto anímico que tiene —a favor y en contra— por haber sido un partido aparentemente invencible que, sin embargo, hoy está pulverizado. Esa catástrofe electoral, sin embargo, también alcanza a Acción Nacional. Sólo que, aunque ésta no es ruidosa, eso no le atempera la gravedad ni la necesidad de un replanteamiento profundo a partir de la crisis.
Y es que si alguien ha apostado a la apariencia de triunfos, pero ha conseguido únicamente pobreza en resultados y en posiciones reales de poder, ese es el PAN oaxaqueño. Si históricamente era un mero membrete como representación partidaria, a partir del triunfo en los comicios presidenciales en el año 2000, el panismo local buscó capitalizar su presencia e influencia, y además explotar a las pocas figuras locales rentables con que en ese tiempo contaba, como Pablo Arnaud Carreño.
Eso les permitió cierta presencia y hasta triunfos, aunque lo cierto es que el partido —junto con sus sectarios “militantes históricos”— nunca consiguió ser más fuerte ni más aceptado que los candidatos que “cachaba” de la ciudadanía para presentarlos como suyos en los procesos electorales. Acaso su momento cúspide se dio a partir del año 2004, cuando pudo tener una presencia más importante en el Congreso del Estado, y ganó importancia a través del impulso a la primera candidatura opositora de Gabino Cué Monteagudo como abanderado a la gubernatura del Estado.
En ese momento se montó en la aceptación del Candidato a Gobernador, y ganó tantas posiciones como nunca antes había conseguido. Pero en las elecciones intermedias volvió a su realidad. Una realidad que se replicaba en Oaxaca (en elecciones locales y federales, en las que solo no ganaba nada) mientras eran parte de la oposición, e iba sin coalición a la competencia electoral.
Tuvo que venir de nuevo el proceso electoral de 2010, y la coalición de partidos, para ganar posiciones. Una vez más se montó en la popularidad de otros (nuevamente del ahora gobernador Cué) para ganar espacios legislativos. Y una vez que se ganó la gubernatura, también reclamaron posiciones. La Coalición defendió sin mucho denuedo una posición legislativa que finalmente le fue respetada al ahora diputado presidente de la Junta de Coordinación Política, Juan Mendoza Reyes. Y en el Gobierno del Estado les dieron algunas posiciones, de las que hoy sólo sobrevive la de la secretaria de la Contraloría y Transparencia Gubernamental, Perla Woolrich Fernández.
Lo evidente, en todo esto, es que el panismo local ha preferido mantener las posiciones cómodas que verdaderamente entrar en un proceso de replanteamiento de cara no sólo a sus militantes, sino al poder gubernamental, y a la misma sociedad.
Su falta de arraigo, su lejanía con las causas sociales, e incluso su indolencia frente los asuntos de interés público, han hecho de la dirigencia estatal una mera posición decorativa, en la que presumen de tener mucha ascendencia en el gobierno estatal, y una fuerza electoral decisiva para el Estado, pero que el domingo fueron arrasados por quienes prefieren al trabajo por encima de la pose, y por otras fuerzas que salen a buscar los triunfos sin sentirse herederos o merecedores de nada. Si la crisis del PRI es mayúscula por sus conflictos internos, la del PAN es tanto o más grave por su conformismo e inmovilidad frente a los retos importantes.
REALIDAD APLASTANTE
El PAN local no ganó nada por varias razones. Una de ellas, es que —como siempre— dejó solos a sus candidatos, en escenarios electorales en los que la competencia interna y externa es feroz en cada distrito. Otra, es porque hizo gala de un rarísimo pragmatismo, que hasta parecía pactado, en el que marginó a sus figuras tradicionales —que de por sí no eran muy competitivas electoralmente hablando, pero que al menos son algo conocidas entre los electores—, pero sólo para imponer como candidatos a una serie de personajes desconocidos.
Una tercera implica el hecho de que, en todo este proceso, la dirigencia estatal ha actuado siempre como una mera observadora y legitimadora de una serie de decisiones que han tenido siempre procedencias ocultas. El dirigente estatal Carlos Alberto Moreno Alcántara ha mantenido su liderazgo por acuerdos, pero no porque de verdad goce de un reconocimiento expreso por parte de su militancia, y de quienes dicen ser parte de la fuerza panista en el Estado.
¿En qué deriva todo eso? En que el panismo está en una situación catastrófica, que no porque no sea ruidosa o expresamente aceptada, no deja de ser grave. La derrota de Diódoro Carrasco Altamirano debe verse no como un acto de justicia, ni de solo daño colateral frente a la derrota de la candidata presidencial. Reducir los motivos de su derrota en Oaxaca —en todos los distritos, y en las Senadurías—, al solo efecto negativo de Josefina Vázquez Mota, es tanto como negar la existencia misma de una estructura estatal, de un partido que dice ser fuerte pero que demostró no existir.
Por eso, si son inteligentes deben plantear una reestructuración determinada por la congruencia y la honestidad en su autocrítica. Es indispensable que dejen a un lado la idea equivocada de que son un partido de élites, o de que su supervivencia depende del poder estatal, o del poder presidencial. Si lo ven así, seguirán derrotados. Si rectifican, pueden ganar mucho más, antes que sólo pensar en seguir montándose en coaliciones contradictorias.
UN LIDERAZGO
Ante la debacle, el único liderazgo panista en Oaxaca que puede asumirse válidamente como aspirante a dirigir ese partido, es el diputado Juan Mendoza Reyes. Fuera de él, los panistas de cepa están ninguneados por su propio presente y pasado. Y los advenedizos fueron derrotados en buena medida por los fantasmas que determinaron la elección del pasado domingo.