Una pregunta incómoda: ¿quién sostuvo la votación del PRI en Oaxaca?

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+ Voto duro y operación electoral, sólo mitos

 

Habiendo entendido que los priistas tuvieron innumerables deficiencias en la organización de sus campañas, y que el trabajo proselitista estuvo marcado por los distanciamientos, por los recelos, por las traiciones y por el encono mutuo, entonces es necesario preguntarnos: ¿quién sí votó por el PRI en Oaxaca?

La pregunta no es ociosa. Porque en cierto sentido, todos militantes priistas con los esta columna ha tenido contacto que en los últimos días, coinciden en señalar, y en quejarse, por el hecho de que en esta campaña proselitista, las acciones de operación electoral, de movilización de votantes, e incluso el estímulo al voto duro clientelar que tradicionalmente tiene el priismo, fueron prácticamente nulas.

En todo, dicen, hubo trabas, “atorones” y traspiés. Pues si bien es cierto que el PRI oaxaqueño siempre aseguraba contar con un voto duro de más de 600 sufragios, lo cierto es que todo eso lo conseguía únicamente gracias a una pesada y costosa maquinaria electoral que sí podía mantener cuando un priista tenía en sus manos el gobierno estatal. Por conveniencia, ningún tricolor quiso reconocer que una vez siendo oposición ese número tendría una reducción natural importantísima, y todos optaron por negar la realidad y continuar asegurando que continuaría habiendo una votación y aceptación alta para cualquier priista que fuera presentado como candidato.

Ese argumento (que el priismo seguía teniendo incólumes sus 600 mil votos) fue el que sirvió de base para la disputa entre factores de poder en Oaxaca, y para el arreglo cupular entre la dirigencia nacional y los ex Gobernadores de la entidad. Como se supone que esa cantidad de votos estaba segura, y como los cuatro ex mandatarios querían su tajada de ese potencial triunfo de cualquiera que fuera candidato a diputado o senador, entonces por eso decidieron repartir el pastel electoral entre esos cuatro factores, y con ello se pensó que cada uno tendría satisfechos sus intereses a través de las curules y escaños que obtuviera, y que así estaría liquidada la disputa por el control del priismo en la entidad.

El cálculo fue erróneo. En efecto, se hizo el reparto y comenzaron las campañas, pero lo cierto es que éstas no fueron funcionales ni eficaces en ningún momento. Como apuntábamos ayer, no hubo ningún tipo de coordinación real entre dirigencia, sectores y representantes o delegados distritales, con los candidatos. Cada uno hizo la campaña que pudo e imaginó. Y todos se fueron por una ruta peligrosa de tratar de hacer todo a espaldas de los demás, de aprovecharse de los apoyos y recursos que obtenía, y de tratar de lograr que sus adversarios internos pagaran las consecuencias de las disputas y las traiciones.

A eso hubo que sumar, primero, el hecho de que los recursos que el Comité Ejecutivo Nacional había destinado para la operación electoral, fueron insuficientes y llegaron a destiempo; y que, además de lo anterior, no faltaron los vivales que vieron en el manejo y distribución de esos recursos, una ocasión perfecta para sacar provecho personal de la situación, y para rasurar los montos que estaban destinados para el tiempo previo a la elección.

Muy tarde, todos se dieron cuenta que todos aquellos que habían recibido recursos económicos durante toda la campaña, para implementar los distintos programas de promoción al voto, simplemente habían hecho nada. Cuando a pocos días de culminar el trabajo proselitista se hizo una evaluación general del trabajo realizado, y se dejaron de lado las posiciones triunfalistas de quienes decían haber hecho todo sin poder comprobar nada, lo único que pudo corroborarse es que esquemas completos de trabajo territorial de promoción del voto, no se habían realizado.

Sin embargo, nadie quería responsabilizarse de ninguna de las fallas. Por eso, aunque parezca extraño, los priistas oaxaqueños dejaron a la deriva toda posibilidad de por lo menos tener estimaciones previas de la cantidad de votos que obtendría cada uno de los candidatos a diputados y senadores. Y, si vale la expresión, únicamente se encomendaron a lo que pudiera conseguir su candidato presidencial, y al arrastre que éste pudiera darle a sus respectivas campañas.

 

TODOS FALLARON

Hoy, cuando la elección ya pasó, y los resultados (y el mayúsculo descalabro del PRI en Oaxaca) son ampliamente conocidos, todos pretenden responsabilizar únicamente a la dirigencia del PRI, a los candidatos derrotados, o incluso a los ex Gobernadores, de lo que estuvo mal hecho en esta operación electoral. Lo cierto, al final, es que todos, puros y conversos, son responsables de esta derrota.

Y es que grupos como el llamado Frente Renovador, hoy no encuentra las palabras suficientes para fustigar a la dirigencia y a los sectores priistas por la derrota. Es cierto que ellos tienen una gran responsabilidad por los resultados. Pero también lo es que, si se supone que todos son priistas y que todos trabajaron para dos causas esenciales (una llamada PRI y la otra llamada Enrique Peña Nieto) entonces nadie debería sentirse absuelto de responsabilidades.

Porque si la dirigencia y los candidatos no hicieron el trabajo político que les tocaba, fue evidente que todas las corrientes de la disidencia priista (el Frente Renovador y todos los demás) tampoco hicieron la parte que les tocaba para conseguir que su partido hiciera un mejor papel en esta contienda.

Al final, queda la pregunta: si no hubo voto duro; si tampoco hubo movilización electoral; si un puñado de aprovechados se robaron el dinero para la riega y aseguramiento del voto clientelar; si las campañas fueron estuvieron marcadas por las zancadillas y por el encono; y si al final la dirigencia, los sectores, la movilización, y todo, falló, ¿entonces quién votó por el PRI?

 

MALAGRADECIDOS

La respuesta es obvia: por los candidatos del PRI en Oaxaca votó, por un lado, la militancia priista real (esa que sí está convencida, y que no es clientela de nadie); y por el otro, votaron también aquellos a los que captó la campaña presidencial de Peña Nieto. La disparidad en los votos que obtuvo el candidato presidencial, y los alcanzados por los abanderados al Senado y las diputaciones, hablan sólo de eso. Por eso, todo aquel que tuvo, o dijo tener, una responsabilidad en esta campaña, falló vergonzosamente. Y por eso, de esta derrota no se puede excluir ninguno de los que tuvo el deber de asegurar una votación, y dejó todo a una suerte que de todos modos no les favoreció.

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