PRI: el choque reiterado entre discurso y praxis

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+ Posibilidades de reconciliación, sólo en acuerdos

 

Ante la nueva situación de crisis en el PRI oaxaqueño —que paradójicamente tiene todos los ingredientes necesarios, menos el de la novedad—, todos sus militantes y líderes dicen estar a favor de la reconciliación y de la unidad para ir al proceso electoral del próximo año. El problema es que, a estas alturas, los llamados a la reconciliación y a la unidad son como los llamados a misa, cuando lo que tienen enfrente son prácticas reiteradas, y quizá comunes, de avasallamiento y totalitarismo, antes que del “compañerismo” y los acuerdos consensados, que debieran ser necesarios para lograr una unidad efectiva.

El conflicto permanente del PRI, en sus más de ocho décadas de existencia, ha sido siempre por el poder. El otrora partido oficial nació justamente de la necesidad de aglutinar a la mayoría de las corrientes políticas y los liderazgos que, producto de la Revolución, se habían concentrado en las distintas regiones del país. El Partido oficial les dio cauce a todos esos liderazgos y los “institucionalizó” para que éstos giraran alrededor de la Constitución (como forma de legitimación) y del poder presidencial (como detentador real del poder), y tuvieran a cambio los espacios y los márgenes de maniobra para mantener sus parcelas de poder.

Ese método de organización duró décadas, ejerciéndose con éxito. Por eso durante casi todo el siglo XX el PRI fue un partido invencible. La construcción cuidadosa de sus jerarquías, el establecimiento del sistema institucional de recompensas frente a las demostraciones de lealtad a las Instituciones y al Presidente, la implacable disciplina edificada como piedra angular de la conservación del poder, y el respeto a la regla no escrita de que el Presidente era también el Jefe del partido, y podía disponer en él todo lo que considerara conveniente, hicieron del PRI una especie de ejército “político”, vertical, en el que todos eran parte de la lealtad jurada, o se convertían automáticamente en desertores que merecían todas las desgracias políticas. A nadie le convenía salirse de ese esquema, porque el PRI tenía nada menos que el poder.

El problema es que en Oaxaca, hoy, esa disputa permanente al interior del priismo ya no es por la preservación del poder, sino por su reconquista. Y el problema se hace mayor, y más grave, cuando pretenden luchar juntos por la recuperación de ese poder, pero bajo las mismas reglas con las que operaban cuando tenían al Estado en las manos. Por eso, lejos de encontrarse y coincidir todas las corrientes internas del priismo, todos sus procesos resultan ser siempre la misma historia de desencuentros y choques que finalmente los tienen al borde de la debacle.

Es evidente que no han entendido que si el panorama político para ellos cambió, y si ahora su lucha se trata ya no por preservar el poder sino por recobrarlo, entonces las reglas de funcionamiento de la estructura partidista, y de convivencia entre los sectores, deben cambiar radicalmente.

A eso es a lo que se supone que debía estar dedicado el CEN de ese partido: a entender los nuevos escenarios de su partido en las entidades federativas en las que dejaron de ser gobierno para convertirse en oposición, y darle las soluciones según la eficacia, antes que de acuerdo con las tradiciones. Si lo vemos con detenimiento, a eso se debe la crisis permanente del priismo en Oaxaca, que en el ámbito interno no ha aprendido a convivir sin el eje de flotación que le daba el Gobernador-Jefe Político del partido, pero que tampoco ha recibido la guía adecuada y la tutela, que estatutariamente tiene sobre ellos el CEN priista.

 

PROBLEMA SIN FIN

El priismo local hoy se encuentra en la misma situación que cuando un perro intenta morderse el rabo, y como no se lo alcanza, entonces comienza a dar vuelta sin fin hasta que es vencido por el cansancio. Si revisamos los últimos procesos “democráticos” del priismo local, nos daremos cuenta que todos han estado determinado por los verticalismos, por las imposiciones y por las decisiones cupulares antes que por la atención a las bases de militancia. Por eso, los priistas intentan agarrarse del hilo de la democracia, pero como éste se encuentra más lejos de lo que ellos pueden alcanzarse, brincan y caen en una cadena interminable de hechos que se repiten.

¿Cuál es la solución? Que en los sectores determinantes del tricolor pudieran entender que esos brincos y esas caídas no son sólo pretensiones de los ilusos que aún creen en la democracia y en la sensibilidad de los dirigentes nacionales, y de los integrantes de las cúpulas de ese partido, sino que debiera ser una condición determinantes para reintegrar a un partido que se encuentra desmantelado en sus bases reales.

¿Cómo tendría que llevarse a cabo esa reconstrucción? A partir de una premisa fundamental: la eliminación completa y radical de las decisiones que únicamente buscan favorecer a un solo grupo. Suena romántico y hasta imposible, es cierto. Pero es evidente que sólo a través de eso podrían volver a tener el poder que, todos, ya perdieron. Eso, paradójicamente, implica que el priismo deje sus prácticas actuales y vuelva a las bases políticas con las que nació en los años 30’s del siglo pasado. ¿Cuáles?

A las relativas a la idea de que para tener todo el poder es necesario repartirlo gradualmente entre todas las expresiones que son más o menos coincidentes. Si entendemos al PRI en su contexto histórico nos daremos cuenta que así, cediendo algo de poder para preservar los espacios fundamentales, fue como consiguieron gobernar al país durante setenta años.

No se trata de tener fórmulas mágicas, sino de que, en todo caso, el PRI vuelva a sus bases reales y elimine los vicios que se anidaron cuando el poder se les añejó y se les convirtió en ocio, y entonces cambiaron la política del intercambio y la transacción básica del PRI, por la del agandalle de los grupos, el madracismo de manera protagónica entre todos ellos, que en los últimos años tuvieron el control de ese partido, y no lo llevaron sino a casi ser declarado como desahuciado luego de los comicios presidenciales de 2006.

 

CAMINO TRAZADO

Ese camino trazado no es otro sino el de la derrota. Pues el “relevo” en la dirigencia del partido, no fue sino otra vuelta del tricolor en su intento imposible por alcanzarse a sí mismo. Pues de nuevo veremos el agandalle, a los agraviados, a los traidores y a los que siguen jugando las contras al PRI, con tal de que no ganen sus adversarios internos. ¿Apuestan?

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