El fin del mundo, y los agoreros del desastre

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+ 2012 ¿podría ser fin de otra era, como 1492?

 

Si efectivamente el mundo se hubiera acabado, hoy tendría que ser el primero de nuestra “no-existencia” como humanidad, y también de la “no-existencia” de nuestro mundo como tal. Esa posibilidad tan fatalista del fin de nuestra existencia, que en realidad era tan remota como lo han sido todos los anteriores presagios, en realidad engloba muchos imperativos más de los que hoy imaginamos. Nosotros, como humanidad, tenemos grandes retos y, más bien, y no por una predicción, tenemos asimismo en nuestras manos la posibilidad de poner fin no al mundo, sino a una era, y dar inicio a otra, mejor de la que tenemos actualmente.

En efecto, desde hace algún tiempo se dice que los mayas habían visualizado el fin de los tiempos, justamente en la fecha del día de ayer. Los fatalistas y los conspiracionistas de siempre, luego dijeron que ese sería el castigo para la humanidad por los excesos que se habían cometido en los últimos tiempos, y que el fin del mundo habría de ser algo así como un restablecimiento de los equilibrios naturales para que de nuevo la vida volviera a florecer pero ya sin los vicios de los que nos habíamos hecho protagonistas los seres humanos.

Hace apenas unos meses —para apaciguar ciertos ánimos que ya comenzaban a exaltarse— la teoría del fin del mundo “cambió”, y se dijo que la predicción de los mayas más bien tenía que ver con el fin de un periodo a partir del cual ellos contaban el tiempo, pero que esto no significaba el fin del mundo de forma necesaria. Y finalmente, la fecha llegó sin que nada se acabara, y menos las cuestiones que, a nivel global, nacional, regional, local y hasta familiar y personalmente, sí debían comenzar a cambiar con cualquier presagio del final de los tiempos.

El mundo no se acabó. Pero eso no fue lo grave; pues lo realmente lamentable es que eso haya sido sólo pretexto para el amarillismo, pero no ocasión para una reflexión sobre lo que somos, y debemos dejar de ser —o cuando menos pensar en “evolucionar”— como parte de esta sociedad mundial llamada humanidad. ¿De qué hablamos?

De que hoy el mundo vive momentos complejos por la situación aparente de democracia y revolución que viven muchas naciones, pero las desigualdades tan terribles que también existen en el mundo. Son los tiempos de los mayores adelantos tecnológicos de la humanidad, pero es también momento de las más terribles enfermedades; los caudales económicos de las naciones son inmensos, pero aún así es imposible cerrar las brechas existentes entre quienes tienen más dinero del que imaginan, y aquellas que tienen que no tienen ni siquiera lo indispensable para sobrevivir.

Vivimos también en los tiempos en los que las libertades de las personas se encuentran soportadas por la fuerza de las armas, del terror, de la violencia y, en el peor de los casos, por las injusticias y las mayores atrocidades de que se tenga memoria. Vivimos, pues, en un mundo de apariencias en el que no existe la menor posibilidad de que, a la distancia, pueda ser visto como algo envidiable para las generaciones siguientes, e incluso —si hubiesen tenido posibilidad de verlo, en algo así como una bola de cristal— tampoco para quienes vivieron en el pasado y pudieran envidiarnos las comunicaciones o los adelantos tecnológicos.

 

EL OTRO FIN DEL MUNDO

El historiador inglés Felipe Fernández Armesto, en su libro “1492, El Nacimiento de la Modernidad” hace una reflexión que hoy, en este primer día después del supuesto fin del mundo, debiera ser obligatoria para todos, a todos los niveles. A nivel de naciones, dice que “los perfiles del dibujo actual son bastante llamativos. Vivimos en un mundo de explosión demográfica. La hegemonía occidental modela el mundo, junto con las intercomunicaciones planetarias y una interdependencia económica global cada vez mayor. Otros rasgos que es posible que todos percibamos son la pluralidad cultural y las tensiones que genera, la rivalidad religiosa y los valores seculares (con la consiguiente incertidumbre intelectual), las guerras culturales que amenazan con convertirse en “choques de civilizaciones”, la renovación tecnológica acelerada, la sobreabundancia de información, la urbanización frenética. El consumo desorbitado, las diferencias de riqueza cada vez mayores, las prioridades médicas eficaces pero carísimas, y la angustia ecológica”.

Todo esto, dice Fernández Armesto, impacta en la vida de las personas, y dice que vivimos en “una generación distanciada de sus padres” que “cría a sus hijos para que sean sus amigos. Los periodos de exceso de planificación social y económica se intercalan con épocas de desregulación descabellada”. Por eso, dice, parece que vamos encaminados hacia un auténtico fin del mundo. ¿Por qué? Porque hoy son insostenibles todas esas condiciones feroces, que para nosotros son habituales. Incluso, porque a nivel histórico pareciera que vivimos en un momento de mayores contrastes que nunca.

Sin embargo, también queda claro que este momento de la historia de la humanidad no ha sido tan determinante como para suponer que el mundo se va a acabar, y tampoco para creer que la humanidad pondrá fin a una época de la historia para dar el paso a la siguiente. Más allá de la euforia, es visible que ninguna de las condiciones actuales que determina a la humanidad, ha podido cambiar tanto como para creer que 2012 será parteaguas de algo más que lo que vemos. Para desgracia nuestra, el tiempo y las condiciones que vivimos parecen tan determinadas por la inercia, que no parece existir posibilidad alguna de que veamos grandes cambios que, con el paso del tiempo, permitan suponer que los mayas tenían razón en sus predicciones, porque a partir del 21 de diciembre de 2012 el mundo es otro.

 

2012 NO ES 1492

Fernández Armesto demuestra que 1492 sí fue un año que marcó el cambio de época en la humanidad, no sólo por el descubrimiento de América. Dice que ese mismo año ocurrieron sucesos tan extraordinarios como la invención del primer globo terráqueo en Núremberg, la extinción del islam en Europa Occidental, la expulsión de los judíos de España, la muerte de Lorenzo de Médicis en Italia, y grandes acontecimientos en Asia y África. Dice que “profetas, adivinos y astrólogos auguraron que el mundo terminaría ese año. Tenían razón. Su mundo acabó, y comenzó el nuestro”, el de la Modernidad. ¿Estamos ante otro momento así de determinante? No nos hagamos muchas ilusiones. Lamentablemente, no parece ser así.

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