+ Se institucionaliza la “no propuesta”
El sábado iniciaron las campañas para la renovación del Congreso local, y preocupa que ninguno de los candidatos, ninguno, de ningún partido, dé muestras de tener por lo menos una noción general de las funciones que realiza un diputado, y de los enormes problemas que tiene actualmente el Poder Legislativo en Oaxaca. En esas condiciones —en las que triunfa el proselitismo sobre la propuesta, y la improvisación sobre la preparación de los temas sustantivos— no esperemos mucho de los hombres y mujeres que aspiran a ser legisladores locales.
En efecto, hoy lunes podremos ya ver con más claridad cómo toda la entidad oaxaqueña se llena de propaganda electoral. Pues según la ley electoral, desde hace dos días tienen autorizado a realizar proselitismo electoral todos aquellos que fueron registrados por los partidos para contender por las diputaciones locales. Así que desde hoy veremos cómo de nuevo somos engañados y encandilados con un montón de propuestas y argumentos, dichos de viva voz de los candidatos, que poco o nada tiene que ver con lo que hace un diputado. Veamos si no.
La función primordial de un diputado, consiste en dictar leyes que contribuyan al buen gobierno de la entidad —en la amplísima dimensión que eso conlleva— y, como lo señala el propio artículo 59 de la Constitución del Estado, “interpretarlas, aclararlas en el ámbito de sus funciones, reformarlas, derogarlas y abrogarlas”. Esto es, legislar.
Pero además tienen otras funciones importantísimas, relacionadas con la vigilancia del gasto y la función pública, la integración del Poder Judicial, el funcionamiento de los órganos autónomos, la actuación de los integrantes de los Ayuntamientos, y otras tantas de las que se encuentran enumeradas en las Constituciones local y federal, la Ley Orgánica del Poder Legislativo y otras tantas que les reconocen facultades y responsabilidades al Congreso del Estado.
Sin embargo, ¿qué dicen sobre eso los señores candidatos a esos cargos de elección popular? Dicen absolutamente nada. Y es que es evidente que la idea de que una diputación es un premio a la lealtad partidaria o a cierto grupo o fuerza política, y que además es una beca de primer nivel durante tres años, en los que existen privilegios pero no responsabilidades ni metas por cumplir, ha permeado profundamente en la idea de los partidos, de sus dirigentes y de las mismas personas que pretenden llegar al Congreso local. Por eso, la falta de propuestas, y el desinterés por abordar temas no de coyuntura, que permitan mejorar el andamiaje jurídico o el funcionamiento del sector público de la entidad, son la constante entre quienes aspiran a cargo de elección popular.
Eso explica que los candidatos a diputados, e incluso ya estando en el cargo, los legisladores se vayan por lo fatuo. De ahí que, en campaña, pretenden ganar el voto con la dádiva al elector (práctica de la que nosotros mismos los ciudadanos somos corresponsables), o con un montón de propuestas (gestión de recursos, realización de obras, inclusión en los programas de apoyo social, atención del gobierno, etcétera) que esencialmente no tienen que ver con la función de un diputado.
Eso, es cierto, les sirve para ganar el voto. Pero pensar en reducir la figura del legislador a la de un simple gestor de beneficios y obras, es tanto como contribuir voluntariamente a desgastar una figura que no sirve ni fue creada para eso, y además es algo así como perpetuar la creencia de que aquí el gobierno sólo atiende a través de la influencia política de la gente influyente. Y no, en el último de los casos, aquí no estamos a favor de que no hagan esas gestiones. Pero lo que sí rechazamos, es el hecho de que esa, la gestión, sea convertida en el centro de la labor legislativa. Eso es terrible.
¿QUIÉN ES EL RESPONSABLE?
Sin embargo, habría que ver, con serenidad, quién o quiénes son los responsables de esto. Porque, aludiendo al refrán, no tiene la culpa el ignorante, sino quien lo hace candidato. Es decir, que en este caso no es sólo responsable quien acepta una candidatura sin saber —ni tener interés en aprender— las funciones que desde él se realizan. También, esa irresponsabilidad recae en quienes, a sabiendas de la importancia que tienen los cargos de elección popular, siguen alimentando la creencia de que las candidaturas son premios para quienes pertenecen a cierto grupo o tuvieron lealtad, vocación de servicio —o hasta servilismo— con el partido o sus dirigentes.
Si esto de por sí ahonda este grave problema, hasta ahora negado por todos los involucrados, todo se termina de descomponer cuando desde los mismos partidos se establece que sus candidatos no deben realizar ningún tipo de trabajo, plan o diagnóstico previo sobre el trabajo que realizarán si ganan la elección. Los propios partidos y sus dirigentes se adhieren a ese viejo maniqueísmo de que “será en la campaña” donde se escuche el sentir y las necesidades de la ciudadanía, y que el trabajo de los diputados tendrá que basarse en eso.
¿Qué sentir y qué problemas? Son los que todos conocemos: que aquí falta seguridad pública, que falta agua potable, que urgen mejores servicios de salud, de educación; que falta estímulo al empleo, que el dinero no alcanza; que hacen falta más escuelas y que haya clases; que todos queremos que haya justicia y respeto a los derechos humanos… en fin, un conjunto de necesidades obvias pero que en realidad nada tienen que ver con lo que hace un diputado.
Y es que los diputados están para hacer leyes, pero no para resolver directamente esos problemas que, más bien, son competencia de los presidentes municipales, de los gobiernos estatales y del federal, que luego resulta que se ponen a prometer que harán mejores leyes y que solventarán las lagunas jurídicas que generan la impunidad, la corrupción y las fallas de fondo por las que existen todos los problemas por los que se queja la ciudadanía.
PRODUCTIVIDAD
Como a los diputados lo que menos les conviene es que su improductividad sea medible, en el Congreso local es un verdadero laberinto enterarse de las actividades, de las iniciativas, del trabajo en comisiones, de las asistencias, de las propuestas y del sentido de los votos de los diputados. La página web del Congreso es un ejemplo de opacidad y ocultamiento de información sobre la actividad de los Legisladores. Por eso, si no tienen proyecto y no podemos enterarnos de lo que hacen, entonces ellos sí tienen una beca cara con cargo al erario. Algo inaceptable, pero que ahí sigue, a la vista de todos.