Comparecencias: lamentable, que no sirvan

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+ No hay consecuencias, ni reproches morales

Nuevamente comenzaron las comparecencias, y más allá del circo mediático y la faramalla que implica el enfrentar cara a cara con los secretarios del gobierno estatal con los diputados, lo que queda claro es que ese ejercicio no sirve para nada. No hay utilidad, porque la exhibición pública de yerros y desajustes en las tareas de gobierno no implica ningún compromiso ni consecuencia; y porque, ya ni siquiera en el plano de lo moral existe la posibilidad de que la recriminación sirva para que la sociedad o el propio gobierno tomen medidas para remediar las situaciones que se denuncian.
En efecto, hoy queda claro que la connivencia de diputados y funcionarios estatales ha traído consecuencias funestas para el equilibrio y los contrapesos en el poder público. Se supone que las comparecencias son el ejercicio posterior a la entrega del Informe anual de labores del Titular del Poder Ejecutivo, que tendría como utilidad que los diputados evaluaran con detalle, y tema por tema, los diversos sectores del gobierno que atienden las necesidades de la ciudadanía a través de servicios y obras.
El problema es que ese ejercicio hoy en día está plagado de vicios. Desde que comenzaron los tiempos de la alternancia –y el Gobernador dejó de ser del mismo partido que la mayoría legislativa, como fue hasta la LX Legislatura–, los diputados asumieron la “costumbre” de sostener encuentros y negociaciones previas con los funcionarios comparecientes para establecer los términos de las comparecencias. ¿La razón? Que se convirtió en una moneda de cambio la posibilidad de sostener un encuentro terso a cambio de beneficios y canonjías para cada legislador; o, en su defecto, que éstos tundieran al servidor público si no cumplía, previamente, con ciertos caprichos o peticiones de cada uno de los legisladores.
El resultado es funesto: en estos tres años, el ejercicio de las evaluaciones al Informe de Gobierno no sólo no mejoraron, sino que se llenaron de todos los vicios que nadie hubiera querido para una verdadera transición democrática. Pues contrario a lo que se hubiera esperado, en los temas torales de la relación entre poderes, los diputados deliberadamente quisieron simplemente no hacer nada para establecer métodos de control eficaces para conseguir que la administración pública tuviera un mejor funcionamiento, y también para corregir las fallas que hubiera en el ejercicio administrativo y de gobierno.
Al no establecer ningún mecanismo de control, ni de evaluación, ni de sanción respecto al funcionamiento de las secretarías del gobierno estatal, los diputados dejaron todo a la sanción moral, como forma de control respecto a los funcionarios. Sólo que ese mecanismo moral se vició en sí mismo cuando se volvió público que los funcionarios y los legisladores negociaban previamente la forma y los términos de la comparecencia, y cuando quedó claro que mucho de lo que ocurría era un encuentro pactado que no incluía ni informe serios sobre el funcionamiento del gobierno (todo se reducía a una exaltación unilateral de logros de la administración, aunque sin el contraste necesario con las metas incumplidas y sin ofrecer datos y estadísticas serias sobre el rubro), y tampoco críticas basadas en la razón y en la responsabilidad por parte de los diputados, que sólo iban a cumplir con el papel negociado y no a refrendar la representación popular que la ciudadanía les entregó a través de las urnas.

UN CIRCO
Frente a todo esto, queda claro que el problema del formato actual de este ejercicio no sólo radica en el hecho de que las comparecencias sean un auténtico circo, sino sobre todo en el hecho de que éstas no tienen impacto alguno en la evaluación del trabajo realizado, o en el establecimiento de compromisos sobre las deficiencias en el ejercicio de la administración pública. No. Porque en realidad las comparecencias sirven sólo para que los diputados se luzcan señalando, cuestionando y descalificando a los servidores públicos, y para que éstos vayan e informen lo que les viene en gana.
Ahí existe un problema de fondo que, deliberadamente, no ha sido atacado. Pues desde que ocurrió el establecimiento de las comparecencias de secretarios de despacho ante el pleno del Congreso del Estado, se han ido anidando un conjunto de prácticas que hoy hacen no sólo inviables las comparecencias como una forma de rendir cuentas, sino que incluso las convierten en un ejercicio nocivo porque lo que se hace año con año es refrendar las prácticas de connivencia que no debían existir en algo a lo que muchos insisten en llamar como “democracia”.
Y es que a la distancia se ha podido corroborar que la fragilidad de ese mecanismo de rendición de cuentas, y las amplias libertades que permite tanto para quienes comparecen, como para quienes examinan, permite que en realidad las comparecencias se hayan convertido ya en un auténtico “toma y daca” de negociaciones, prebendas y hasta extorsiones, en las que diputados y funcionarios se reúnen previamente para negociar no los compromisos, sino la cordialidad o dureza con la que serán tratados. Lo grave es que en esas “negociaciones” lo que se pone sobre la mesa es impunidad, recursos económicos, prebendas y “colaboraciones en conjunto”, que en realidad no son sino una forma de institucionalización de muchos de los negocios turbios que siguen existiendo en el ejercicio del poder público.
Hasta hoy, los diputados han omitido de forma deliberada revisar el formato de las comparecencias. En el inicio de la LXII Legislatura, los legisladores aparentan estar aún metidos en la ingenuidad que esconde la voluntad porque las cosas no cambien. Eso es lo que hemos visto hasta ahora: comparecencias en los que los funcionarios van a decir lo que quieren y no lo que deben; y en las que los señores legisladores vociferan, se rasgan las vestiduras, exigen renuncias y confrontan de manera abierta a los servidores públicos comparecientes. Aunque al final todo termina en que no pasa nada, en que los gritos y las cifras alegres sirven para resolver nada, y en que al terminar el día todos se van a su casa aunque todos los problemas discutidos y denunciados, sigan existiendo.

NO HAY CONSECUENCIAS
Ese es el problema: que no hay consecuencia ni compromiso alguno derivado de las comparecencias. Por eso todos van a prometer lo que quieren, y a cumplir lo que pueden o que se les antoja. Y los diputados siguen voluntariamente atados de manos dejando de lado la posibilidad de hacer algo de veras positivo para Oaxaca.

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