Oaxaca se volvió infierno de violencia e indolencia
Ya nadie lo recuerda, pero el 21 de agosto de 2006 Oaxaca se volvió un infierno. La mañana de ese lunes, las calles de la ciudad amanecieron bloqueadas por profesores de la Sección 22 del SNTE e integrantes de la APPO, que en apenas unas horas montaron una verdadera toma de la capital oaxaqueña para enmascarar, en un ataque violento, la intención de hacerse de las principales estaciones radiofónicas para poder continuar su movimiento. Aún hoy resentimos los efectos de aquella maniobra perversamente planeada para involucrar a la ciudadanía en un conflicto que hasta entonces era sólo de grupos políticos.
En efecto, el 21 de agosto de 2006 era exactamente el día del punto sin retorno del conflicto magisterial de aquel año. Esa era la fecha en la que hace ocho años arrancaba el ciclo escolar 2006-2007, que los profesores se habían comprometido a iniciar a pesar de la crisis existente en la relación entre la Sección 22 y el Gobierno del Estado.
Era también el día fijado por el tribunal electoral federal para definir la apretada disputa electoral entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador. Por eso, los profesores oaxaqueños calcularon que ese era el día del punto sin retorno, en el que o iniciaban clases y optaban por la ruta de la concordia, o extendían indefinidamente el movimiento en contra del entonces gobernador Ulises Ruiz y contribuían a la desobediencia a la que llamaría el candidato presidencial derrotado de los partidos de izquierda.
La Sección 22 optó por esto último, y para ello utilizaron el pretexto de un ataque violento. Para eso, la madrugada de aquel 21 de agosto la Sección 22 fue blanco de un atípico asalto violento en las antenas de transmisión de la Corporación Oaxaqueña de Radio y Televisión, que habían ocupado desde el primer día de aquel mes, y que mantenían bajo su resguardo porque éste se había convertido en su principal canal de transmisión con la sociedad oaxaqueña, que hasta ese momento se había mantenido más o menos alejada de la crisis magisterial.
En dicho ataque —del que responsabilizaron al gobierno estatal, sin aportar una sola prueba que fuera referencia real de su autoría— ningún profesor fue lesionado, y más bien lo que ocurrió fue un ataque directo en contra de algunos aparatos de transmisión de las señales de radio y televisión oficiales. Eso bastó para que iniciaran una cadena de movimientos perfectamente coordinados con los que consiguieron la ocupación física y mediática de la capital oaxaqueña. Su estrategia consistió en ir a tomar las principales estaciones radiofónicas comerciales de Oaxaca de Juárez, y con ello magnificar el impacto social de sus acciones y mensajes.
En su justificación, los grupos que fueron directamente a ocupar las estaciones de radio —de las empresas Organización Radiofónica de Oaxaca y RPO, hoy grupo Radio México— afirmaron que el pueblo de Oaxaca había sido agredido, y que ante los impedimentos que encontraban para acceder a los medios de información públicos y privados, ellos habían encontrado el modo de “hacerse de ellos” para difundir sus postulados. Así, con un argumento tan sencillo como ese, justificaron esa abierta agresión a la ley y al derecho a la paz de miles de oaxaqueños.
Y, sabiendo lo que hacían, los grupos inconformes se fueron de lleno a explotar el capital que les permitiría la radio. Preveían que a partir de que iniciaran los llamados a la revuelta a través de las estaciones secuestradas, habría ríos de personas en las calles exigiendo la salida del gobernador Ulises Ruiz.
En los hechos, no hubo tal situación. Sin embargo, gracias al poder y la influencia que tienen los medios sobre las masas, el conflicto pasó de pertenecer a un gremio y a diversas organizaciones sociales sin representación, a convertirse en un monstruo que no sólo evidenció las carencias y los enojos sociales más profundos, sino también el rostro más violento de la sinrazón, las mentiras, los excesos y la incertidumbre impulsados y justificados desde la radio.
OBJETIVOS DE FONDO
La primera razón que tenían los grupos inconformes para aducir un ataque armado a las antenas de la Cortv no sólo era la de tomar otras estaciones de radio, sino también reventar la consulta magisterial que, ya para entonces, se perfilaba en torno al inminente inicio del ciclo escolar.
El mito de la balacera en El Fortín fue el pretexto perfecto para que los grupos inconformes justificaran sus acciones ilegales respecto de la radio; para que la Sección 22 cancelara la consulta debido a la nueva agresión; y para que el movimiento social buscara la masificación no sólo en la capital sino también en el interior del estado.
La segunda fase de las estrategias de lucha, para entonces, estaba ya en operación. Al ocupar las señales de radio, los asesores mediáticos de las organizaciones inconformes delinearon la metodología que les permitiría no únicamente atraer a la población hacia su causa, sino también asegurarles la idea de que lo que ellos estaban diciendo, era la verdad. Esa metodología estaba integrada por tres pasos: primero, la descalificación de todos los medios de información no identificados con sus causas. Segundo, el adoctrinamiento social. Y tercero, el llamado a la revuelta.
Si se revisa la actuación mediática de los grupos inconformes, la estrategia fue seguida al pie de la letra. Por eso, uno y otro medio de información electrónico o escrito que no comulgaba con sus acciones violentas, en las estaciones en poder de los inconformes fue tachado de vendido, traidor o gobiernista —e incluso literalmente vetado por la APPO—, mientras que ellos, sin decirlo pero demostrándolo, se habían erigido en un auténtico instrumento no sólo informador, sino también ideologizador a favor de su movimiento.
El objetivo de la Sección 22 y la APPO no era que su movimiento tuviera voz: más bien, el objetivo real era dirigir al movimiento desde las señales de radio. Y hasta finales de noviembre de 2006, lo lograron a cabalidad.
ELINFIERNO
Así, gracias a que la radio estuvo en manos enfermas y manipuladoras, es que Oaxaca fue blanco de los horrores de la violencia, de las barricadas, de los ataques organizados y del envenenamiento retórico de que fueron objeto durante varios meses, todos aquellos que optaron por mantener prendidos sus receptores radiofónicos durante el conflicto. Lo más lamentable, es que a ocho años de distancia, lo que reina es la impunidad: nadie recuerda ese episodio y todo quedó sujeto al frío juicio del olvido.