+ Protesta: útil sólo para exigir; inútil, cuando afecta
México entró ya a un estado de conciencia que está llevando a diversos sectores sociales a manifestarse de una forma que hasta ahora no había sido vista. Pero mientras la sociedad despierta y se empodera, existe una intención clara de los sectores que han tenido a su favor el estado de cosas por canalizar toda la inconformidad sólo hacia las calles. Cada mexicano debía tomar conciencia de que no sólo en las calles se protesta, sino que lo importante es exigir y canalizar la exigencia hacia cambios concretos.
En efecto, llevamos casi 70 días desde que ocurrió la detención-desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, y no ha habido un solo día en el que no se cuente una manifestación más de repudio por ese hecho. A la par ocurrió la revelación de la ostentosa mansión de la esposa del presidente Enrique Peña Nieto, y todos presenciamos el estado de shock en el que entró el gobierno federal por no poder explicar la procedencia de esa propiedad valuada en casi 90 millones de pesos.
Ello abrió una discusión que hasta ahora estaba reprimida: el de la urgencia de establecer mecanismos de control al poder público, frente a las tentaciones de la corrupción. Y a esa inconformidad se le vinieron a sumar todos los factores sociales y económicos adversos del país, que sólo estaban esperando el momento y la coyuntura perfecta para emerger de las clases populares, donde se encontraban arrinconados.
Esa suma de factores es la que hace perfectamente explicable y legítima la inconformidad de los mexicanos. Pues no hay un solo mexicano razonable que pueda decir que está a favor de la colusión o el sometimiento de las autoridades con cárteles criminales; no hay un solo mexicano que pueda decir que acepta que en los municipios, en los gobiernos estatales, y hasta en distintas áreas del gobierno federal, haya o pueda haber funcionarios que tienen relación con criminales y continúan sin ser molestados. No hay, no puede haber, un mexicano medianamente razonable que pueda decir y argumentar que está a favor de las violaciones —por acción u omisión— a los derechos humanos de las personas, que comete la autoridad en el ejercicio de sus funciones.
Pero así como no hay —ni puede haber— un solo mexicano razonable que pueda ver o justificar legítimamente un acto abominable como la detención-desaparición de los normalistas, tampoco puede haber gente que se diga a favor de las desigualdades sociales; que pueda aceptar y convalidar el contraste que genera la excesiva riqueza de unos, frente a la dolorosa pobreza y marginación de la mayoría.
Del mismo modo, no puede haber quien se diga a favor de que en este país exista una casta de privilegiados que, recibiendo favores oficiales, se ha enriquecido ilimitadamente al margen de las reglas mínimas de la regulación, de la competencia o de la subsistencia mínima del interés público por encima de los planes de negocio de las empresas que encabezan.
Incluso, no puede haber alguien razonable en este país que acepte o convalide —incluso militando o simpatizando con el mismo partido del Presidente o el Gobernador en turno— que la corrupción sea hoy en día la moneda de cambio en este país; o que celebre —sin colusión de por medio— que existen gobiernos que se dicen legítimos pero que lo consiguieron gracias a la ayuda de los votos comprados; o que se dicen honestos aún cuando existen clarísimos indicios (la Casa Blanca, es un ejemplo, pero no el único) de que trafican con influencias, con favores, con contratos, con obras, con fondos y con apoyos electorales, para poder llegar al poder.
¿Cómo poder estar a favor de todas esas aberraciones de nuestro sistema? Evidentemente, no hay forma. Pero al margen de eso, lo importante es que tomemos los caminos eficaces para combatir esos flagelos.
LAS CALLES, INÚTILES
Hasta la semana pasada, el país llevaba sesenta días volcado en una protesta sin precedentes, y aún así el Presidente presentó un decálogo de propuestas que no sólo no dejó satisfecho —ni alivió— a nadie, sino que vino a demostrar que el régimen gobernante continúa viviendo en el mismo mundo de soberbia y fantasía en el que están seguros que de todos modos, hagan o lo que hagan —y omitan lo que omitan—, no va a pasar nada.
Todo esto se hizo evidente cuando propusieron un conjunto de recetas viejas, parciales, llenas de rencor y aversión a la forma de gobierno y la división de poderes, y sin capacidad de enfrentar verdaderamente los problemas más apremiantes del país. Si esto no fuera suficiente, el gobierno federal no demostró un ápice de autocrítica ni de capacidad analítica frente al enojo genuino entre millones de mexicanos, que no son alentados ni por el PRD ni por AMLO ni por nadie para protestar, sino que verdaderamente están molestos por ese conjunto de situaciones insostenibles, en las que unas son responsabilidad de quienes intentan doblegar al Estado, pero muchas otras tienen su origen en la corrupción institucionalizada que los gobernantes de los últimos tiempos se han resistido a erradicar.
Frente a todo eso, ¿qué hace el Estado? Alienta silenciosamente que todos salgan a las calles a protestar, a ver si con el desgaste y la continuidad, se cansan y dejan de protestar. A la par de ello ha promovido el enrarecimiento y la vandalización de las protestas, para desacreditarlas. Y quizá no pase mucho tiempo antes de que cree algún Frankenstein social para tratar de desmovilizar —como ya lo ha hecho antes— a esas miles de personas que hoy están saliendo a las calles día a día para protestar por lo que ocurre en el país.
Frente a todo debían existir otros intentos, igual de fuertes, pero menos vulnerables, para tratar de cambiar el estado de cosas. La situación del país no está como para solamente utilizar la vía de las calles —que es la más sencilla, pero también la más manejable y la menos capaz de cristalizarse en una exigencia concreta canalizada a su vez en una propuesta— y dejar en la incertidumbre el éxito de las inconformidades.
EL PAÍS DEBE CAMBIAR
Eso es irremediable. El problema es que hasta hoy la única propuesta que existe —y que es deficiente, cuestionable, parcial, incompleta, y hasta podríamos decir que inútil— para enfrentar la crisis, es la del presidente Peña Nieto. ¿Quién más ha alzado la voz? ¿Cuál de las demás protestas se ha traducido en propuestas? A todos nos indigna Ayotzinapa. Pero eso es intrascendente si no viene acompañada de propuestas de cambio para un mejor país.