+ En Oaxaca no afecta la crisis, sino los intereses locales
Contrario a lo que pudiera pensarse, en Oaxaca la izquierda no está en crisis. En la entidad, ni el Partido de la Revolución Democrática (PRD) ni el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) tienen otra cosa de qué preocuparse, más que de negociar correctamente sus intereses con el régimen gobernante. Es una paradoja de la transición democrática, pero aquí parece que no importan las crisis políticas ni los escándalos mediáticos, e incluso tampoco lo que la opinión pública diga. Aquí las elecciones se resuelven con ingeniería electoral, que el régimen —a pesar de su aparente puritanismo— ha demostrado que sabe operar muy bien.
En efecto, en los últimos meses hemos visto cómo la izquierda en México se derrumbó. La combinación de factores que ocurrió en Guerrero con los normalistas desaparecidos, tiró de inmediato al gobernador Ángel Aguirre Rivero, pero justo detrás de él hizo sucumbir a los partidos de izquierda.
Razones hubo de sobra: en el lado del PRD, éste partido intentó negociar con el régimen presidencial la continuidad de Aguirre en la gubernatura a pesar del escándalo y de las evidencias de su colusión con el crimen organizado. Por si esto fuera poco, pronto salieron a la luz las intenciones perredistas de impulsar al edil de Iguala, José Luis Abarca y su esposa, María de los Ángeles Pineda, como candidatos a una diputación federal, y a la alcaldía de Iguala, respectivamente. Ante las evidencias, la puesta en evidencia, y el escándalo, el PRD reculó y se escondió de una crisis en la que lo primero que quedó demostrado es que tiene hoy más vínculos con la criminalidad que con los ciudadanos.
Algo más o menos similar pasó con Morena, de Andrés Manuel López Obrador. Casi inmediatamente de desatado el escándalo por los desaparecidos, salieron a relucir los vínculos entre Lázaro Mazón —secretario de Salud del gobierno de Aguirre— con Abarca, y la relación política de ambos con AMLO. Contra todo lo que pudiera esperarse, el tabasqueño no se deslindó públicamente de Abarca sino hasta varias semanas después, cuando éste ya se encontraba desaparecido. Y de Mazón —que también es señalado por tener vínculos con la delincuencia organizada en Guerrero— AMLO nunca se deslindó, aún cuando el propio peso del escándalo público propició que éste se separara de su cargo en el gobierno guerrerense, incluso antes de que Ángel Aguirre dejara la gubernatura.
Todo esto generó una expectativa, que es la peor para la izquierda: en la gran mayoría de las entidades del país comenzó a sospecharse —y luego se constató a partir del resultado de las encuestas realizadas después del mes de septiembre de 2014— que la izquierda en el país tendría una caída estrepitosa. Las razones son visibles: Morena y el PRD quedaron en medio del escándalo de los desaparecidos, de la colusión entre la delincuencia y la política, y de la insistencia por postular a personajes impresentables lo mismo por ser ineptos que corruptos; o por tener estas dos “cualidades”, además de la de ser al mismo tiempo autoridad y capo criminal.
Todo esto tiene en vilo al PRD y Morena que, juntos, hicieron quedar muy mal parada a la izquierda en México. Esta circunstancia, por ejemplo, es la que en parte orilló al senador Armando Ríos Piter, a declinar la candidatura perredista al gobierno de Guerrero —lo cual hizo en medio de otro escándalo por acusar al perredismo de querer obligarlo a trabar un pacto de protección para el gobernador con licencia Aguirre Rivero—; y es lo mismo que está provocando que en todo el país se reconsidere el potencial castigo que hoy pudieran tener los partidos de izquierda frente a esos escándalos.
Hay quien habla ya del triunfo del abstencionismo, o la masificación del voto nulo en los comicios de junio próximo, ante la incapacidad del PRI y PAN por sostener —al igual que la izquierda— su legitimidad ante los electores. Pero, ¿esa realidad (o apariencia bien fundada) nacional, será la misma que en Oaxaca?
EL CASO LOCAL
Antes de que ocurriera todo el escándalo por los desaparecidos y por el descrédito que hoy pesa sobre la izquierda en el país, en Oaxaca ya era visible que el futuro de la izquierda estaría determinado en gran medida por los intereses del régimen. Ya hace varios meses, apuntábamos (ver Al Margen 11.09.2014) que en los cálculos estatales debía considerarse esencialmente la dirección hacia donde el régimen gobernante decidiera orientar el trabajo electoral que, según ha demostrado en los últimos procesos electorales en los que ha barrido al PRI en la entidad, sabe hacer muy bien.
La cuestión concreta se ubicaba desde entonces en si el Gobierno del Estado asumiría que sus lealtades e intereses principales deben seguir concentradas en el PRD, o si es el momento en el que Gabino Cué debía retribuir a AMLO el respaldo político que éste le dio por mucho tiempo para la construcción de su proyecto político. Hoy sabemos que, a la par de ello, se encuentran los intereses del régimen por construir su propia trascendencia política en Oaxaca, y por comenzar a blindar a personajes clave del régimen estatal, construyéndoles una ruta hacia las diputaciones federales.
Hoy todo esto está a la vista. A finales del año pasado, el régimen tomó el control del PRD a través de Carol Antonio Altamirano, no sólo para garantizar la lealtad hacia el régimen saliente sino también para generar el escenario electoral del perredismo en la entidad; y siempre se vio que Morena sería el partido de las lealtades del régimen al haberse integrado únicamente con personajes incondicionales de AMLO como Salomón Jara, y con la anuencia de varias de las tribus perredistas que transfirieron parte de su representación al nuevo partido.
¿Y LOS ELECTORES?
Con toda esa combinación de factores, por supuesto, nadie le apuesta la simpatía de los ciudadanos, al voto razonado o mucho menos al libre albedrío para que cada quien decida su voto. Aquí a lo que se está apostando es a un triunfo robusto de la izquierda, sin importar todos los negros antecedentes nacionales de la izquierda. ¿Cómo? A través de la movilización, de la ingeniería electoral y de las prácticas que ya conocen bien para ganar elecciones. Lo que está en juego es la trascendencia del régimen. Y frente a la debilidad común del perredismo y Morena, la fortaleza del régimen es un respiro que estarán dispuestos a compartir a cambio de ceder una, varias o todas las candidaturas en los comicios venideros.