Relación México-China, causa de crisis con Estados Unidos
No es casualidad que los más importantes golpes mediáticos en contra de la clase gobernante en México tengan como origen periódicos e investigaciones realizadas desde los Estados Unidos. Nuestros vecinos del norte están, por un lado, escandalizados por la enorme tolerancia a la corrupción que tiene la clase política y la sociedad mexicana respecto a actos indebidos presuntamente cometidos por ellos mismos; y por el otro, parece alarmarlos el hecho de ese ingrediente de impunidad y corrupción pudiera ser el aditivo para la creciente relación de México con China.
En efecto, fue particularmente llamativo el hecho de que una extraña combinación de factores llevara a un diario estadounidense a publicar detalles sobre la residencia que ocupa el Presidente de la República y su esposa. Esto ocurrió en el contexto de la licitación del ahora pospuesto tren rápido México-Querérato, que había ganado la empresa ligada a la propiedad del inmueble del Presidente; pero también, en el contexto de los negocios internacionales, esa licitación había sido ganada por una importante empresa china, que tenía interés en México no sólo por la construcción de esa obra, sino por la significación que tenía el arribo de empresas orientales en grandes construcciones de infraestructura en México, que es considerado como estratégico en América Latina.
Por el lado del escándalo mediático y las revelaciones de corrupción, Estados Unidos ha demostrado que su clase política, y su sociedad, no son resistentes al escándalo. En innumerables casos en los que se ha demostrado que gobernantes y servidores públicos de alto nivel se encuentran involucrados en algún tipo de escándalo por conflicto de interés, por corrupción o hasta por escándalos pasionales o familiares, la misma dupla gobierno-sociedad han exigido hasta conseguir que los funcionarios involucrados renuncien a sus cargos para enfrentar sus responsabilidades. Esa es una práctica común en Estados Unidos, que lo mismo ha derribado a políticos por ser descubiertos en relaciones extramaritales, que por actos de corrupción. Así, para el estadounidense promedio la corrupción de sus gobernantes no es algo tolerable, como sí ocurre en México.
En esa dinámica, Estados Unidos ha visto con recelo cómo China no tiene tanta reticencia al escándalo, y tiene mayor tolerancia a la corrupción. Parece, pues, que a diferencia del estadounidense, el chino tiene como prioridad cerrar sus negocios, y si para eso tiene que prestarse a algún acto de corrupción, también habría de involucrarse en él con tal de cumplir su objetivo estratégico.
Eso fue lo que parece que ocurrió con el tren rápido. No había una explicación concreta de cómo una empresa del tamaño de China Railways se asoció con una empresa mexicana como HIGA –sobre todo, cuáles fueron las condiciones de la sociedad—; cómo una y otras decidieron participar en la licitación a pesar de las sospechas del conflicto de interés; e incluso cómo China aguantó el escándalo —y no protestó, ni expuso postura alguna— cuando el Presidente decidió cancelar el contrato a finales de octubre, y ordenó la reposición del proceso de licitación, lo cual evidentemente afectaba los intereses chinos que ya habían hecho inversiones y gastos para obtener el primer contrato, que fue cancelado sin que mediara atribución, razón y fundamento alguno por parte del gobierno federal.
EEUU Y CHINA
Todo eso se explica, dicen quienes conocen el comportamiento de la diplomacia y el plan de negocios chino en América Latina, porque el interés de aquella nación por hacer presencia en nuestro continente, es un proyecto de mediano plazo. Es decir, China parece entender que en un caso como el del tren mexicano, perdía menos aguantando las pérdidas y los reclamos hacia el gobierno mexicano, y esperando al resarcimiento a través de otros contratos, que entrar en una ruta de choque con el gobierno mexicano que a su vez provocara el enfriamiento de la relación diplomática y comercial, y la pérdida de negocios futuros.
Esta es una visión eminentemente pragmática, que no termina de gustarle al gobierno estadounidense. Para ellos, México debiera tener siempre a Estados Unidos como su principal socio y proveedor, y debiera tener una relación lo más distante posible con el principal competidor comercial y político de Estados Unidos, que hoy en día es China. La realidad es que México tiene una relación cada vez más cercana —comercialmente hablando— con China, y ha mantenido su relación con Estados Unidos en una situación que no tiene el futuro revolucionario que pudieran esperar.
Por esa combinación de factores, Estados Unidos estaría interesado en minar la legitimidad del actual régimen. Encontró como sus aliados de coyuntura a otros grupos internos que quieren exhibir al régimen del presidente Peña Nieto en actos de corrupción y conflictos de interés, y les está proveyendo información que tiene el doble propósito de servir a su agenda particular y a su vez darle elementos a quienes tienen no el interés de minar la relación de México con China, sino de golpear políticamente al régimen priista, para darle silenciosa relevancia a sus adversarios políticos con fines eminentemente electorales.
A partir de esa combinación de factores puede entenderse mucho de lo que hoy ocurre, y también la reincidencia de publicaciones enviadas desde Estados Unidos con información clave de políticos mexicanos. Son ingenuos quienes creen que los pioneros de todas esas revelaciones son periodistas o grupos noticiosos mexicanos. Éstos han servido más como instrumentos para socializar la información que debió ser procesada y proporcionada por servicios de inteligencia con plenas capacidades, como el estadounidense.
EL GRAN HERMANO
No pasemos por alto que las revelaciones hechas en los últimos años por quienes conocen las entrañas de los servicios de inteligencia estadounidense, apuntan a que éstos pueden escuchar todas las conversaciones de todas las líneas telefónicas de un país entero, si esa es su necesidad. Con eso encuentra plena lógica toda esta intrincada historia, en la que a la clase política mexicana la está acabando su poca capacidad de entender que todos sus excesos no podrían estar siempre escondidos, e impunes, a los ojos de quienes todo lo saben.