+ Antes, federalismo centralizado funcionaba por fortaleza presidencial
No ha pasado aún un año desde la desaparición de los 43 normalistas en Iguala, Guerrero, y desde entonces el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto no ha podido revertir la caída libre. Pareciera que el problema fue la incapacidad de reaccionar ante la detención-desaparición de los normalistas, o ante la crisis generada por su “casa blanca”. En realidad, esta crisis continuada tiene su origen en la recurrencia de prácticas de corrupción y en la indolencia gubernamental, pero sobre todo en la incapacidad de construir una presidencia sólida.
En efecto, aunque la recentralización del poder por parte del gobierno federal no ha sido un tema analizado con la profundidad que amerita, sí es clara la maniobra del presidente Peña Nieto con la mayoría de las reformas que impulsó en la primera mitad de su gobierno: en cada una de ellas había un ingrediente recentralizador, que arrebataba atribuciones y alcances a los poderes estatales y municipales, para volverlos a concentrar en el gobierno que él encabeza.
Así, vimos cómo el gobierno federal impulsó la reabsorción facultades en las reformas educativa, político-electoral, financiera, de transparencia y hasta la fiscal y energética. Ninguna de las reformas constitucionales y legales tuvo algún ingrediente que denotara la disposición a incluir a las entidades federativas en algunas de las tareas de reorganización y administración de facultades o funciones. La federación, en eso, recogió todas las facultades, dejando ver que, al haberlas antes tenido los estados de la República, las habían subutilizado o viciado. A partir de eso, ubicó a las entidades federativas como menores de edad y de esa misma forma justificó la recentralización de todo tipo de facultades.
¿Cuál fue el problema? Que el gobierno federal tomó facultades que no tenía la capacidad de ejercer. Por esa razón vimos cómo en pocos meses el gobierno de la República se desfondó al tratar de asumir el manejo de la educación en varias entidades federativas; cómo ha sido incapaz de impulsar una política fiscal eficaz y equitativa con todos los contribuyentes; cómo le inyectó esteroides al IFE y al IFAI para convertirlos en institutos nacionales, sin brindarles la autonomía y la fuerza institucional que requerían para no terminar en el ridículo; y cómo ni siquiera pudo impulsar la política de beneficios energéticos que el gobierno de EPN prometió cuando trataba de justificar la reforma petrolera.
El sonoro fracaso tiene mucho que ver con su falta de cálculo de las dimensiones de las tareas que asumía, pero sobre todo con una cuestión de soberbia. Antes, en los años del régimen de partido hegemónico en el país, el gobierno federal tenía fácticamente todas las facultades políticas y administrativas del país, porque el sistema político, y los mecanismos de acceso y regulación del poder público, permitían que el Presidente fuera un hombre fuerte, capaz de tomar decisiones y hacerlas cumplir sin importar que éstas tocaran los ámbitos de gobierno, la división de poderes, o las facultades depositadas en estados y municipios.
Por eso, en aquellos tiempos un Presidente podía quitar y poner a un gobernador, influir para que los estados absorbieran o transfirieran facultades a la federación, o ser el fiel de la balanza en todos los conflictos políticos. En aquel entonces, reiteramos, el sistema político mismo estaba integrado para facilitar el funcionamiento de un centralismo disfrazado de federalismo. Y pareciera que el presidente Peña Nieto no entendió que los tiempos habían cambiado, justamente para que el sistema no permitiera poderes hegemónicos, y sin tener capacidad absorbió facultades que hoy no sólo le estorban sino que son la base de los cuestionamientos a su gobierno.
LA CORRUPCIÓN Y LA INCAPACIDAD
La incapacidad para ejercer las atribuciones que la ley establece, es un problema estructural que no sólo tendría Peña Nieto como gobernante, sino cualquier otro que hubiera incurrido en ese error de absorber voluntariamente lo que no va a poder cumplir. Pero la doble tragedia para el actual gobierno federal se revela cuando además de la pequeñez frente a las tareas por cumplir, se incurre en otras prácticas como la de la permisividad y el ejercicio de la corrupción.
¿Cuál sería el panorama actual si al gobierno del presidente Peña Nieto no se le hubieran atravesado tres hechos aparentemente fortuitos, como la detención-desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, la revelación del origen de su casa y el conflicto de interés respecto al constructor, y la reciente fuga del delincuente más perseguido del mundo? Seguramente, con todo y los dislates cometidos en la deficiente implementación de las reformas estructurales, el gobierno de Peña Nieto tendría un tránsito más o menos cómodo.
Pues es claro que la sociedad mexicana tiene una ominosa costumbre a que el gobierno prometa más de lo que puede cumplir, y hasta tolera cierto margen de ineptitud en el ejercicio de las tareas públicas. Seguramente, la sociedad mexicana no estaría tan enojada por la negociación de la reforma educativa; por la incapacidad del gobierno federal por cumplir con el establecimiento de las condiciones para una reforma política eficaz, o con otros de los temas en los que ha fallado. No estarían tan enojados porque entonces de lo que se hablaría es de incapacidad. El problema es que esa incapacidad se combinó con otro factor que la sociedad también tolera, pero por separado: la corrupción.
La actual administración federal incurrió en esos dos pecados al mismo tiempo: la incapacidad ha sido manifiesta, y la corrupción también. ¿El resultado? Un gobierno en debacle que, además, continúa tomando decisiones según sus cálculos políticos y no las necesidades nacionales. A pesar de todo, dicen haber salido “bien” en los comicios recientes, y por eso dicen que los cambios no son necesarios. No, a pesar de las tres crisis seguidas y de los claros signos de que este gobierno está dando tantos tumbos que ya se está llevando al país entre las manos.
LA FIESTA DE TODOS
A partir de hoy, contemos una semana con los mejores días de Oaxaca: cultura, colorido, expresiones folclóricas, mezcal, comida y la grandeza que rebasa por mucho nuestros problemas comunes. Bienvenidos todos los que vienen a conocer y disfrutar Oaxaca. Nosotros los oaxaqueños disfrutemos y valoremos estas expresiones, que son esencialmente nuestras.
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