+ Todos, determinados a continuar en el desgaste de la lucha por el poder
En una democracia hasta la continuidad debe tener agenda. Eso es algo que, sin embargo, parece no preocuparles a todos los que, al final de la lucha fratricida en la coalición PAN-PRD, irán a buscar que la ciudadanía los refrende con su voto. Nadie habla de eso, y todos prefieren continuar alentando la crisis que genera la disputa por la candidatura a Gobernador, aunque ello sea el alimento de su propio descrédito.
En efecto, uno de los temas fundamentales que dejó pendiente el gobierno que está en vías de terminar, es la de establecer una verdadera agenda de gobierno de coalición, y pasar del discurso a los hechos. Como bien sabemos, con Gabino Cué llegó al poder una amalgama de partidos, grupos y fuerzas políticas que decidieron optar por el camino fácil de disfrutar el poder, sin asumir las responsabilidades que ello debió traer aparejado. Como a nadie le preocupó eso, y los partidos decidieron medrar con su poder desde el Congreso local, el anhelo de transición pronto quedó cancelado. Y lo que fue una gran expectativa se convirtió en un escollo que ahora tendrían que comenzar a remediar las fuerzas involucradas… aunque sigue sin preocuparles.
En ese sentido, debemos distinguir las expectativas incumplidas en el terreno de los hechos, de las expectativas no cumplidas en el terreno de lo programático. Pues para muchas personas, la coalición que hoy gobierna no cumplió porque no fue capaz de generar la gobernabilidad, o las obras, o la atención a los problemas de los oaxaqueños o de la operatividad del gobierno. En esa vertiente, parece que confunden el incumplimiento de las expectativas con los errores evidentes de operatividad gubernamental, y con la ineptitud de muchos funcionarios que nunca pudieron estar a la altura de las circunstancias que demandaba el cambio de régimen.
Más bien, nos referimos al incumplimiento de la expectativa democrática que no precisamente tiene que ver con eficiencia o con la construcción de grandes obras. Esas son cuestiones importantes, pero que palidecen ante el hecho de que la verdadera agenda de la transición debió traer consigo un cambio del paradigma democrático o con el replanteamiento de la función pública. Es decir, debió traer consigo una verdadera intención de reformar el poder, de ofrecer alternativas a la ciudadanía y de erradicar prácticas corruptas por las que justamente los ciudadanos decidieron no continuar votando por el PRI. ¿De qué hablamos?
De que, por ejemplo, una verdadera agenda de transición debió arrancar por el replanteamiento de los alcances del poder público, y no de reformas cosméticas como las que finalmente ocurrieron en Oaxaca. Algunos ejemplos simples nos permiten ver la magnitud de lo que afirmamos.
Por ejemplo, la ratificación de todos los integrantes del gabinete de gobierno por parte del Congreso del Estado, fue presentada como una reforma democrática que, sin embargo, está lejos de serlo: en este gobierno han pasado lo mismo funcionarios brillantes que verdaderos pelmazos, que han denigrado no sólo a quien los propuso sino a toda la función pública, por su incapacidad o su falta evidente de preparación.
En más de un caso, esas cuestiones se vieron desde el momento mismo de su nombramiento. Y sin embargo, el Congreso decidió no utilizar su facultad (entendida ésta como una corresponsabilidad) de objetar o de plano rechazar el nombramiento de un funcionario, y en lugar de eso optaron siempre por convalidar, y por negociar las ratificaciones, como un ejercicio perverso para ver qué beneficio podían obtener de la negociación de sus votos.
NO HUBO TRANSICIÓN
Del mismo modo, podríamos ir revisando otros ejemplos de cómo las reformas, en el ámbito público, no se tradujeron en una mejor democracia, en un mejor gobierno, o en una mejor relación entre poderes. Esto, por si algo hacía falta, se trasladó también hacia la democracia: no tuvimos una mejor democracia representativa, ya que los diputados siguieron ejerciendo las mismas prácticas; el gobierno siguió toreando los señalamientos de corrupción; y el poder judicial sigue siendo el ente inerte y burocrático de siempre. Pero hay más.
En el terreno de la democracia participativa hubo también un fiasco. Los mecanismos de participación ciudadana que se aprobaron, y que se presumieron como la médula de la transición democrática en Oaxaca, son imposibles de utilizar dada la complejidad de los requisitos exigidos para su ejercicio. Hoy por eso ya nadie considera que dicho avance democrático pueda significar alguna mejora o herramienta alternativa para la vida de las personas. Y más bien todo eso lo ve como un fracaso más de los muchos que se han venido acumulando.
En esas condiciones, ¿de qué van a hablar quienes abanderen los esfuerzos de la coalición PAN-PRD en este proceso electoral? Evidentemente, no tienen una agenda de continuidad, que sería lo coherente y lógico para quien ya ejerció el poder (cogobernó, de hecho) durante seis años y ahora está buscando la convalidación de la ciudadanía.
¿Qué le van a decir a la gente? ¿Que después de seis años ya tienen un “diagnóstico” de la transición democrática que no se ha hecho, pero que ahora necesitan otros seis para conseguirla? ¿Se atreverán a echarle la culpa al gobernador Gabino Cué —a quien todos los partidos integrantes de la coalición dejaron solo, y le cargaron el costo de las responsabilidades que no asumieron— de lo que hasta ahora ha ocurrido, y dirán que van a cambiar?
En este sentido, una de las apuestas más temerarias es la del senador Benjamín Robles Montoya, que hoy trae como bandera el combate a la corrupción del régimen que él mismo ayudó a construir. Y no es que esté mal el discurso. Lo que ocurre es que nadie en su sano juicio puede dar por cierta su intención cuando todo lo anunció por una motivación eminentemente electoral y sólo por buscar la gracia de la gente.
PERDIDOS
Al final, los demás aspirantes ni siquiera han demostrado tener una agenda. Menos, una agenda que tenga contenido o que al menos esboce lo que se supone que le van a ofrecer a la gente para un segundo periodo de gobierno, independientemente de quién sea el candidato. Al final, parece que van a optar por el viejo truco de la ingeniería electoral, para evitar meterse en el enjambre de hablar de lo que no van a cumplir.