Es momento de atajar las posiciones extremistas o irreductibles

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Muertos Nochixtlán

+ Oaxaca es más que dos polos luchando en medio de una barricada


Dice un viejo adagio que además de la paz, la primera víctima de todo conflicto es la verdad. Esto se hace patente en momentos como el que ahora mismo vivimos en Oaxaca, pues de cara a la crisis de violencia ocurrida el domingo en varios puntos del territorio estatal, lo más simple es tomar partido por alguno de los extremos, y dejar voluntariamente de ver que existe toda una gama de posiciones frente a una situación tan compleja como ésta, y que de entrada todos los oaxaqueños tendríamos el deber de respetar la opinión y la decisión del otro. Este debiera ser un punto de partida básico, para una convivencia regular en situaciones como la actual.

En efecto, el grueso de la población fue testigo de los hechos, y de inmediato surgieron dos posiciones irreconciliables: la primera, que incondicionalmente respalda no la lucha magisterial, sino a quienes se enfrentaron con la policía en Nochixtlán y Hacienda Blanca; y otra, de quienes inopinadamente asumieron una posición de condena al movimiento magisterial y hasta celebran que se haya utilizado la fuerza pública en contra de quienes realizaban los bloqueos (incluso hubo una tercera posición, tanto o más peligrosa que las dos anteriores, de quienes se dedican a la conjetura, incluso como supuesto “deber periodístico”). Unos y otros, fueron rebasados velozmente por la polarización, que para la noche del domingo ya había hecho presa a la ciudadanía de sus nocivos efectos.

Pues para muchos, cualquier acción de fuerza por parte del Estado, independientemente de sus resultados, es un acto de represión en contra del pueblo. En el otro extremo, están quienes simplemente sostienen que se debe castigar a todo aquel que cause un perjuicio a los derechos de los demás, y entonces al margen de cualquier consideración asumen como correcta la actuación de las autoridades. Al polarizarse y radicalizarse tales posturas, el resultado es una lógica totalitaria en la que sólo existen los aliados incondicionales, y los adversarios con los que no sólo hay que disentir, sino a los que hay que combatir, repudiar y hasta insultar. Esa, que podría ser una lógica “aceptable” entre quienes directamente se encuentran en el conflicto, es en realidad la posición que asume la mayoría de las personas incluso en su entorno social inmediato.

¿Qué pasa? Que frente a hechos como los del domingo se volvió a ver —como en 2006— un ánimo profundo de división en el que el principal extravío fue justamente el de la capacidad de escuchar y respetar al otro. A todos los niveles, lo que prevaleció fue un ánimo profundo de descalificación, de señalamiento y hasta de insulto por el solo hecho de no coincidir, o en el fondo de la lucha, o en los métodos empleados por quienes salieron a enfrentarse con la policía.

A estas alturas, los oaxaqueños deberíamos estar ya muy entendidos de las incontables implicaciones que tiene un asunto como éste, y lo estéril que resulta que entre nosotros, entre los ciudadanos, hagamos una extensión del conflicto simplemente por no poder, o no querer, distinguir entre la legitimidad de una lucha social, y la irracionalidad de métodos que no necesariamente eran los únicos que se podían utilizar para generar una situación crítica como las del fin de semana. Al final, es siempre claro que para que haya un conflicto se necesitan dos. Pero parece que como sociedad somos incapaces de distinguir los muchos grados de responsabilidad que existen, y tener un criterio concreto que no avale la violencia de unos como disculpa frente a la violencia de otros.

LOS RUMORES

El mismo domingo por la tarde, cundieron todo tipo de rumores que fueron alentados por gente sin escrúpulos y propagados por las redes sociales, a través de gente que sólo quería abonar al pánico. Esas versiones irresponsables, aseguraban que sólo un bando había disparado indiscriminadamente en contra del otro en el enfrentamiento de Nochixtlán. No razonaron en el hecho de que hubo heridos de bala de ambos bandos y que ninguna de las personas que murió en ese enfrentamiento lo hizo a causa de las balas. Aún así, mostraron algunas imágenes y, sin analizar, establecieron a priori que esa había sido una masacre en contra del pueblo de Oaxaca.

¿Quién sabe en realidad cuál fue la causa del fallecimiento de cada una de las personas que cayó el domingo por los enfrentamientos con la policía? Eso, según parece, es lo de menos. Unos ya tienen a sus muertos y además tienen el argumento correcto para repudiar a quienes ya odian por sistema. La Policía Federal, con su conocida ilegitimidad, afirma que sí tuvo elementos armados en el enfrentamiento. Pero pareciera que hasta de forma voluntaria se esmeran en no clarificar cuál fue el grado de participación de ese comando en el enfrentamiento señalado.

Otros aún más irresponsables insistieron en señalar que habría un “apagón” en el Centro Histórico, para que la Policía Federal cometiera “la peor masacre” de la historia en el desalojo a los maestros en el Centro Histórico. Patético: no había ocurrido el apagón, y mucho menos la “masacre”, pero la conjetura —invento— ya tenía un móvil, una justificación oficial, y un adjetivo.

TOLERAR

Es posible pensar que quien directamente decide sumarse a un movimiento como el magisterial, e incluso quien tiene el arrojo de ir a enfrentar a la policía, tiene cierta legitimidad para defender sus posiciones. Pero en esa mezquina posición del “conmigo o en mi contra” quedaron muchos que creen que desde las redes sociales, y sólo insultando a quienes no piensan como ellos, pueden hacer una revolución.

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