Aurelio Ramos Méndez
“Sobre advertencia, no hay engaño”, reza el refrán. Nadie podrá llamarse a sorpresa, si en enero de 2029 Donald Trump inaugura un tercer periodo presidencial o de plano anuncia su perpetuación en el poder, vía un golpe de Estado, sin necesidad siquiera de una ley habilitante a lo Adolfo Hitler.
El 2 de abril el megalómano, mesiánico y desquiciado presidente gringo dejó perplejo al mundo con el anuncio de aranceles al por mayor y el estallido de una guerra comercial global. El genuino golpetazo, que era para haber desatado no preocupación sino espanto, lo había asestado sin embargo 72 horas antes.
Quedó para la historia su declaración del domingo 30 de marzo respecto a la intención de buscar un tercer mandato, con el peligro que ello significa para el género humano: “No estoy bromeando”, dijo.
“Cada vez hay más personas que me piden un tercer mandato, que de alguna manera es un cuarto mandato por la otra elección, la de 2020, que fue totalmente amañada”, añadió, develando una genuina vocación de führer.
Se equivocará de manera rotunda quien no tome en serio las amenazas de este narcisista patológico de retener el mando, así sea mediante la violencia.
Como si estuviéramos en Alemania, en 1933, espérese incluso la peor locura, si el gobernante de la principal potencia ya intentó un autogolpe de Estado para no soltar el mando.
Ensayo de lo que puede venir habría sido en tal caso, en efecto, lo ocurrido el 6 de enero de 2021.
Ese día Trump azuzó a sus seguidores, quienes con pistolas, explosivos y rifles, y ataviados con cuernos de búfalo y piel de bisonte, tomaron el Capitolio al costo de cinco vidas.
Semejante antecedente torna ocioso presumir hoy que la Constitución, las leyes y las costumbres políticas hacen inviable la permanencia del despreciable ególatra un tercer cuatrienio en la Casa Blanca. Inviable incluso mediante la machincuepa de usar al vicepresidente JD Vance como patético “Juanito”, poniéndolo a calentarle el asiento.
Dese más bien por seguro que, si se lo propone ni el previsible fracaso de su estrategia comercial internacional a base de tarifazos o el inexorable trabajo de Cronos –finalizará su segundo periodo a la edad de 82 años—lo harán desistirse de su propósito de eternización en el Salón Oval.
Para el cultor del “primero yo, yo, yo, y por último yo” la permanencia en el cargo resulta imperiosa, condición indispensable para intentar concretar su delirante y peligroso programa de gobierno; ese contra el cual el expresidente Barack Obama ya convocó abiertamente a la resistencia civil.
El presidente 44 de EU instó con firmeza a los estadunidenses ir más allá de las palabras y tomar acciones concretas de oposición a Trump:
“Durante la mayor parte de nuestras vidas ha sido fácil decir que eres progresista, o decir que estás a favor de la justicia social, o decir que estás a favor de la libertad de expresión, y no tener que pagar un precio por ello…
“Ahora estamos en uno de esos momentos en los que no basta con decir que estás a favor de algo. Puede que realmente tengas que hacer algo y posiblemente sacrificarte un poco”, les dijo.
Luego criticó sin sutilezas al magnate de la pelambrera anaranjada, de quien dijo que actúa “como un aspirante a dictador que anda por ahí tratando de castigar a sus enemigos”.
En modo alguno es improbable que veamos la reedición del mitin “Salvemos América”, de aquel 6 de enero, ahora con los extravagantes supremacistas de QAnon, Tea Party, nacionalsocialistas, Proud Boys y otras linduras jugándose a fondo para atornillar en la silla al convicto de 34 delitos.
Para horror de la Humanidad y no obstante sus pavorosas, sádicas políticas, Trump podría clasificarse entre los gobernantes más longevos. Por encima de Joe Biden y Ronald Reagan, y aun de personajes como el primer ministro de Malasia, Mahathir Mohamad, que en 2018 regresó al poder a los 92 años de edad.
Y de gobernantes latinoamericanos famosos por su permanencia y ancianidad. Desde el paraguayo Alfredo Stroessner, que llegó al poder a los 42 y permaneció en él 35 años, hasta el dominicano Joaquín Balaguer, quien dejó la presidencia a los 89, o el peruano Alberto Fujimori, fallecido en septiembre pasado, que pretendía postularse de nuevo en 2026, a los 85.
Para hacerse de todo el poder en la Alemania nazi, Hitler maquinó la Ley para Remediar las necesidades del Pueblo y del Reich, ley habilitante del 24 de marzo mediante la cual se arrogó la totalidad de facultades legislativas. Hace rato que Trump avanza por ese sendero.
Un Congreso asustado le ha cedido toda la autoridad en diversos aspectos; el principal, que el paso por el Legislativo de sus órdenes ejecutivas en materia comercial –los arancelazos– sea un mero trámite.
Por mandato constitucional senadores y representantes deben discutir y discernir mediante votos el establecimiento de tales gravámenes; pero eso hoy en el país dizque de la libertad y la democracia es una extravagancia.
Las órdenes ejecutivas tienen fuerza de ley por el poder de la firma del delincuente-presidente.
El congresista republicano por Tennessee, Andrew Ogles, como en cualquier república bananera, ya propuso revisar la Enmienda 22 de la Constitución que prohíbe la elección presidencial en más de dos ocasiones.
La justificación de Ogles lo deja a uno entelerido de pavor:
Que Trump es “la única figura en la historia moderna capaz de revertir la decadencia de nuestra nación y restaurar la grandeza de Estados Unidos”.
El abogado del magnate, Boris Epshteyn, reveló que hace dos años escuchó a aquel decir que no piensa limitarse a gobernar sólo dos periodos, y que él, tras haber estudiado las leyes, llegó a la conclusión de que Trump “encontrará la manera” de postularse en 2028.
Con mayor fervor el desembozado neonazi y exestratega del ultraderechista mandatario 47, Steve Bannon, ya le pidió que se lance otra vez por la presidencia, y el interfecto no dijo no.
Trump incluso comentó que la elección de Vance y la inmediata cesión por éste de la silla puede ser una maniobra releccionista, “pero también hay otras”.
A todo esto, será interesante, en la hipótesis de consolidación de una dictadura, constatar cuál será la postura del piquete de mexicanos admiradores hasta la adoración del aspirante a führer y de su combo de neonazis. Porque Eduardo Verástegui no está solo.
BRASAS
Insiste no con perseverancia sino con franca necedad el empresario Ricardo Salinas Pliego en verles cara de estúpidos a los mexicanos.
Ahora salió con el chorro de babas de los motivos que tuvo para haber roto su amistad con el expresidente López Obrador.
“Solíamos ser amigos al principio y teníamos muchas conversaciones”, dijo, como si la amistad fuese no un sentimiento continuo, permanente, sino intermitente, esporádico, una relación que se practica de vez en cuando.
Con la inocencia de un recién nacido el contumaz evasor de impuestos agregó: “me di cuenta (de) cómo se aprovechaba de mí y me mentía todo el tiempo”.
Salinas P. hizo sus comentarios en una entrevista con el economista Matt Kibbe y refirió así una de las razones del rompimiento:
“Tuvimos una gran discusión al principio de su mandato sobre cómo no podía soportar que el sector privado hiciera obras de caridad. Todo se haría a través del gobierno”.
Al margen su opción preferencial no por las políticas públicas sino por la caridad, el concesionario de TV Azteca fingió ausencia de noción del tiempo o fue abiertamente mentiroso.
Dijo que dicha gran discusión ocurrió en 2021, a propósito de la iniciativa presidencial para prohibir la condonación de impuestos a las empresas y sus fundaciones.
Sólo que 2021 no era “al principio” sino a la mitad del sexenio, precisión que resulta relevante pues lleva a preguntar por qué, rotas ya sus relaciones con el Presidente, permaneció cerca de éste hasta el final del mandato.
¿Será que, logrero como es, esperaba sacar algún provecho de esa cercanía? ¿Estar cerca le permitía traficar con influencias? ¿Aspiraba a que le fuesen condonados sus impuestos?
El deudor de ¡63 mil millones de pesos! a la hacienda pública se abstuvo de explicar por qué se mantuvo como integrante del consejo económico del gobierno obradorista, si entre él y Amlo había un abismo ideológico insalvable.
Mendaz hasta la médula, dijo que el tabasqueño “mató a miles de fundaciones que hacían todo tipo de trabajos diferentes, unas buenas, otras malas (…). Quería que todos estuvieran al servicio del Estado”.
¡Pues, claro! ¡Hasta las piedras saben que la filantropía y las fundaciones son socorridos recursos empresariales para la evasión de impuestos!
Po lo mismo un gobierno responsable tiene la obligación de exigirles a los causantes que paguen sus impuestos y hagan después con su dinero lo que les venga en gana.
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El bien más devaluado de la temporada ha sido la palabra Joaquín López Dóriga.
No es que se cotizara muy alto, pero mantenía un nivel aceptable en el régimen de flotación de voces del periodismo.
El viernes pasado, en Milenio, Joaquín exhibió la devaluación en ciento por ciento de su palabra, que es decir de su fiabilidad.
Dijo que continuará en el ejercicio de su oficio hasta que el cuero aguante. O sea, que incumplirá su compromiso de renunciar, a pesar de que perdió la apuesta que cruzó con Gerardo Fernández Noroña.
El periodista aseguró que el presidente del Senado viajó a Francia en primera clase y éste ofreció que renunciaría a su carrera política si se demostraba que eso era verdad.
López Dóriga aceptó el desafío y perdió, pero ya dijo: “No me voy”. Pobre. Quedó como mendaz y cobardón.
RESCOLDOS
Sin audiencia y por consiguiente sin anunciantes, y peor sin publicidad gubernamental ni recursos por debajo del agua, Atypical TV ya da sus últimas boqueadas. El publicista Carlos Alazraki, dueño y director, otrora beneficiario de costaladas de dinero público, ya salió con sus colaboradores a pasar el sombrero entre los televidentes. El más dispuesto, ese dechado de simpatía que es Javier Lozano Alarcón. Sí, el compinche del ciudadano chino Zhenli Ye Gon, a quien en tiempos de Calderón le fue incautada ¡una habitación de cuatro por cuatro repleta de fajos de dólares!
aurelio.contrafuego@gmail.com
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