Se va el 2010: tenemos que repensar a México

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+ No perder capacidad de asombro, la exigencia

Este año se termina como varios otros en nuestro país: es decir, en medio de un ambiente social, político y económico que no varía, y mucho menos mejora. Hoy podemos darnos cuenta que ante cualquier posibilidad de hacer un recuento, o un balance, de lo que fue el año que termina, el contenido de esa revisión bien podría ser el mismo que el del año pasado, antepasado… y así sucesivamente. Esto, aunque parezca uno más de los lugares comunes, debería motivarnos a repensar las condiciones y el país en el que vivimos.

Un imperativo parece claro: México no puede seguir en la ruta por la que hoy transita. En eso parece haber un primer acuerdo, que sin embargo no fructifica. Todos los factores de poder en nuestro país coinciden en esa afirmación: lo dice todos los días el presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, cuando llama a los integrantes del Congreso de la Unión y a los partidos políticos a llegar a acuerdos a favor del país; pero lo dicen también los diputados cuando llaman al gobierno federal y a sus adversarios políticos a tener más sensibilidad y anteponer el interés del país a cualquier otro factor. E incluso es lo que dice la sociedad civil desde sus distintas vertientes, cuando llama a todas las fuerzas y factores de poder a terminar con sus diferencias, y a subsumir las agendas políticas, electorales o partidistas, a las necesidades apremiantes que tiene la nación.

Todo eso es lo que se escucha en el discurso; sin embargo, la realidad parece distinta. Seguramente nunca como ahora, el Presidente de la República ha desempeñado la encomienda política bajo la premisa de que ni la pluralidad, ni la democracia ni los equilibrios de poder, son suficientes para acotar las potestades constitucionales y metaconstitucionales del Jefe del Poder Ejecutivo.

En esa lógica, el gobierno federal se ha encargado de ningunear a todas las fuerzas o factores de poder cuando no concuerda con ellos —cosa que era común en el priismo, pero que debió desaparecer ante la pluralidad y el reordenamiento de fuerzas que trajo la alternancia de partidos en el año 2000—, y de actuar insensiblemente, y sin la posibilidad de lograr o propiciar acuerdo alguno, lo mismo con los partidos políticos que con el Congreso, e incluso con la sociedad mexicana que fue quien lo llevó apretadamente a la Presidencia en 2006.

En la contraparte, aunque los partidos representados en el Congreso se asumen —porque así deberían ser— como los representantes del pueblo ante los Poderes del Estado, y se llaman mutuamente a la sensibilidad y a la ponderación del país sobre las agendas particulares, lo cierto es que éstos también ponen de manifiesto, cada vez que pueden, que cualquier posible prisa que tenga México por evolucionar, o al menos por dar pasos en algún sentido, no es la misma que pudieran tener ellos.

Llegando hasta los mismos extremos de la ignominia, los partidos, fracciones y fuerzas políticas en el Congreso federal han cedido a la hora de negociar la ley, o en el momento de ponderar sus intereses partidistas sobre el estado que guarda la nación a la hora de legislar, y han retrasado y entorpecido todo lo que les ha venido en gana, cuando no es satisfecho el interés particular que los mueve. Eso, a pesar de que según ellos el interés principal también se encuentra en defender las causas nacionales.

Incluso, desde las mismas trincheras de la sociedad, ha faltado quizá compromiso con el país: los mexicanos debíamos de comenzar a tener un papel más activo en la construcción de un país distinto y mejor, y no seguirnos conformando con salir a votar.

Las concepciones tradicionales de la democracia nos han llevado a concebirnos como parte de ella —es decir, como actores de la democracia— únicamente cuando, el día de la jornada electoral, salimos a emitir nuestro sufragio a favor de alguna fuerza política o candidato. Ese es sólo el principio de todo pero no el fin que deberíamos perseguir como parte de la democracia.

No obstante, pareciera que hemos construido una sociedad que más allá de las amenazas del “estallido social”, no sabe pedir, no sabe exigir, no sabe inconformarse e incluso no sabe cómo quejarse efectivamente, y a través de los cauces debidos, para que el gobierno y los poderes se sientan conminados a atender los reclamos. De nada vale ser únicamente actores pasivos en la construcción de la agenda pública, o que según nosotros contribuyamos a construirla cuando nuestra única actuación consiste en gritar, vociferar y exigir de modo tan efímero, como lo hace un fuego artificial.

 

¿AUTOSABOTAJE?

En un artículo publicado el pasado 16 de diciembre en el periódico El Universal, el constitucionalista Miguel Carbonell hacía un recuento de los problemas más profundos que, como país, ya debíamos haber resuelto y que son los que nos impiden despegar hacia otros derroteros del progreso. Y luego de enumerar los problemas tanto educativos, como de seguridad pública, económicos y de justicia que tiene nuestro país, dice lo siguiente:

“Todo lo anterior nos pone ante la evidencia de un país que quiere y no puede. Un país contrahecho y agazapado, que no se atreve a dar el salto a la modernidad y que sigue en las ligas menores, cuando podría estar entre los mejores países del mundo. Se podría pensar en cientos o miles de excusas para explicar nuestros rezagos, pero la verdad es que todos ellos tienen solamente un responsable: nosotros. Especialistas en el autosabotaje, todos hemos contribuido (por acción o por omisión) a perpetuar un México con bajos niveles educativos, con graves problemas de seguridad pública, con un mercado laboral mayormente informal y un sector económico cerrado a la competencia, y con una justicia que da pena a propios y extraños.

MEDIOEVO

Esta columna decide terminar el año haciendo suyas estas palabras también de Miguel Carbonell. “Lo importante es que ya lo sabemos y que las soluciones, aunque no lo parezca, están a nuestro alcance. Ojalá que durante 2011, antes de que empiece la vorágine del proceso electoral de 2012 que engullirá buena parte del debate público nacional, pudiéramos pensar en todo lo que tenemos que hacer para contar con una mejor educación, más seguridad pública, una economía más abierta y competitiva, y una justicia que se instale finalmente en el siglo XXI y deje de estar en el medioevo.” Es lo que deberíamos hacer. Un abrazo fuerte de fin de año para todos. ¡Feliz año 2011!

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