18 cosas

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Mariano Estrada Martínez

Nos das dos millones en efectivo o te entregamos la cabeza de tu esposa en una charola.

– Tranquilo hombre soy gente de bien, yo no manejo esa cantidad en efectivo.

–  Más respeto, soy el “comandante Pedro”, no hablé para negociar idiota. Mañana a las ocho de la noche debajo del puente peatonal de Ixcotel hay una caseta de periódicos y junto hay un bote grande de basura, ahí pones el dinero en una bolsa blanca con papeles periódicos arriba, ya sabes, nada de policías pues sabemos dónde vives, te estamos viendo fuera de su casa, te envío una foto de este momento.

– Pero, no me es posible hacer eso que me pide…

– ¿No entiendes verdad? No es negociable pendejo, no estamos jugando, te mando fotos de su negocio. Y colgó.

Las fotos son recientes, no cabe duda. Ni idea que eran del Instagram de su mujer y la llamada era de la cárcel y sólo era un chantaje que no podía llegar a término, pero el hombre no lo sabía, no frecuentaba las redes de su esposa. 

Aquel hombre había usado media vida y sus ahorros en sacar adelante el pequeño hotel con un restaurante – terraza, era un negocio próspero. Le aterró la maldita voz del “comandante Pedro”. Después de la llamada reflexionó en que su vida no había sido más que trabajo y sacrificio, con algunas escasas compensaciones familiares.

Se sentó un momento frente al edificio de fachada rústica, una vieja casona de sus abuelos y que él a lo largo de muchos años lo había convertido en un sitio agradable y un destino obligado de vino y buena música de trova en las noches. 

Sintió un hueco en el cuerpo, pensó en sus dos hijos pequeños, en su esposa, en la herencia de sus abuelos, en él mismo y en la espantosa voz del Comandante Pedro.

Nadie pudo entender la repentina decisión de aquel hombre cuya vida aparentemente perfecta, lo dejó todo para irse a vivir a una pequeña cabaña en la montaña.  No hizo ningún movimiento extra. Sólo cerró de la noche a la mañana, procurando dejar todo en orden con sus empleados.

Se llevó a su esposa y dos hijos, tomó para sí y para ellos 18 cosas, ninguna de las cuales era celular, televisión, radio, computadora ni medio de comunicación posible.

–       Estás loco… ¿nada más 18 cosas?, ¿de dónde sacas ese número? ¿por qué tan solos? ¡Nada bueno trae la soledad! Preguntaba extremadamente su esposa.

–       Es lo que necesitamos. Contestaba parcamente el hombre.

–       Los niños son pequeños, necesitan cosas.

–       Precisamente es lo que aprenderemos, las cosas que son importantes.

Un par de colchones, cobijas, estufa, trastes, ropa, libros y el suficiente dinero para medio año o quizás menos.

Su refugio apartado en las montañas le cortó el contacto con el resto de la humanidad. Muy posiblemente en el fondo sabía en el laberinto de emociones de la repentina soledad, sin embargo, no era total ni definitiva pues estaba con ellos. 

Pasaron los años en completa soledad, manteniendo siempre la consigna de no pasar nunca de las 18 cosas como pertenencia. Bajaban al pueblo, no eran necesariamente ermitaños con un voto de silencio, encargaban libros que le llegaban en la oficina postal, también acuarelas y un par de instrumentos musicales.

Pasaron los años en completo aislamiento, tan solo ellos cuatro; su esposa y él se encargaron de educar muy bien a sus hijos, ella dominaba el inglés y el con algo de todo les inició por el camino de las artes el resto lo hizo el silencio de la montaña y el tiempo de sobra, se llenaron de conocimientos y se volvieron hábiles con los instrumentos y en las artes. Los niños nunca extrañaron nada del mundo exterior ya que no habían estado sometidos a él.  Por mera pedagogía paterna aprendieron a vivir con sólo 18 cosas materiales, si de verdad deseaban algo distinto, aprendieron a prescindir de algo para darle cabida a lo nuevo sin pasar nunca de 18 cosas.

Al principio fue difícil, una lucha mental enorme pues tenían muchas posesiones. Él había tenido que trabajar mucho para conseguir lo que tenía y aquel día el Comandante Pedro le puso en perspectiva lo más importante. Ella había vivido siempre en las facilidades que le daban ambos padres doctores, sin embargo, no echó de menos su gran armario, pero sí sus amigas y familia. Aprendieron que la buena vida humana es buena vida entre ellos, la naturaleza y los libros y por el contrario lo que vivían anteriormente era vida, pero no ni tan buena ni tan humana.

Los niños crecieron con la dicha de unos padres tan distintos a la narrada en los libros con infancias desdichadas y paupérrimas con legítimos alardes de tragedia. Crecieron en el campo de la realidad: chayotes, hortalizas y caminos de verdad, música de verdad, silencio y frío de verdad y padres muy presentes de verdad. 

18 años después volvieron al viejo hotel en ruinas… ¿Qué sucedió? Cada quien coloque SU FINAL y compártalo. 

Twitter:

@PROFEMARIANO1

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