CONTRAFUEGO || Píldora de cianuro

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Aurelio Ramos Méndez

¿Qué brebaje, qué chochos, polvo, poción o potingue le habrán dado en Estados Unidos al expresidente Ernesto Zedillo como para haberlo instalado en un estado de alucinación y delirio que le hace ver fantasmas y oír ruidos extraños, con la certeza de que es de noche cuando en realidad es de día, y que estamos en 1994, en la inauguración del salinato, no en el arranque del sexenio 2024-2030?

Tiene sentido este interrogante porque sólo en condiciones de grave confusión alguien puede sostener –como Zedillo hizo el viernes pasado– que México “ha perdido la categoría de país democrático” y es ahora “una autocracia de partido dominante”, en la cual el poder real lo ejerce “un caudillo instalado oculto en la oficina anexa a la Presidencia de la República”.

De no hallarnos ante un caso de estado de conciencia alterado por algún menjurje estamos frente a un político cuya correa de transmisión de la realidad tiene que estar enteramente deshilachada, o frente a un embustero contumaz que busca endosarles a otros sus fallas, errores y deficiencias.

El exsecretario de Educación durante el gobierno escasamente democrático y escandalosamente autoritario de Carlos Salinas de Gortari –de quien hasta las piedras saben que le robó la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas–, dio clases de democracia mediante una teleconferencia en el seminario Perspectivas Económicas 2025, organizado por el ITAM.

Contra lo esperado por no pocos observadores –incluida esta columna—el exmandatario 1994-2000 atacó con furia al actual gobierno y defendió su administración; pero a la vez dio prueba de que no come vidrio: no dijo ni una palabra relacionada con la obra cimera de su gestión, el Fobaproa, lápida de deuda eterna sobre las espaldas de los mexicanos.

Debatiéndose en agudas y ridículas contradicciones, eso sí, pidió dejar pendiente o dilatar la entrada en vigor de todas las reformas constitucionales y legales aprobadas desde el inicio de la presente Legislatura.

Y, además, derogar la figura de la revocación de mandato, “píldora de cianuro” dejada por López Obrador, que puede significar la destitución de Sheinbaum –mandataria cuya gestión él aborrece– en 2027.

La cosa es clara. Zedillo está furioso y aturdido porque su infame legado empezó –en buena hora– a ser desmontado a partir de 2018.

En su ofuscación este expresidente debería preguntarse si, a la luz de sus acciones más emblemáticas, él hubiera pasado la prueba de la revocación de mandato o hubiera sido echado a escobazos como suele hacerse con bichos y roedores. 

Es cosa de recordar que, a tan solo veinte días de iniciado, el zedillato, en coautoría con el salinato, cometió el denominado “error de diciembre”, que según expertos pulverizó el patrimonio de unos 20 millones de mexicanos.

Y que, consecuencia de tal “error” quizá deliberado y con tintes de estupidez –el haber anunciado, con horas de anticipación, una devaluación del peso que alcanzó 300 por ciento–, entró en aplicación el Fobaproa, el criminal rescate económico con dinero de todos a banqueros y empresarios trácalas.

¿Hubiera Zedillo pasado la prueba de la revocación con su reforma pensionaria de 1997 que, tal como ahora lastimosamente puede verse, les ha reportado jubilaciones de hambre a millones de rabajadores?

¿Merecería revalidación su mandato visto el desastre que significó la aniquilación del sistema ferroviario, no por conveniencia nacional sino por cochupo personal suyo con empresas ferroviarias que lo reclutaron luego como operario?

¿Hubiera calificado para seguir en el cargo tras el enorme respeto institucional demostrado con el desmantelamiento de la Corte, para lo cual echó a empellones 26 ministros y los sustituyó con once incondicionales, cancerberos de una justicia de cuates y de un inexistente estado de Derecho?

Con semejante antecedente, suena a insulto el que Zedillo haya ahora tenido el descaro de pontificar:

“Un país en el que no existe un poder judicial independiente y profesional que cuide que los otros poderes estén cumpliendo sus obligaciones constitucionales, formalmente puede llamarse democracia, pero en los hechos no es democracia”.

Capsulitas pal Alzheimer o bebedizos antipsicóticos debe necesitar el exjefe del Ejecutivo aquejado de amnesia y que en sus delirios ve fantasmas escondiéndose en oficinas anexas a la Presidencia.

Zedillo accedió al poder con amplio respaldo popular –17 millones de votos, seis millones más que los obtenidos por Salinas—producto no de su carisma arrollador ni del autoritario gobierno virtualmente de facto del cual surgió, sino de la conmiseración popular que inspiró el asesinato de Colosio.

Quizá eso explica su pretensión de ignorar la diferencia entre continuidad de un proyecto de desarrollo nacional avalado y refrendado en las urnas y los denodados esfuerzos para instaurar un régimen divorciado del pueblo y al servicio de la oligarquía.

En pocos años este expresidente se olvidó de que sirvió a un gobierno espurio y autoritario y que durante el sexenio 94-2000 no es que nos haya gobernado Aristóteles… En paracaídas llegó un advenedizo desclasado que ejerció una Presidencia perniciosa, mucama de los más adinerados.

No le va bien por ello soliviantarse para decir que los mexicanos “necesitamos una Presidenta que gobierne con autoridad un país democrático con reglas de la democracia”, como si no fuesen así –con todos sus asegunes— el nuevo régimen y la mandataria de turno. 

De Zedillo se esperaba que en el ITAM abriera el pico para señalar a los ganones del Fobaproa. Pudo, pero no quiso resarcir al menos parcialmente el inmenso daño que su Presidencia le causó al país. 

Optó por observar la ley del silencio, el código de honor que les impide a los mafiosos delatar a sus cómplices.

BRASAS

El descomunal fraude en el Infonavit detallado la semana pasada por el director de este instituto, Octavio Romero Oropeza, dará la medida de la voluntad de la Presidenta Sheinbaum para pasar de la retórica a los hechos en el combate a la corrupción por la 4T.

Se verá si el brazo de la justicia alcanzará a quienes en busca de impunidad se han guarecido bajo el alero del gobierno morenista.

De la densa corrupción hablan los números:

De 142 mil 865 viviendas cuya construcción fue propuesta por los sectores empresarial y de trabajadores y autorizada sin la menor evaluación en 2014, sólo han sido entregadas 34,800; es decir, 24 por ciento.

Se trata de 834 proyectos de construcción (305 del sector de trabajadores y 529 del empresarial), y del total de viviendas mencionado están en construcción 6,950, el 5 por ciento, con lo cual las terminadas sumarán 41,750, o sea 29 por ciento.

Lo cual significa que la edificación de 71 por ciento, 101 mil 115 casas, ¡ni siquiera han sido iniciada!

Añádase que de las viviendas concluidas numerosas presentan graves deficiencias, desde estructurales hasta de equipamiento.

En el pestilente sancocho flotan empresarios, funcionarios, representantes de trabajadores, directivos de entidades financieras para el otorgamiento de créditos, coyotes y otras alimañas que se alzaron con archimillonarias ganancias. 

Están en el caldero Alejandro Murat Hinojosa y David Penchyna, directores del Infonavit entre 2012 y 2015, el primero, y entre 2015 y 2018 el segundo.

Y el cacique de la representación de trabajadores ante el Instituto, Abelardo Carrillo Zavala, y la representante patronal María de Rosario Fernández Prieto.

De que el Infonavit es un insondable hoyo negro de corrupción se sabe desde hace por lo menos siete años.

En 2018 trascendió que ese pájaro de cuentas que es Penchyna Grub le propuso al consejo de administración del Instituto realizar un pago irregular por ¡más de cinco mil millones de pesos! a la empresa Teltra Realty.

En declaraciones de prensa el exgobernador de Oaxaca, Murat, ha tratado de deslindarse de todo cochupo; pero en 2014 era él quien estaba al frente del Instituto.

El asunto ya está sobre el escritorio del fiscal general de la República. Resta sin embargo un trecho largo para ver si los culpables cambiarán sus finos atuendos por el uniforme caqui de presidiarios.

RESCOLDOS

Vestidos y alborotados se quedaron Vicente Fox, Felipe Calderón y otros siete expresidentes de países latinoamericanos, morralla de la ultraderecha internacional, que dizque tenían intención de asistir a la “toma de posesión” de Edmundo González como presidente de Venezuela. A decir de Calderón, el avión que los trasladaría de República Dominicana a Caracas llegó tarde y “presentó dificultades”, además de que el espacio aéreo venezolano fue cerrado por la toma de posesión –tercer turno al bate—de Nicolás Maduro. “No hay condiciones logísticas”, dijo, apesadumbrado, como con un dejo de nostalgia por el sabroso ron Cacique.

Hasta para barrer las calles se requiere constancia de antecedentes penales, pero para ser Presidente de los Estados Unidos uno puede ser criminal confeso de 34 delitos y no pagar cárcel ni multa. Y pensar que es esta la democracia ejemplar que se intenta poner como modelo en México, América Latina y el mundo entero. ¡Que con su pan se lo coman!

aurelio.contrafuego@gmail.com

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura o el pensamiento de “Al Margen”. La empresa periodística se deslinda de cualquier comentario o punto de vista emitido en este texto, ya que estos corresponden al criterio personal del articulista.

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