CONTRAFUEGO || Prensa, ¿el último baluarte?

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Aurelio Ramos Méndez

A casi siete años de ejercer una crítica abiertamente parcial, injusta, obcecada, acerba y hasta insultante sobre dos gobiernos federales con mucho pueblo atrás, gran parte de la prensa está hoy alarmada, con las luces de alerta encendidas, convencida de que se halla en fase final la instauración de un régimen autoritario.

Convencida también de que los derechos y las libertades civiles, en particular la de expresión, están seriamente amenazados, y que ella misma –último dique de heroica resistencia– está en la mira de la presidenta Sheinbaum.

Se afianza para sostener semejante desmesura en un ejercicio legislativo democrático en Puebla, que incide sobre el derecho de expresión, la sanción en Campeche a un periodista acusado de incitar al odio contra la gobernadora, y un fallo constitucionalmente inatacable del tribunal electoral, sancionatorio contra una ciudadana por violencia de género.

Y, también –faltaba más– en su vocación de oposicionismo gratuito, sistemático, irreductible y ya sin pudor.

Vale reafirmar, a riesgo de parecer disco rayado, que el ejercicio del periodismo se hace a la luz del día y está a la vista de todo el mundo, por lo que resulta imposible ocultar fobias y filias, o evitar que un periodista muestre las costuras y se le noten sus intenciones.

Basta un mínimo interés personal o colectivo de las audiencias para constatar la veracidad o falsedad de los hechos sociales reflejados por la prensa. Y, por consiguiente, el fundamento y la razón o sinrazón de las opiniones que estos desencadenan.

Con evidencias sobre la mesa es factible sostener que en el actual gobierno ni en el precedente se ha observado ni el más leve impulso de coartar la libertad de expresión.

Es así, pese a que desde la otra orilla se afirma, sin la menor prueba al canto, que el gobierno presiona a periodistas y dueños, concesionarios y directivos de medios para torcer a su favor líneas editoriales. En más de seis años no ha sido aportado ni un solo caso.

Se vio a lo largo de la administración anterior, eso sí, una constante y socialmente muy útil exhibición pública de grandes medios cuyos propietarios participaban con ventajas de una amplia gama de negocios con el Estado, ajenos al periodismo.

No hablamos de la modesta iguala, el embute o el ínfimo “chayote” que solía circular entre los comunicadores rasos y que era algo así como quedarse con el vuelto de las tortillas. 

Hablamos de un genuino saqueo del Estado, negocios archimillonarios comparables con la extorsión, a muy alta escala, de un cartel de la delincuencia organizada; todo un sistema que abarcaba desde la maquinación del robo de los fondos públicos hasta la garantía de impunidad, e involucraba a mucha gente de los ámbitos público y privado.

Los mexicanos del común supimos así que un editor obtuvo un crédito gubernamental por ¡cien millones de dólares!, que a poco estuvo de ser a fondo perdido. 

Que un escritor de polendas confeccionaba una revista de tiraje modesto pero copiosa publicidad oficial, cuya edición entera era adquirida por los sucesivos gobiernos a partir de Carlos Salinas, a quien, además, le eran suplicados “apapachos” y regios pagos anticipados. 

Que otros muchos comunicadores obtuvieron contratos de publicidad escandalosamente altos e injustificables, y que varios empresarios periodísticos recibieron contratos para la construcción, a precios infladísimos, de cárceles, hospitales, carreteras y diversas obras públicas.

En ningún caso los datos ventilados desde la Presidencia, con nombres y apellidos, fueron desmentidos por alguno de los balconeados. 

Si alguna reclamación cabe en este pestilente asunto es la amnistía con que, a final de cuentas, el presidente López Obrador favoreció a los corruptazos de marca mayor parapetados en la prensa, la radio y la televisión.

En modo alguno esta reclamación significa exigir la aplicación a rajatabla de la ley, aun en las condiciones más absurdas, como enviar al corralón un automóvil con todo y el bebé adentro porque la mamá se pasó un alto. 

Es apenas exigir que los más grandes corruptos reciban la sanción legal que merecen, así como los roedores del tamaño de un canguro deben recibir una poderosa rociada de pesticida.

Dura de desencorvar y desde su atalaya ética, esta porción mayoritaria de la prensa está echando ahora todo el tasajo a la parrilla. Aspira a consumar la misión imposible –carece por completo de credibilidad– de convencer a la sociedad de que el autoritarismo ya no acecha, sino que se ha instalado por completo.

En el lance participa lo más granado de esa cofradía periodística. De Aguilar Camín y Loret de Mola a Joaquín, Marín y Ciro, pasando por Riva Palacio y Denise Dresser, y su respectiva fauna de acompañamiento. 

Y –¡cómo no!–, un racimo de organizaciones defensoras de la libertad de expresión… de sus correligionarios.

Es para descostillarse de risa el ver en tal cuadrilla a periodistas que llevan toda una vida posando de defensores de la libertad de expresión, desde trincheras precariamente calificadas para ello. 

A menos que validemos a líderes de opinión como alguno que por ahí boga aquejado de agudo erostratismo, ese síndrome que induce a la búsqueda de fama a toda costa, aun mediante la comisión de actos despreciables, destructivos y hasta delictivos. Calumniar, agraviar, propalar mentiras, darles cómplice protección mediática a mafiosos como García Luna, por ejemplo…

En su dilatada trayectoria profesional el escribano en cuestión ha puesto su pluma al servicio de medios controlados por Gabriel Alarcón –Don Gato y su pandilla, lo llamaban sus allegados– Mario Vázquez Raña, Carlos Salinas –mandamás en la extinta Notimex–, Carlos Ahumada, Juan Francisco Ealy Ortiz, Manuel Arroyo… Tal es su deslumbrante currículum.

En Puebla, el Congreso local aprobó –mediante un trámite enteramente democrático y con apego a la normatividad– una reforma al Código Penal que sanciona con tres años de prisión el “ciberasedio”, a partir de una definición que no les gusta a los antagonistas del gobierno estatal.

Periodistas y medios poblanos consideran la modificación –“Ley Censura”, ha sido bautizada– instrumento para perseguir la crítica y silenciar voces disidentes del oficialismo, porque tipifica como delito el insultar, injuriar o vejar con insistencia a través de medios digitales.

Y en Campeche el periodista Jorge Luis González fue vinculado a proceso y sancionado por incitar –según la resolución– al odio contra la gobernadora Layda Sansores. 

El proceso cumplió todos los requisitos de ley, por más que el fallo beneficie a una mandataria campeona de la mendacidad.

En efecto, Layda Sansores exhibirá en el pecho el sambenito de irredenta mentirosa mientras el priista Alito Moreno –sobre quien ella derramó cubetadas de agua sucia, sin consecuencia jurídica alguna—pasee por el mundo su impunidad.

Imposible concluir con honradez intelectual, a partir de estos hechos, que el autoritarismo ahora se enseñorea en nuestro país.

¡Seriedad, caramba!

BRASAS

Hace dos mil 500 años Esquilo nos enseñó que “la verdad es la primera víctima de la guerra”. Por estos días se han encargado de demostrarlo el desquiciado Donald Trump y su pelele Benjamín Netanyahu.

En el inicio de las andanadas de misiles de Israel sobre Irán, el pasado viernes 13, el presidente gringo se deslindó de la agresión del modo más contundente: 

“Estados Unidos no tuvo nada que ver con el ataque a Irán de esta noche”, dijo, sólo para días después mostrar que su palabra tiene el valor del papel picado.

Su marioneta se encargó de despojarlo de la hoja de parra. Aseguró que la operación militar se realizó “con el claro apoyo del presidente de Estados Unidos”.

Se cuidó Netanyahu de exhibir al mandatario estadunidense como el verdadero cruzado contra Irán, algo que el propio Trump develaría con el paso de los días, a medida que acentuaba su actitud matonesca contra esa nación asiática.

En su peligrosa insania Trump abandonó la junta del G-7, les exigió a los ayatolas rendirse sin condiciones, instó a los habitantes de Teherán dejar su ciudad, supuesto blanco de inminentes bombazos, y aseguró que –literalmente– tenía en la mira al líder supremo iraní, Alí Jamenei.

También desmintió de modo tiránico e inapelable a los servicios de inteligencia y miembros de su propio gobierno que niegan que Irán tenga o esté fabricando armas nucleares, pretexto de la agresión sionista.

El gringo rabioso que en campaña ofreció jamás involucrar a su país en una guerra está metido de lleno en la conflagración. Irán guerrea contra EU, no contra el patiño Netanyahu. A cuatro manos, le han torcido el pescuezo a la verdad.

El miércoles 18, mientras Trump se arrogaba de hecho la iniciativa y ejecución del ataque a la nación persa, su palafrenero israelí sostenía la farsa de independencia y autonomía.

Pero el gringo energúmeno dijo que él le había dado a la República Islámica un plazo de 60 días para negociar un acuerdo nuclear, mas al no haber respuesta, el día 61 Israel inició bombardeos contra instalaciones de enriquecimiento de uranio en territorio iraní.

O sea, Israel como un Gólem de EU, un homúnculo capaz de perseguir a sus enemigos hasta la derrota y la aniquilación, con la finalidad de mantener el control en aquella parte del mundo.

El monigote Netanyahu, no obstante, aun fingía autodeterminación y hasta le expresó gratitud al titiritero por su apoyo en la intercepción, mediante el supuestamente impenetrable y hermético “domo de hierro” –frágil pichancha, en realidad– de misiles iraníes:

“Le agradezco que esté a nuestro lado y le agradezco el apoyo que Estados Unidos nos brinda en la defensa del cielo israelí”.

Trump empero acabó por arrebatarle el control de la situación a su calanchín y abrió un peligroso compás de dos semanas para decidir el  rumbo de la guerra.

Tratándose de un pirado y contumaz falsario, el mundo –y con éste México, naturalmente– tiembla ante la incertidumbre.

RESCOLDOS

“Si México, digamos, disparara misiles a Estados Unidos, sería decapitado en unos cuatro segundos”. Esta insolencia inspirada por la estupidez fue proferida por Eric Frederick Trump, dignísimo hijo del abominable presidente gringo. Lo dijo en una entrevista, haciendo una comparación asaz extralógica con lo que sucede entre Israel e Irán. Algo así como parangonar “si EU, digamos, fuese China, Erick Frederick, Donald y su perentela toda, más el delicadito Cristopher Landau y los miembros de su gobierno, estarían lamiéndole el calzado o muertos de miedo.

aurelio.contrafuego@gmail.com

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