Hace veinte años, el país amaneció el primer día del año en guerra. Ese día, unos chiapanecos decidieron tomar las armas, y desde las montañas impulsaron un levantamiento armado, que si bien no fue exitoso en el terreno de las armas, veinte años después continúa retumbando porque logró poner en el centro de la atención nacional el olvido y la marginación, ancestrales, que prevalecían en las zonas rurales de aquella entidad, y que no habían cambiado con ninguno de los cambios sociales y políticos que había vivido nuestra nación desde el momento de la conquista. Vale la pena hacer un recuento de uno de los episodios más relevantes del alzamiento armado, que consolidó al subcomandante insurgente Marcos como la emblemática figura que con el filo y las balas de la palabra centró el debate sobre Chiapas.
En efecto, se afirma con razón que la de Chiapas de 1994 fue una guerra que duró 11 días en la lucha armada, pero que ha durado varios lustros en la guerra de palabras. Desde el primer día de aquel año, cuando se dio el levantamiento armado, y las bases militares y policiacas de Chiapas comenzaron a ser atacadas, el gobierno tenía intenciones de aplastar a los insurrectos a través de acciones violentas. Esa posibilidad fue atajada por la entonces incipiente globalización de los medios y de la opinión pública, y por el temor que tuvieron expresiones del gobierno federal de que esa respuesta fuera más costosa políticamente para la imagen del país, que las señales de apertura que pudieran darse a través de una ley de amnistía.
Así, el gobierno federal anunció el 11 de enero de aquel año, el cese unilateral de las acciones armadas por parte de las fuerzas armadas, y el día 21 de ese mismo mes fue emitida una Ley de Amnistía, a través de la cual se buscaba la desmovilización de los integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Desde algunos días antes, entre el 17 y 18 de enero, el presidente Carlos Salinas de Gortari había anunciado el envío de dicha Ley al Congreso. Y cuando eso ocurrió, el Departamento de Prensa y Propaganda del EZLN dio a conocer uno de los comunicados más emblemáticos de la guerra zapatista de Chiapas, e icono de las capacidades intelectuales y retóricas del líder más visible de aquella organización. Vale la pena releer algunos fragmentos de ese comunicado, que es comúnmente conocido con el título de “¿De qué nos van a perdonar?” y emitido en respuesta al anuncio de la Ley de Amnistía que había hecho el gobierno federal:
“Creo que ya deben haber llegado a sus manos los documentos que enviamos el 13 de enero de los corrientes –escribía el subcomandante insurgente Marcos. Ignoro qué reacciones suscitarán estos documentos ni cuál será la respuesta del gobierno federal a nuestros planteamientos, así que no me referiré a ellos. Hasta el día de hoy, 18 de enero de 1994, sólo hemos tenido conocimiento de la formalización del “perdón” que ofrece el gobierno federal a nuestras fuerzas. ¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? ¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados? ¿De no habernos atenido al Código Penal de Chiapas, el más absurdo y represivo del que se tenga memoria? ¿De haber demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos? ¿De habernos preparado bien y a conciencia antes de iniciar? ¿De haber llevado fusiles al combate, en lugar de arcos y flechas? ¿De haber aprendido a pelear antes de hacerlo? ¿De ser mexicanos todos? ¿De ser mayoritariamente indígenas? ¿De llamar al pueblo mexicano todo a luchar de todas las formas posibles, por lo que les pertenece? ¿De luchar por libertad, democracia y justicia? ¿De no seguir los patrones de las guerrillas anteriores? ¿De no rendirnos? ¿De no vendernos? ¿De no traicionarnos?
¿QUIÉN VA A PERDONARNOS?
“¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Los que, durante años y años, se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra que acabamos por dejar de tenerle miedo? ¿Los que nos llenaron las bolsas y el alma de declaraciones y promesas? ¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte “natural”, es decir, de sarampión, tosferina, dengue, cólera, tifoidea, mononucleosis, tétanos, pulmonía, paludismo y otras lindezas gastrointestinales y pulmonares? ¿Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera, por fin, el “¡YA BASTA!”, que devolviera a esas muertes su sentido, sin que nadie pidiera a los muertos de siempre, nuestros muertos, que regresaran a morir otra vez pero ahora para vivir? ¿Los que nos negaron el derecho y don de nuestras gentes de gobernar y gobernarnos? ¿Los que negaron el respeto a nuestra costumbre, a nuestro color, a nuestra lengua? ¿Los que nos tratan como extranjeros en nuestra propia tierra y nos piden papeles y obediencia a una ley cuya existencia y justeza ignoramos? ¿Los que nos torturaron, apresaron, asesinaron y desaparecieron por el grave “delito” de querer un pedazo de tierra, no un pedazo grande, no un pedazo chico, sólo un pedazo al que se le pudiera sacar algo para completar el estómago?
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿El presidente de la república? ¿Los secretarios de estado? ¿Los senadores? ¿Los diputados? ¿Los gobernadores? ¿Los presidentes municipales? ¿Los policías? ¿El ejército federal? ¿Los grandes señores de la banca, la industria, el comercio y la tierra? ¿Los partidos políticos? ¿Los intelectuales? ¿Galio y Nexos? ¿Los medios de comunicación? ¿Los estudiantes? ¿Los maestros? ¿Los colonos? ¿Los obreros? ¿Los campesinos? ¿Los indígenas? ¿Los muertos de muerte inútil? ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?
20 AÑOS DESPUÉS…
Poco ha cambiado en Chiapas desde entonces. Y quizá habría que seguirse preguntando quién debe perdonar, y por qué, en esa guerra. En otro momento analizaremos por qué Octavio Paz dice que el zapatismo entrañó la única causa verdaderamente social de la Revolución. Chiapas lo confirmó. Aunque pareciera que muchos siguen sin entenderlo.