+ Alberto Esteva falló como mando y como político
A pesar de que se insiste en la existencia de indicios de que un grupo de elementos de la Policía Estatal inconformes con sus mandos, podrían estar actuando por una consigna política y no sólo por demandas laborales, es claro que de todos modos Alberto Esteva Salinas, y los principales mandos policiales de la entidad, fallaron gravemente en la previsión y contención de este conflicto, y que sólo por eso deben irse.
En efecto, de no concluir hoy viernes la protesta de los elementos de la Policía Estatal, estaría por cumplirse una semana no sólo de la rebelión de los inconformes, sino también de la imposibilidad del Secretario de Seguridad Pública, y de sus mandos operativos, de cumplir con las funciones que les establece la ley, y de mantener bajo su resguardo las instalaciones estratégicas de las corporaciones estatales. Esta inconformidad, que dice el gobierno que tiene un origen sólo parcialmente genuino, fue un hecho imprevisible e incontenible para los mandos policiacos, que en los últimos días ni siquiera han podido despachar en sus instalaciones.
De hecho, ayer se dio a conocer que alrededor de 150 elementos fueron dados de baja de la corporación, y a que a los otros elementos —inconformes o no— se les hizo firmar un documento de “lealtad” a los mandos policiales y al Gobernador del Estado. A través de esas medidas se les pretende hacer volver a sus funciones, y a dar por concluida la protesta una vez que el gobierno cumpla con algunas de sus demandas genuinas.
Frente a todo esto, es clara la necesidad de ver este asunto en una perspectiva más amplia. Pues queda claro que un documento como ese no garantiza, ni en lo mínimo, la posibilidad de que pueda volver a ocurrir una nueva inconformidad, una vez que los grupos políticos que supuestamente están azuzando esta rebelión vuelvan a levantar a los policías, o que las precarias condiciones en que desarrollan su labor los mueva nuevamente a parar labores para exigir atención a sus necesidades.
Más bien, lo que parece revelar esta decisión es la urgencia de Esteva Salinas por refrendar el supuesto control que tiene sobre la dependencia que encabeza, y el intento de asegurarle al Titular del Poder Ejecutivo el funcionamiento de las corporaciones estatales. Lo más grave, es que esta parece ser una nueva decisión motivada por el autoengaño generado al interior del gabinete de seguridad, de que con esas acciones (culpar a terceros de la rebelión, y tratar de remediar la crisis a través de la firma de cartas carentes de todo efecto real) se está cumpliendo con el deber de ejercer el mando de las corporaciones policiacas, cuando los hechos han revelado que Esteva y sus subordinados padecen un grado infinito de ineptitud en el desempeño de sus funciones.
En los hechos es evidente que esas acciones no remedian en nada el problema, porque es directamente la Secretaría General de Gobierno quien está llevando a cabo las tareas de negociación política, que no tiene capacidad de realizar el propio Secretario de Seguridad Pública; y porque finalmente aún cuando Esteva diga que es un grupo minoritario de elementos el que se encuentra insubordinado, de todos modos hoy en día él es un Secretario al garete, que no tiene posibilidad ni de ingresar a sus oficinas, y cuyos subordinados siguen rebasados por una situación que no tuvieron capacidad de prevenir o atender antes de que esto se convirtiera en la crisis que es.
INEPTOS
Al margen de las culpas que anda echando Esteva Salinas a sus adversarios políticos para salir del atolladero, es evidente que los motivos “sociales” de esta protesta los tuvo a la vista durante semanas, y siempre decidió vivir en su mundo paralelo de “la mejor policía de México” para no ver que esas inconformidades podrían fácilmente convertirse en un foco de protesta.
Concretamente, Esteva Salinas supo, pero no quiso atender, el enojo de cientos de elementos y trabajadores de la SSP porque tienen varias quincenas sin cobrar; porque los encargados administrativos de la dependencia ni siquiera les pueden dar certidumbre sobre su pago, o una fecha tentativa para la realización del mismo; y porque desde hace mucho tiempo los elementos de la Policía Estatal se han venido quejando de las malas condiciones en que realizan su trabajo, de la falta de solidaridad de la Secretaría cuando sufren lesiones o percances en el desempeño de sus funciones, y de la falta de pago de viáticos cuando laboran fuera de su adscripción de trabajo, entre otras.
Por eso, si hoy Esteva tiene el arrojo de señalar a otros como responsables políticos de esta inconformidad, también tendría que reconocer que su insensibilidad galvanizó las razones para protestar, y le dio a sus supuestos adversarios los elementos que necesitaban para tomar partido de esta situación y cumplir sus fines políticos.
Lo más grave es que en esta voluntad por hallar culpables, Esteva y sus subordinados —encabezados por Cuauhtémoc Zúñiga Bonilla, comisionado de la Policía Estatal— están también tratando de esconder que ha sido su torpeza la que no les permitió impedir que esta protesta creciera; que fue su falta de liderazgo y capacidad operativa, lo que le abrió la puerta a la rebelión; y que sus fallos en la contención de la crisis fueran los que le permitieran a los inconformes tener el control de instalaciones estratégicas como el cuartel general de la Policía Estatal —donde se encuentran oficinas clave para el desarrollo de muchas funciones policiales—, que hasta ayer en la tarde continuaba en poder de los inconformes.
ESTEVA FALLA EN TODO
Por eso, y no por la exigencia de los elementos inconformes, Alberto Esteva debe irse de la SSP. Debe irse porque ha demostrado impericia e inexperiencia en el manejo de esta crisis. Falló en lo político porque cuando pudo haber evitado este problema no lo hizo, y cuando debió haber encabezado la situación, decidió enfrentarse a sus subordinados a grado tal que otros son los que hoy en día negocian y tratan de resolver los problemas y vacíos que él alimentó. Y falló en lo operativo porque hoy, a pesar del respaldo político que recibió, sólo está escudado con sus cartas de lealtad pero no en la capacidad de poder demostrar mando —o cuando menos respeto— al interior de la dependencia que encabeza. Por eso el cuartel de la Policía sigue tomado; por eso los policías inconformes siguen teniendo tanta libertad, a grado tal que hasta pudieron incrustarse en el desfile del 16 de septiembre.